“Amor mío, no hay palabras”, y otras pintadas que recuerdan el barrio que se destruyó en Madrid pensando en el coche
Esta expresiva frase fue repintada durante años en un muro superviviente de la reforma radical de la calle Pamplona de Tetuán heredero de un plan excesivo que pretendió hacer desaparecer gran parte del caserío del distrito. No fue la única pintada que nos habla -o podríamos pensar que lo hace- del cambio en el mismo entorno
La imprenta de Tetuán de donde salían los cromos de futbolistas y se tiraron 90.000 portadas de Dover
Esta es la historia de unas palabras, pintadas a brochazos sobre la memoria de algunos vecinos, que evocan unas calles que cambiaron radicalmente hace unas décadas. Y de otras pintadas, también prendidas a la retina, que nos sirven para rememorar tiempos, no tan ajenos a hoy, donde el coche pesaba mucho a la hora de diseñar las ciudades.
En un muro de ladrillo de una vieja casita baja a punto de desaparecer entre las calles de Pamplona y Francos Rodríguez, en Tetuán, se podía leer a principios de los años noventa caligrafiada una declaración de amor: “Amor mío, no hay palabras”. La frase se convirtió en un elemento imprescindible del lugar y fue repintada en distintas ocasiones, según explicaba el pasado lunes el usuario de X Fernando Siles en un detallado hilo que da noticia de la inclusión del caso en su libro Cuando la torre Eiffel era roja y las vacas cuadradas. Marta Guijarro, vecina, escritora y narradora de cuentos, que creció viendo la pintada desaparecer y aparecer, escribíó en internet hace diez años que la misma sobrevivió incluso al derribo del muro:
“Durante todo el bachillerato crecí viendo cómo la frase era ”limpiada“, pero siempre volvía a aparecer. Al finalizar COU, el muro fue derribado ya que en ese terreno iban a construir las casas que hay actualmente. Y fue emocionante ver que en las vallas metálicas que rodeaban la obra apareció de nuevo la frase ”Amor mío, no hay palabras…“
El graffiti, que sin duda permanece en la retina de los vecinos más curiosos y de mayor raigambre, ya fue mencionada hace unos años en un Paseo de Jane (recorridos vecinales de ánimo crítico con la ciudad y vocación comunitaria). Fue el vecino Antonio Beltrán, quien también terció en la conversación de la red social esta semana aportando una nueva fotografía de la pintada que, de nuevo, incentiva nuestra imaginación. “Lo que parece, como comentamos en un Paseo de Jane por el barrio, es que años después la historia no acabó bien: alguien apostilló la frase con un YA SÉ LO QUE VALES, en unas mayúsculas que duelen”, explicaba Beltrán en el hilo de X.
No es casualidad que tanto Siles como Beltrán ligaran la pintada con la transformación de la calle Pamplona, abierta sobre la anterior a empujones de excavadora a través del viejo caserío de del barrio de Estrecho.
Arganzuela y Tetuán, limítrofes con la almendra central, fueron objeto de planeamiento y de una profunda transformación entre los últimos años setenta y comienzos del 2000. La transformación sobre el barrio del norte se había planteado de forma más radical desde mucho antes. El Plan General de Ordenación Urbana de Madrid de 1963 proponía, prácticamente, hacer tabula rasa con Tetuán y crear un nuevo barrio acorde con la inmediata prolongación de la Castellana. Sus directrices se concretarían en el Plan Parcial del Antiguo Barrio de Tetuán, que más que un plan urbanístico era un documento de organización del tráfico. Buscaba conectar a través del distrito la M-30, la carretera de La Coruña y la zona comercial de AZCA, con grandes avenidas que atravesarían el barrio, a cuyas orillas aparecían nuevas manzanas de edificios en sustitución de las existentes. En 1978 el periódico El País reclamaba revisar el Plan Parcial y titulaba El plan urbanístico de Tetuán implica la expulsión del vecindario.
La imposibilidad material de tamaña operación y la mayor permeabilidad de las reclamaciones vecinales después de la llegada de los nuevos ayuntamientos democráticos rebajaron la rotundidad de unas propuestas hechas con escuadra y cartabón, a mayor gloria del tráfico rodado y la industria de la construcción. A pesar de ello, muchas de las ideas de entonces se han ido llevando a cabo con el tiempo a través de diversos planes, tales como la construcción de la Avenida de Asturias o la reforma de la calle Marqués de Viana.
La intención primigenia de conectar la zona con General Perón y la Castellana siguió adelante a través del plan de ensanche y prolongación de lo que era la calle de Pamplona, que en su nueva configuración absorbió la vieja calle Rodón. La salida a Bravo Murillo, pensada originalmente de forma más directa, se quedó en la conexión con la pequeña calle de Castilla por la dificultad de hacerse camino en una zona de caserío muy consolidado consolidado y aledaño la gran calle que articula el distrito.
Sin embargo, el fantasma de la carretera del viejo plan había seguido planeando en el imaginario vecinal y salpicando de pintura las paredes del barrio. Beltrán recuerda perfectamente otra pintada muy elaborada con una carretera estrangulada por un puño y la leyenda “No a la autopista de Pamplona” que adornaba un muro del entorno allá por los primeros ochenta. “Quizá de uno de aquellos primeros grupos ecologistas o de una asociación vecinal”, explica.
El nuevo proyecto incluyó la reurbanización de la zona, con la expropiación directa de muchos vecinos por parte del Ayuntamiento. El PERI de la Avenida de Pamplona (aunque Pamplona finalmente es una calle toda la documentación urbanística habla de avenida) echó a andar en 1989 y se situó básicamente en la línea que dibuja la actual vía, pero afectó al área de Castillejos, Juan de la Encina, Adrián Pulido, Fernando Osorio, Navarra, Castilla, Goiri y, por supuesto, la desaparecida calle Rodón. Casi 50.000 metros cuadrados y más de 130 familias que fueron realojadas, muchas de ellas fuera del distrito (aunque también se construyeron dos edificios de VPO). Fruto de la presión vecinal, el plan se reformuló en 2001 para incluir una plaza, la actual del Poeta Leopoldo de Luis.
Como siempre sucede, el proyecto se dilató durante años, a lo largo de los noventa. De Rodón queda el recuerdo del nombre de uno de los edificios nuevos y un grupo de Facebook de los antiguos alumnos del colegio Rodón (que estaba en el número 9 de la calle Otamendi).
Este centro educativo, ya cerrado y afectado por el PERI, se convirtió en centro social okupado a finales de 1992. Durante los nueve meses que duró la experiencia, se llevaron a cabo charlas, proyecciones, una biblioteca, locales de ensayo o espacios de reunión para grupos organizados, como el Kolectivo Autónomo de Tetuán, un grupo juvenil que participó durante los años noventa en una experiencia de okupaciones que hizo de Tetuán el barrio central para el movimiento.
Los nuevos y jóvenes vecinos quisieron participar de la vida y las reivindicaciones del barrio, y armaron una campaña de información para el vecindario sobre los proyectos urbanísticos en marcha. Redactaron un pasquín que comenzaba así:
“Queridos vecinos, queridas vecinas: El Ayuntamiento está acelerando sus planes de urbanismo para la zona. Estos planes incluyen el proyecto de la Avenida de Pamplona, el de la conexión de Sor Ángela de la Cruz y Marqués de Viana y el de la Avenida de la Dehesa de la Villa. Carreteras a través de nuestros hogares, carreteras a través de nuestro rastro, carreteras a través de nuestros parques, atravesando nuestro barrio, que es un estorbo para el tráfico de la gran ciudad”.
Pamplona no llegó a convertirse en autopista ni en avenida pero, en su modesta denominación de calle, presenta una anchura inusual capaz de albergar isleta central y cuatro líneas de aparcamiento.
Pero la vida sigue y la pintura mancha. Hoy, en la confluencia de la calle Pamplona con Francos Rodríguez existe un solar vallado donde, tapadas por otras pintadas, perviven en la pared restos de unos extraños personajes que llevan viviendo en esa pared más de una década. Aunque es poco probable que estuviera en el ánimo del autor, el peatón concurrente y el vecino del barrio bien podría identificarlos como ánimas del pasado saliendo de las concreciones de los solares, testigos vaciados del barrio que fue.
Algo parecido sucede en la esquina de la calle Pamplona con la minúscula Andés Pulido, donde otra pintura vetusta del escritor Chusky en un solar de lo que fue la calle Rodón muestra un abigarrado conjunto de letras, colores y formas en el que los edificios de la ciudad son pasto de las llamas. Quizá, futuras postales en la retina de los niños de hoy; Quién sabe si el Amor mío, no hay palabras de quienes sufren los cambios violentos de este Tetuán.