Rafa Guerrero: «En las últimas décadas se están psiquiatrizando y medicalizando las emociones de defensa»
En la sociedad occidental existe una gran presión por ser feliz a cualquier precio . Lo importante es divertirse y estar alegre por encima de todo. Lo contrario, puede suponer un problema y, hasta incluso, un trastorno. Una persona que no está alegre, más bien se siente triste o estresada, tiene dos problemas en nuestra cultura: el primero sería la emoción que le impide estar bien y, en segundo lugar, la presión a la que todos estamos sometidos por estar bien. Si no me dejan estar triste, y encima me exigen estar alegre, el sufrimiento y la presión es doble. Y es que las emociones desagradables como el miedo, la rabia, la tristeza o la vergüenza molestan y no las queremos ver ni en pintura. Desgraciadamente, como consecuencia de todo esto, en las últimas décadas se están psiquiatrizando y medicalizando las emociones de defensa. Lo cierto es que se han convertido emociones normales y sanas, aunque desagradables, en trastornos. Les han dado un diagnóstico a aquellas emociones de defensa que incomodan social y culturalmente. A la vergüenza se la ha llamado fobia social, a la tristeza depresión y al miedo se le conoce popularmente como ansiedad. Bajo ningún concepto estoy negando ni poniendo en duda el sufrimiento que viven las personas diagnosticadas con estas etiquetas. Lo que estoy diciendo es que hay que llamar a las cosas por su nombre; no pongo en duda el sufrimiento y el malestar del paciente. La tristeza es sana sentirla, aunque esté mal vista socialmente. Sin embargo, el trastorno implica psicopatología, aunque esté aceptado socialmente. Una persona que está triste por la muerte de un ser querido y que, por lo tanto, está en plena elaboración del duelo, se le diagnostica de depresión y, a la primera de cambio se le receta fármacos para «su depresión» . Lo que está persona necesita es tiempo para integrar y asumir la pérdida, es decir, necesita conectar, no desconectar que es lo que en realidad hace el antidepresivo. El mandato social y cultural establece que ante la muerte de un familiar no puedes estar triste, pero sí que puedes estar deprimido. Y es que, si un amigo nos cuenta que está triste, tendemos a pensar que la tristeza igual que viene, se va. Mañana estará mejor. En cambio, si nuestro amigo nos dice que le han diagnosticado de depresión, la cosa cambia por completo. Aquí sí que nos lo tomamos muy en serio. Si es un trastorno le prestamos más atención que si hablamos de la emoción «a secas». Cuando el médico recibe a un paciente que dice estar triste o ansioso lo primero que hace es medicarlo. Busca una solución inmediata, en muchas ocasiones, presionado y animado por el propio paciente que sufre. No va a la raíz del problema ni permite que su paciente sienta esas emociones de defensa. En casi ningún caso ahondamos en la historia del paciente y en sus traumas infantiles. Recordemos que hay una presión muy grande para estar bien siempre y a toda costa, lo que facilita buscar una solución inmediata. Parece que no podemos permitir que alguien esté triste, sienta vergüenza o esté enfadado durante un tiempo. Hay que anestesiar dichas emociones. Y lo cierto es que los antidepresivos y los ansiolíticos son la mejor solución para quien se siente deprimido o ansioso. Es la mejor solución que conocen. Ahora bien, ¿qué debemos hacer? En primer lugar, validar y permitir todas las emociones que sienta el paciente, sean agradables o desagradables. Ponerles nombre (etiquetarlas) ya es algo que disminuye su intensidad, además de hacerle sentir visto al paciente. Aceptar que las personas podemos sentir miedo, vergüenza, rabia o culpa es imprescindible. Entender que es normal sentir estas emociones y compartirlo con otras personas es tremendamente sanador. Sentir estas emociones no nos hace más vulnerables, más bien, nos hace más humanos. Y es que para que integremos lo sucedido y sanemos lo vivido, la psicoterapia y el proceso tiene que doler. Rafa Guerrero es psicoterapeuta y doctor en Educación . Director de Darwin Psicólogos. Autor de los libros «TDAH. Entre la patología y la normalidad» (2021), «Educar en el vínculo» (2020), «Los 4 cerebros de Arantxa» (2021), «El cerebro infantil y adolescente» (2021), «Menudas rabietas. Cómo gestionar los problemas de conducta de manera respetuosa» (2023) y «Trauma. Niños traumatizados, adultos con problemas» (2024).