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Editorial: Límite a la pirotecnia

En el folclore chino, los fuegos artificiales tienen la misión de espantar el nian, una bestia mítica capaz de atacar animales y personas en la noche del año nuevo lunar. La tradición tiene 2.000 años, más o menos la antigüedad atribuida al invento de la pirotecnia. Con tanta historia de por medio, no es de extrañar la resistencia a las prohibiciones impuestas por las autoridades en los últimos años en nombre de la seguridad y la protección al medioambiente. No obstante, casi 500 ciudades prohibieron la pirotecnia y aunque algunas relajaron la medida para permitir la pólvora en ciertas ocasiones y en sitios designados, en diciembre del año pasado varias municipalidades publicaron nuevas ordenanzas a tiempo para aplicarlas en febrero, durante las festividades de Año Nuevo.

En Costa Rica, el escándalo no espanta a ninguna fiera mítica, pero sí altera la vida de las personas con autismo, la primera infancia, los adultos mayores, los bebés en gestación, los animales domésticos, los silvestres y el ganado. La pirotecnia no constituye una tradición tan enraizada como en China. Si la cuna de los fuegos artificiales encuentra razones de peso para limitarlos, es hora de prestar atención.

Ya existe la prohibición de petardos y otros explosivos antaño populares. Mucho ha cambiado desde los días de venta irrestricta en los chinamos callejeros, y pocos echan de menos la “tradición” que incrementaba el flujo de pacientes, sobre todo de corta edad, a las salas de emergencia. Los padres de familia más bien agradecen los obstáculos impuestos a la adquisición de bombetas y otros artefactos.

Una feliz iniciativa del diputado Alexander Barrantes, del Partido Progreso Social Democrático (PPSD), está cerca de ponernos al día, también, con las preocupaciones existentes por el estruendo de la pólvora festiva. Las regulaciones no solo se abren camino en China. En partes de Europa, la pirotecnia silenciosa ha ganado terreno, a menudo producto de normas como las existentes en regiones del Reino Unido, donde la proximidad de personas, ganado y vida silvestre impide utilizar artefactos ruidosos.

El proyecto, dictaminado afirmativamente por los seis legisladores presentes en la Comisión de Ambiente cuando se celebró la votación, prohíbe detonaciones superiores a 85 decibeles. Los juegos de pólvora emiten entre 140 y 170 decibeles, pero pueden llegar a 190.

Varias municipalidades, como la de Curridabat, se han adelantado a proponer la sustitución de la pólvora por medios tecnológicos como los láseres y drones, capaces de iluminar el cielo sin contaminación ni riesgo. “Más luces en el cielo, más espíritu navideño”, es el lema utilizado para informar y sensibilizar a la población del cantón.

Todos los efectos negativos de los fuegos artificiales están documentados y difícilmente habrá un cantón donde no haya perjuicios. Las condiciones de vulnerabilidad de los seres humanos son muy comunes, tanto como la presencia de animales domésticos y, en zonas rurales, ganado. En Costa Rica nos enorgullecemos de vivir en contacto con la naturaleza y, en lugares como Manuel Antonio, los animales salen despavoridos y hasta dejan desprotegidas a sus crías cuando se desata el estruendo en épocas festivas.

El país ha invertido millones en repoblar La Sabana con árboles nativos, por ejemplo. Muchas especies de aves y animales han tomado nota, pero, desafortunadamente, el estruendo de los fuegos artificiales es frecuente. No se trata ya de tradición alguna, sino de cualquier concierto o espectáculo deportivo. El proyecto contiene un transitorio donde se establece un plazo de 24 meses para agotar las existencias. Es un plazo muy largo. Ojalá la ley sea aprobada con prontitud.

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