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Revolcándose en su tumba

En Venezuela, la relación con Simón Bolívar (1783-1830) trasciende lo contingente. Es una tradición, un ritual, una religión que precede al gobierno de Chávez, pero que desde que este se instauró ha sido monopolizada simbólicamente por el régimen. Todo en Venezuela conlleva su nombre y su figura. La Constitución (1999) se apellida bolivariana y se publicita con un Chávez montado a la grupa del libertador. El primer artículo señala que la República de Venezuela “fundamenta su patrimonio moral y sus valores de libertad, igualdad, justicia y paz internacional en la doctrina de Simón Bolívar, el Libertador”. La moneda es el Bolívar, el aeropuerto en Maiquetía se llama Simón Bolívar, los jardines infantiles son los Simoncitos, y así suma y sigue, hasta el infinito.

Con todo esto, cabe preguntarse, ¿hay fidelidad del Chavismo, y su expresión actual, con el pensamiento político y la figura de Simón Bolívar, o más bien, se trata de una  manipulación histórica?

La doctrina de Bolívar y su pensamiento político los conocemos fundamentalmente por La Carta de Jamaica (1815), documento de más de 15 páginas, escrito con pluma de ganso, en que desde Jamaica le responde a un caballero inglés que le pregunta cuál será el sistema de gobierno, o el régimen que conducirá a los distintos países del continente, apenas se liberen del dominio español. Bolívar se encontraba en Jamaica huyendo del fracaso de la primera república de Venezuela (1810-1812), la que tuvo lugar a raíz de la prisión del emperador español por las fuerzas napoleónicas, república de la que el propio Bolívar fue, junto con Francisco de Miranda, uno de sus impulsores, y que años más tarde la calificó como una “republica boba”.

La extensión de la Carta se debe a que antes de dar una respuesta, Bolívar va examinando región por región del continente, refiriéndose a datos demográficos o a la carencia de ellos, a las costumbres, a la sociabilidad, a las distancias, a las características de los territorios. Constata una heterogeneidad regional, étnica, económica y cultural, y la coexistencia entre sus habitantes de distintos tiempos históricos. Antes de ese recorrido enaltece directa o indirectamente, frente al autoritarismo y a la tiranía del Imperio Español, los por entonces ideales de la modernidad (independencia, soberanía, libertad, igualdad, fraternidad), pero, argumenta, por otra parte, la dificultad para aplicar esos ideales, dado las características culturales, históricas, sociales y geográficas del continente. “Los acontecimientos de tierra firme -escribe, desde Jamaica- nos han probado que las instituciones perfectamente representativas no son adecuadas a nuestro carácter, costumbres y luces actuales”. Percibe una inorganicidad histórica del continente respecto a un destino moderno. Su respuesta al caballero inglés (cuyo objetivo es dar a conocer su doctrina más allá de él,, a un público letrado y amplio, e internacionalmente sobre todo a Inglaterra), su respuesta, decíamos, finalmente es conjetural: el gobierno más adecuado para América y las futuras naciones será no el mejor ni el más moderno, sino el que sea más posible, aquel que se ajuste más a las condiciones culturales y al suelo histórico de la región. Ejemplifica lo ocurrido en la primera república con el mito de Icaro: por acercarse demasiado al sol (la libertad) se le quemaron las alas (la “república boba”).

Citando a Rousseau señala que “la libertad es un alimento suculento, pero de difícil digestión”, con postura historicista insiste en que la excelencia de un gobierno, y de la política que se aplique, no puede consistir en sus principios o en la teoría que lo avala, sino “en ser apropiada a la naturaleza y al carácter de la nación para quien se instituye”. En ello reside el eje de su doctrina política, también está, por cierto, el americanismo y la necesidad de unidad del continente, desde el extremo sur hasta México.  El planteamiento que hace en la Carta de 1915 ya está presente en el Manifiesto de Cartagena (1812) en que aboga por atenerse a la realidad viva y no a teorías, aprendizaje del fracaso de la primera Independencia. En el Discurso de Angostura, en Guayana 1819, señala que las leyes “deben ser conformes a lo físico del país, al clima, a la calidad de su terreno, a su situación, a su extensión, al género de vida de los pueblos…a la religión de los habitantes, a sus inclinaciones, a sus riquezas, a su número, a su comercio, a sus costumbres, a sus modales”

En la época de Hugo Chávez el régimen proletarizo la figura de Bolívar, incluso le inventó un ancestro aborigen, en circunstancia que está ampliamente documentado que Simón Bolívar era hijo de un criollo de ascendencia vasca, Juan Vicente Bolívar y Ponte (1781-1811). dueño de haciendas, de las minas de cobre de  Aroa (explotadas desde 1632) en el estado de Yaracuy, y propietario de más de mil esclavos. Su padre era uno de los criollos más ricos de la Capitanía General, lo que posibilito que el joven Bolívar tuviese como preceptores a Andrés Bello y a Simón Rodríguez y culminará su formación en España. Probablemente gracias a esa prosapia logro huir cuando los realistas retomaron el poder, lo que no ocurrió con Francisco de Miranda que termino sus días en las mazmorras de un penal de Cádiz. Chávez no siguió ni la doctrina ni el pensamiento político de Bolívar, al adoptar un modelo que, por distintas causas, resultó inadecuado al suelo histórico y a la convivencia de los venezolanos. El horno no estaba para esos bollos (casi 8 millones de migrantes). “No aspiremos escribió Bolívar -en el discurso de Angostura- a lo imposible, no sea que, por elevarnos sobre la región de la libertad, descendamos a la región de la tiranía”.

Bolívar fue un gran lector (véase de Ramón Zapata  Libros que leyó el libertador Simón Bolívar, Bogotá, 1997), en medio de la cordillera se daba tiempo para leer la Odisea en francés, y siempre, durante los casi 100 mil kilómetros que recorrió a caballo, se dejaba espacio para la lectura. Los gobernantes actuales parecen más bien ignaros.

En términos de líder y carisma hay cierta diferencia entre Chávez y Maduro. Cuando Chávez vino a Chile (2009), en el aeropuerto, ante observaciones críticas, lejos de molestarse, se puso a cantar una ranchera de Cuco Sanchez  “No soy monedita de oro para caerles bien a todos, si no me quieren, ni modo”. Por ahí cita a Nietzsche y a Marx en un discurso. Maduro es, más bien, un bravucón que compite con Diosdado Cabello, entre quien grita más fuerte: Yanquis de mierda, váyaanse al carajo…

En términos de justicia y transformación social, al comienzo el proyecto (un socialismo del siglo XXI), parecía posible (ya había caído el muro de Berlín), pero debido a una persistencia constructivista y a un esquema rígido y autoritario en manos de militares (lo que genero sanciones) el fruto se fue pudriendo.

El gobierno de Maduro ha expulsado de Venezuela a un grupo de países americanos y se ha distanciado -por momentos- de Brasil, México y Colombia. Todo indica con respecto a Simón Bolívar, figura y pensamiento, una manipulación histórica, un sabotaje del pasado y de la memoria histórica.

El pobre Simón Bolívar debe estar revolcándose en su tumba al comprobar que el chavismo no solo desconoció su doctrina política, sino que desprecio su voluntad  americanista.

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