Los Lagos de Covadonga encumbran a Marc Soler
La fuerza de la tenacidad encumbra a un ciclista con voluntad de hierro y piernas ágiles. Marc Soler se corona en los Lagos de Covadonga, la cima emblemática de la Vuelta, la de Marino Lejarreta, Pedro Delgado, Bernard Hinault, Álvaro Pino, Lucho Herrera o Laurent Jalabert. Apellidos potentes en el ciclismo que hacen honor a un puerto distinto, mágico con sus lagos Enol y Ercina en la cumbre, el Mirador de la Reina que anuncia la entrada en las rampas imposibles, la Huesera que retrata una máxima de este deporte: nada procura satisfacción si se consigue sin sufrimiento. Hasta allí llega Marc Soler después de sus intentos fallidos de victoria y una alegría para compartir con su mujer y sus hijos. Y también aterriza Ben O'Conno r con su reloj de arena a cuestas. Pierde tiempo de nuevo en los Lagos, así tiene que ser, pero conserva el maillot rojo gracias a su amor propio. Solo cinco segundos de ventaja sobre Roglic. La niebla se cierra sobre el pico de la montaña asturiana cuando Marc Soler ataca a sus compañeros de fuga y se postula vencedor. Llueve en Covadonga y los ciclistas asoman desde el túnel de las inclemencias, los obstáculos del tiempo, el frío, la fatiga y las rampas. A Marc Soler le cuesta avanzar, siempre ese estilo pesaroso en la bici, extrae el máximo de su imponente motor, un ataque más de las decenas que ha realizado en la Vuelta sin éxito. «Había rematado muchas veces al palo . Ya tocaba rematar», suelta el catalán que, junto a Van Aert y Pablo Castrillo, ha protagonizado lo mejor de la carrera, siempre en fuga, al ataque, buscando la anticipación. A Soler le cuesta rodar en compañía. Se expresa mejor en solitario, delante o detrás del pelotón, pero casi nunca en su seno. Camino de Covadonga se ha vuelto a escapar y por fin resuelve, siempre en el alambre y el suspense. Nadie sabe si se va a descolgar o va a largar el latigazo definitivo. «Las fugas son de mucho nivel en la Vuelta, he lanzado unos cuantos ataques y en el último ya no he mirado para atrás». Es la tercera victoria española en la ronda después del doblete de Pablo Castrillo. Ben O'Connor ha tratado de intimidar a sus adversarios haciendo trabajar a sus compañeros. Nadie entiende la táctica del Dectahlon, tan persistente en cabeza desde primera hora. En el momento de la eclosión, en los peores porcentajes de los Lagos, cuando Mikel Landa y Enric Mas prueban las fuerzas de los demás, el australiano cede en su empuje. Pliega su equipo, salvo Paret Peintre. Era un farol. El reloj de arena sigue descontando tiempo en el minutero de O'Connor, que obtuvo una renta de seis minutos en Andalucía y ya solo administra cinco segundos ante Roglic. Enric Mas vuelve a lucir buenos pulmones. Ataca otra vez, como en el Cuitu Negru, se le ve más suelto que al esloveno de Red Bull, mejor que a Carapaz, mejor que a todos, pero algo chirría en la maquinaria del mallorquín. Cuando más entero parece y más propicio parece el día para su vuelo de escalador, nunca consigue ventaja numérica. Roglic se maneja a su ritmo, sin desordenarse, y termina atrapando a Enric un par de kilómetros más allá. La etapa deja una estampa doliente. Wout van Aert recostado en el coche, el casco fuera, el gesto de dolor, el cuerpo ladeado después de un costalazo severo en el descenso de la Collada Llomena que lo obligó a plegar el cable y despedirse de la carrera. Van Aert era la estrella de la Vuelta. Conducía la bici en persecución de su cuarta victoria, la más improbable en los Lagos, después de haber ganado tres etapas (Castelo Branco, Córdoba y Baiona), haber vestido el maillot rojo de líder y ser el propietario del jersey verde que identifica al corredor más regular por puestos en la meta. Van Aert ha aportado prestigio a la Vuelta. Nada mejor que un campeón honrando la carrera con el esfuerzo diario, la ambición por bandera y el éxito en resultados que merecen los superdotados que se entregan. Su debut deja un recuerdo imborrable, sin duda era el mejor ciclista en el pelotón de la Vuelta a España.