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Ni siquiera se libra Margot Robbie

Medir tu éxito en kilogramos es algo a lo que nos hemos acostumbrado las mujeres desde pequeñas porque nos enseñaron a conciencia que la delgadez es el camino más corto hacia la belleza, esa ilusión construida culturalmente que, sin embargo, afecta y mucho a la forma en que se nos percibe y en la que percibimos a los demás

La actriz Margot Robbie está embarazada. Y esto que voy a decir a continuación tal vez os resulte sorprendente, pero ahí va: las mujeres embarazadas ganan peso porque hay un ser humano en desarrollo dentro de sus cuerpos. Semejante revelación parece que ha pasado desapercibida entre un grupo de personas, la mayoría hombres, que llevan semanas comentando en redes sociales el cambio físico de Margot Robbie, a raíz de unas fotografías suyas en bikini embarazada. La crítica incluye valoraciones como “¡Qué asco!”, “Joder, realmente está gorda”, “Ya no es lo que era”. Que un grupo de miopes desaprensivos coleccionistas de Barbies comente el aspecto físico de una actriz de Hollywood objetivamente espectacular no es algo merecedor de una columna, pensaréis. Pero es un indicativo preciso de la presión estética y alucinógena a la nos somete la sociedad a las mujeres: si ni siquiera Margot Robbie puede escapar de esos cánones surreales, quién de nosotras podrá hacerlo. Y este caso subraya hasta qué punto los cuerpos individuales de las mujeres siguen siendo tratados como una propiedad pública que puede ser analizada y ridiculizada, ya sea por demasiado gorda, demasiado imperfecta, demasiado poco maternal o demasiado embarazada; en otras palabras, por absolutamente cualquier motivo. 

Hace unos años, la actriz Emma Thompson contaba en una entrevista que “las actrices que tienen más de 30 años simplemente no comen” debido a la presión que les impone la industria del cine. En la entrevista, de hecho, Thompson decía que la obsesión de Hollywood por el peso le impidió incluso vivir allí. “Nunca me mudé a los Estados Unidos por eso”, dijo. Pero Emma, permíteme que te tutee, en realidad esa presión está en todas partes, aunque en Hollywood sea más bestia. Escribo esto mientras una amiga contaba hoy en nuestro grupo de WhatsApp, con verdadero orgullo, que solo ha engordado un kilo durante el verano, pese a todos los “excesos” que tuvo. Medir tu éxito en kilogramos es algo a lo que nos hemos acostumbrado las mujeres desde pequeñas porque nos enseñaron a conciencia que la delgadez es el camino más corto hacia la belleza, esa ilusión construida culturalmente que, sin embargo, afecta y mucho a la forma en que se nos percibe y en la que percibimos a los demás.

Por supuesto, no solo está el peso, también la edad, que inspira un ciclo interminable de ansiedad en muchas mujeres, potenciales víctimas del edadismo. Ansiedad porque el antienvejecimiento ha sido decepcionante desde que Ponce de León salió a encontrar la Fuente de la eterna juventud y solo dio con un lugar llamado Florida. Porque el antienvejecimiento nunca funciona, sencillamente nunca es suficiente. Siempre, pese a todo el esfuerzo, pese a todo el dinero o tiempo invertido, una podría verse más joven. 

Hay mujeres que se deleitan con su imagen corporal y la muestran orgullosas, otras detestan que sus cuerpos sean declaraciones políticas, las hay que lo aceptan tal y como es, o las hay que lo aborrecen profundamente. Todas tienen un denominador común: en algún momento de sus vidas su cuerpo ha sido objeto de algún comentario poco satisfactorio que pudo generar un trauma, una vacilación, un complejo o un malestar pasajero. Así que, de verdad, si tienes algo negativo que decir sobre el cuerpo de cualquier mujer, pero especialmente si tienes algo que decir sobre el cuerpo de una mujer embarazada, simplemente cállate. 

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