Un monstruo en casa
Era martes. Pasaban pocos minutos de las ocho de la tarde. Yo conducía por una autopista serpenteante como trazada por un artista de pulso temblón cuando comenzó a caer esa lluvia fina y ligera que no moja, pero sí molesta. No me sorprendió, quizá lo extraño hubiera sido el sol constante en este verano mojado en el norte. Activé el parabrisas y continué el trayecto observando el cielo plomizo, las montañas verdes y las luces blancas y rojas de los coches y camiones que circulaban a mi alrededor. Me permití el lujo de disfrutar de un volante al que ya raramente me pongo en esta vida ...