El delantal y la maza, o cómo el feminismo marida con la cocina
María Arranz publica un ensayo sobre la ambivalente relación de las mujeres con ese espacio doméstico al que se han visto relegadas y en el que, a la vez, podían tomar sus propias decisiones y explorar su creatividad: “Me gustó releer a Simone de Beauvoir o Angela Davis poniendo el foco en la cocina”
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Para las mujeres, la cocina ha sido a lo largo de muchos años un lugar ambivalente, de sometimiento pero también de libertad. Era el sitio al que quedaban relegadas por el patriarcado –los hombres a trabajar y las mujeres a cocinar– pero también en donde ellas tomaban las decisiones y desarrollaban su creatividad. En el ámbito doméstico, claro, porque el hombre tocaba las sartenes con objetivos diferentes y por norma general, fuera de su hogar. El feminismo ha contribuido a cambiar este paradigma, pero no siempre con el objetivo de reivindicar ese espacio para las mujeres sino con el de romper las cadenas que las atan a él. María Arranz ha hecho un recorrido por esa relación entre las diferentes teorías feministas y la cocina, que se ha materializado en el ensayo El delantal y la maza, publicado por Col&Col Ediciones.
La propia autora se sorprendió cuando decidió que se quería dedicar a la cocina cuando estudiaba Historia del Arte. La carrera le encantaba, pero no las salidas profesionales que le ofrecía. A ella lo que le gustaba era escribir y cocinar, así que empezó por lo segundo. “A eso se sumó que, en aquel momento, con 20 años, tenía ganas de irme de casa y vi en la hostelería una vía mucho más rápida que la que podía ofrecer cualquier carrera universitaria”, explica a elDiario.es. “Con el tiempo me acabé dedicando a ambas en diferentes momentos de mi vida y, ya cuando trabajaba como periodista, volví a la universidad, esta vez a distancia y para estudiar Humanidades”, relata.
Ella, como todas en su generación y anteriores, había visto a madres y abuelas deslomarse entre fogones mientras el resto de la familia esperaba a que se le llamase a la mesa, y había escuchado chistes machistas sobre ello. ¿Cómo iba a querer trabajar en un lugar del que debería huir como del demonio?
¿Cómo iba a querer trabajar en un lugar del que debería huir como del demonio? Si ella se hacía esa pregunta pero no los hombres que estudiaban con ella, quería decir algo.
Si ella se hacía esa pregunta pero no los hombres que estudiaban con ella, esto quería decir algo. Tomar conciencia feminista ayuda a entender muchas cosas que antes ni siquiera se planteaban como un conflicto, de ahí que Arranz se decidiese a indagar en cómo habían tratado el tema diferentes pensadoras y creadoras con perspectiva de género.
En El delantal y la maza aparecen nombres de feministas como Betty Friedan, Angela Davis, Silvia Federici o Shulamith Firestone, entre otras muchas. Todas con ideas muy diversas, incluso enfrentadas. “Me gustó leer y releer a feministas históricas como Simone de Beauvoir, Angela Davis o bell hooks poniendo únicamente el foco en lo que habían dicho sobre la cocina”, sostiene la autora del ensayo. “Dentro de todo su discurso quizá sea solo una pequeña parte, pero a mí me ha ayudado mucho a comprender el alcance y los matices que hay en este tema, que son muchísimos”, explica.
No solo hay teóricas en las páginas de su ensayo, sino que está trufado de arte, literatura y cine. La lista de referencias que se recoge en la bibliografía y webgrafía es un arca del tesoro de cultura feminista. “Descubrí a artistas como Mierle Laderman Ukeles, que reivindicaba el ‘arte del mantenimiento’ y se preguntaba quién se encargaría de recoger la basura el lunes por la mañana después de la revolución. O como las Feminist Art Workers, que tienen una obra, Heaven or Hell, que defiende la reciprocidad como pieza clave para que una comunidad funcione y con la que querían reemplazar la imagen de las mujeres como seres perpetuamente generosos por otra que las mostrara, no solo dando, sino también recibiendo cuidados”, relata.
Además, durante su investigación se ha encontrado con obras que desconocía de creadoras con las que ya estaba familiarizada. Como, por ejemplo, el primer trabajo de Chantal Akerman, un corto que trata sobre una mujer que hace volar por los aires su cocina titulado Saute ma ville. Asimismo, hace referencia a la escritora Marge Piercy, la autora de novela Mujer al borde del tiempo. “Tiene un poema en el que habla de cómo las mujeres de todo el país se rebelan contra su papel de amas de casa y le prenden fuego a las cenas de sus familias”, señala Arranz. “También me ha sorprendido el alcance que han tenido obras como Kitchen Table Series de Carrie Mae Weems, que ya me parecía una serie fascinante y que, al profundizar en ella, me permitió ver el impacto que tuvo en la representación de las mujeres negras o la utilización que hizo de la mesa de cocina como un símbolo a través del cual explorar la identidad femenina”, apunta.
Los Food Studies, que son los que luego dan pie a los Feminist Food Studies, no se han asentado en nuestro país como sí lo han hecho en otros
Al principio de su ensayo, Arranz especifica que su estudio se inscribe en un periodo que va desde los años 50 del siglo pasado hasta principios del actual en Estados Unidos y algunos países de Europa. La selección de autoras y obras es personal y la mayoría del material que encontró viene de la academia anglosajona. ¿Qué pasa en España? “Intuyo, sin ser yo académica ni poder profundizar en las razones que hay detrás de que en España no haya fructificado tanto esta línea de investigación, que tiene que ver con que los Food Studies, que son los que luego dan pie a los Feminist Food Studies, no se han asentado en nuestro país como sí lo han hecho en otros”, comenta la escritora.
Los Food Studies que menciona pertenecen a una rama del feminismo que, desde los años 90, analiza desde una perspectiva crítica “cómo la comida se relaciona con otras disciplinas académicas y trata de arrojar luz y perspectiva de género sobre un montón de asuntos vinculados a la comida, entre ellos, la cocina”, especifica en El delantal y la maza.
Se suele decir que las cocinas abiertas al salón son perfectas para quienes hacen cenas en casa, pero lo que hay que preguntarse es quién se levanta para ir a la cocina en esas cenas con amigos
Puede que en el futuro publique referencias a creadoras y pensadoras españolas aunque no sea en un libro exactamente, porque la intención de Arranz es que su investigación continúe. Para ello ha abierto un perfil en Instagram en el que comparte contenidos que no entraron en el libro (por formato o porque las ha descubierto después) como imágenes de series, películas u otras de arte. Por el momento, no tiene miles de seguidores pero crece poco a poco. Además, le gustaría que fuera un espacio colaborativo, “que la gente se animara a compartir imágenes e historias que le resuenen en relación al tema de la cocina y el feminismo”, dice.
La cocina fuera de casa
En la arquitectura tradicional de las casas españolas, la cocina era una estancia con puerta pero desde hace tiempo es habitual encontrarse con cocinas abiertas y con barra americana que da al salón o con una isla en el medio. ¿Cómo afecta eso (si es que lo hace) al papel de la mujer en el ámbito doméstico? Arranz menciona en su libro a la arquitecta Anna Puigjaner, que propone casas sin cocina que se sustituyen por cocinas comunales. En la misma línea se encuentra el estudio de arquitectas feministas Cierto, ubicado en Barcelona. Son propuestas que tienden a la colectivización de los cuidados, que implica un cambio que va más allá de la arquitectura, aunque este factor también es esencial.
“Se suele decir que las cocinas abiertas al salón son perfectas para quienes hacen cenas en casa, porque así cuando te levantas a por algo a la cocina no te pierdes lo que está pasando en el salón, o para quienes tienen hijos y quieren tener un ojo puesto en lo que están haciendo mientras preparan la cena”, declara Arranz. “Pero lo que hay que preguntarse es quién se levanta para ir a la cocina en esas cenas con amigos o quién está cocinando mientras vigila por el rabillo del ojo a las criaturas. La respuesta, muy probablemente, es que siguen siendo las mujeres”.
Cuando la cocina está asociada al ocio o a algún tipo de reconocimiento público, entonces sí que detectamos una abrumadora presencia masculina
Curiosamente, hay ejemplos de cocinas en las que las mujeres no pueden entrar, como en un mundo al revés. Son las sociedades gastronómicas vascas o txocos, clubes de cocina solo para hombres. Con el paso de los años, algunos se han abierto a la presencia femenina pero aún es noticia cuando sucede, por extraordinario. En muchos ya pueden participar pero para ser socias hay que modificar los estatutos y eso ya no es tan fácil, porque el peso de la tradición es grande y hay opiniones para todo.
“Creo que es un ejemplo más de cómo, cuando la cocina está asociada al ocio o a algún tipo de reconocimiento público, entonces sí que detectamos una abrumadora presencia masculina”, reflexiona Arranz. En el libro menciona una pieza de un vídeo del colectivo Les Insoumuses, en el que los miembros comentan un programa que se emitió en la televisión francesa a mediados de los 70. “En él un chef afirmaba sin despeinarse que la cocina que hacen las mujeres en las casas es una cocina menor, de la que no interesa hablar, y que quienes hacen ‘La Cocina’ con mayúsculas, la cocina importante, son ellos, los hombres. Con mucha ironía, Les Insoumuses lo resumían así: ‘Los hombres hacen la cocina rentable, las mujeres hacen la cocina gratuita’, describe Arranz. ”A su frase podríamos añadirle otra: “los hombres hacen la cocina por entretenimiento, las mujeres hacen la cocina que alimenta cada día”, concluye.