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La miopía es muy peligrosa

Con cada día que transcurre, se vuelve más notorio que ni el gobierno saliente ni el entrante están sabiendo, como reza la expresión, “leer el salón”. Por ésta me refiero a la habilidad en contextos sociales, políticos o profesionales de saber percibir, comprender y procesar el tono, las dinámicas y señales sociales o políticas y el estado de ánimo de las personas presentes en una habitación o ante una situación dada, y reaccionar o reajustar como resultado de ello. Y es que esa capacidad humana , innata en algunas personas, que se traduce en una habilidad esencial en la caja de herramientas para estadistas, políticos, oradores o artistas, parece estar pasmosa y preocupantemente ausente en la cúpula de poder político en México en este momento cara a las percepciones internacionales acerca de nuestro país y las consecuencias que éstas potencialmente acarrean para nuestro bienestar y nuestros intereses en Norteamérica y el mundo en general.

Qué duda cabe que López Obrador ha sido quizás el presidente más eficaz cuando se trata de la política practicada al menudeo, y vaya que conoce y entiende el país como pocos de sus predecesores. Pero nunca ha sido un hombre con visión estratégica, particularmente cuando esa capacidad tiene que ver con el mundo y el papel que México juega, o debe jugar, en él. Es más, es manifiestamente el presidente menos sofisticado y curioso intelectualmente que hemos tenido en las últimas cinco décadas cuando del mundo y el sistema internacional se tratan. Y esto ha quedado aún más en evidencia ahora, porque es patente que su gobierno y partido no quieren reconocer que las reformas constitucionales lopezobradoristas le abren a México un horizonte de profunda incertidumbre financiera, bilateral y geopolítica.

Siempre ha habido coyunturas en el pasado en las cuales México ha enfrentado lecturas adversas en el extranjero (el asesinato de Camarena; Chiapas y la debacle política y económica del 94; el repunte de la violencia con la ofensiva contra el crimen organizado, por mencionar algunas). Pero como nunca, ni en tantos frentes distintos de política pública, habíamos atestiguado como en este sexenio el tipo -y su profundidad y amplitud temática- de cobertura mediática generalizada (periodística y de opinión, y que ahora además ya norma percepciones de gobiernos, parlamentos y legislaturas, centros de análisis y ONG en el exterior) tan mala y tan persistente y consistentemente negativa. En las últimas dos semanas, a una sola voz los medios internacionales (y no, no es “compló'”), vía corresponsales, columnistas y editoriales institucionales de periódicos y revistas, han sonado la alarma por el impacto de las reformas –particularmente la judicial- para una democracia mexicana liberal de pesos y contrapesos. Desde el púlpito presidencial, López Obrador ha controlado la narrativa nacional. Pero a menos de un mes de que termine este sexenio aciago, López Obrador, un hombre que vive a espaldas del mundo, que ignora la política exterior y las relaciones internacionales y que articula a palo seco sus visiones demagogas, maniqueas e incongruentes, tiene totalmente perdida la narrativa en el exterior.

Y a pesar de los esfuerzos por tapar el sol con un dedo desde Palacio Nacional, todo esto importa porque no solo está en juego percepción y credibilidad (ciertamente, por los suelos) del país. Nos jugamos de entrada el futuro de una relación bilateral -con EE.UU- esencial para la prosperidad y seguridad de los mexicanos. Nos jugamos la viabilidad y vigencia de nuestros tres principales acuerdos comerciales en el mundo: con Norteamérica, con las economías del Pacífico y con la Unión Europea, a pesar de las maromas por argumentar que la reforma judicial y la que elimina organismos autónomos y reguladores no los viola, cosa que patentemente hacen. Pero si mayor erosión de la relación en materia de procuración de justicia con EE.UU; en la certeza jurídica y piso parejo para empresas extranjeras operando en México; la violación del TMEC, del CPTPP y del TLCUEM -y de su Cláusula Democrática (cosa que ni el acuerdo con Norteamérica o con las economías del Pacífico contienen y que podría ser activada para suspender el acuerdo comercial con la UE) con la eliminación de reguladores y organismos autónomos; y un camino hacia la revisión del TMEC en 2026 aún más empedrado y con baches del que hay ya (por el tema China y la creciente proclividad bipartidista estadounidense hacia una economía más protegida y una política industrial) no pesan sobre el ánimo del gobierno saliente o de la transición, quizá la reacción de los mercados a cómo se está leyendo en el extranjero la necedad peligrosa del presidente es el único contrapeso que pueda hacerlos recular y ajustar.

Muchos en Washington me han preguntado por qué, ante la devastadora cobertura internacional y la creciente presión desde el exterior, López Obrador persiste en seguir de frente hacia el despeñadero. Mi respuesta ha sido que en parte, es culpa de Washington, ya que han alimentado un reflejo pavloviano en el gobierno saliente y el entrante: ambos parecen estar convencidos de que tanto el palanqueo que tiene México ante el gobierno estadounidense por haber asentido a servir de un muro de facto para los flujos migratorias hacia la frontera, así como por el hecho de que el nudo gordiano de la relación económica entre ambos países (y el hecho de que somos su primer socio comercial) harán que a la hora de la hora, EE.UU no tire del gatillo. Pero la historia nos demuestra cómo hasta los nudos gordianos se pueden cortar de tajo. Las señales, sobre todo las que emanan del Capitolio, están ahí para quien las sepa leer y procesar.

Cada una de las crisis y los desafíos que han enfrentado estos seis años el país y el presidente no sólo han demostrado que su gobierno carece de la capacidad, imaginación, agilidad y banda-ancha de acción para responder a ellos, sino que han puesto en evidencia que López Obrador y su equipo no han aprendido ni asimilado las lecciones sobre cómo afrontar crisis y desafíos futuros y recalibrar posturas y la toma de decisiones. Sus errores no son únicos; son típicos de los que cometen líderes populistas, demagogos y autoritarios que acaban creyéndose y consumiendo su propia propaganda. Pero con López Obrador México galopa en tropel -sobre todo como resultado de estas últimas dos semanas- hacia el pasado de una relación con EE.UU plagada de miopía y chovinismo nacionalista, rancio y decimonónico, ignorando los grandes avances alcanzados en la relación bilateral en las últimas cuatro décadas, una relación que si bien por la asimetría real de poder nunca estará exenta de momentos complejos o de tensión y discrepancias, había sido una de tracción estratégica, madurez, responsabilidad compartida y provecho mutuo. Vaya retroceso propiciado por un hombre que simplemente no comprende esa realidad y que verdaderamente cree que el Estado mexicano es él.

La prueba de pertenecer a una comunidad de democracias es sencilla. Radica en el grado en el cual esa nación está dispuesta a cooperar para abonar a y mejorar los bienes comunes globales, proteger valores e intereses mutuos y un sistema internacional -diplomático y comercial- basado en reglas, mostrar solidaridad con los pueblos que enfrentan violaciones o limitaciones de sus derechos humanos y denunciar el retroceso democrático y el autoritarismo. En todos estos frentes, México ha fallado, y este tsunami -mediático, de mercados, de pronunciamientos y posturas gubernamentales- que hoy estamos enfrentando y que ponen en tela de juicio la viabilidad democrática de la nación nos podría salir muy caro a todos los mexicanos. Insto al gobierno saliente, al Congreso y al gobierno entrante a leer el salón y reajustar, antes de que sea demasiado tarde.

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