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‘Código acero’ anuncia cada arribo de heridos por armas de fuego en hospital de Limón

Lo único que vemos en las noticias es el anuncio de una nueva balacera que, en el mejor de los casos, solo causará heridos. Hasta ahí llega la información pública. Lo que pasa después es lo que casi todos desconocemos.

Por ejemplo, ignoramos que en el servicio de Emergencias del Hospital Tony Facio, en Limón, el personal activa el código Acero, que los prepara para recibir pacientes con lesiones similares a las que sufren heridos de guerra. Algo parecido sucede en Emergencias del Calderón Guardia: su código para clasificar a este tipo de pacientes es Z2, destinado a los más críticos.

El jefe de Emergencias del Tony Facio, Albert Brown, y la jefa de clínica de Emergencias del Calderón Guardia, Laura Vásquez, están habituados a activar esos códigos todos los días, varias veces.

Las escenas de las cuales son testigos en sus servicios de Emergencias corroboran las cifras que registran las estadísticas de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) sobre heridos con armas de fuego: las víctimas atendidas allí van en aumento; casi todos son hombres jóvenes, entre 20 y 44 años, residentes en San José, Limón y Puntarenas. Entre las víctimas también hay niños.

Hospitales se llenan de cámaras y detectores de metales ante mayor riesgo de ataques narco

El código Acero probablemente se activó en octubre del 2016. Es una de las escenas más dolorosas que ha tenido que enfrentar Albert Brown en más de dos décadas como médico, la última de las cuales ha sido como especialista en Medicina de Emergencias en el Hospital Tony Facio.

“Es la historia que me dolió más, mucho, mucho dolor en el corazón. Fue por algo que ocurrió en Cieneguita. En la playa hubo un tiroteo entre dos grupos y hubo muchas víctimas. Muchas fallecieron en el momento, pero otras fueron enviadas al hospital.

“Empecé a ver personas que uno conoce: hijos de vecinos, amigos de los primos que uno sabe que no están metidos en nada, nada, nada, y los ve fallecidos siendo víctimas colaterales. Ver niños involucrados, niños que había que intubar o trasladar. Ver al menos un menor fallecido. Para mí ha sido lo peor y más doloroso en todo este escenario”, confió Brown.

Estos hechos que relatan sucedieron en octubre del 2016, hace casi ocho años. Desde entonces, la violencia, en cantidad e intensidad, se ha incrementado en todo el país, particularmente en provincias como San José, Limón y Puntarenas.

Los hechos que tanto marcaron al médico Albert Brown fueron resultado de un ajuste de cuentas entre bandas criminales ligadas al narcotráfico. En aquel suceso murieron tres mujeres, una de ellas de 15 años, y un joven con antecedentes judiciales por tenencia de drogas y asaltos.

Otras cinco personas resultaron heridas de bala; entre ellas, un niño de 11 años a quien el proyectil le entró por el cuello, le perforó una vena que lleva sangre al cerebro y le dañó dos vértebras. El niño murió posteriormente.

“Uno empieza a racionalizar que ya no solo es el involucrado sino que hay víctimas colaterales realmente inocentes. En este caso, todas las víctimas que llegaron al hospital eran inocentes. Nunca dieron con la persona que estaban buscando”, comentó Brown.

Sin importar a cuál bando pertenezcan las víctimas, todas son atendidas de igual forma en los hospitales. “Esa parte la tendrán que ver ellos con Dios o con el sistema judicial, pero nosotros, desde nuestro lado, la salud, el objetivo es, al ciento por ciento, preservar la vida”, añadió.

Ajustes de cuentas y accidentes viales detonan saturación en servicios de emergencias

Laura Vásquez recuerda cuando atendió a la joven que resultó herida de bala producto del ataque a su acompañante, un accionista de un equipo de fútbol, en setiembre del 2019. La balacera en la que murió el hombre ocurrió en el parqueo de un centro comercial.

“Recuerdo un caso que nos llegó hace años, de un empresario de fútbol baleado en un centro comercial. Me llegaron todos los baleados de ese lugar. Él estaba con una muchacha de unos 20 años. Ella estaba en el carro con él y llegaron unos motorizados y los balean.

“Parecía una niña. Venía consciente, orientada, con heridas de proyectil muy severas. Lo único que me pedía era que la salvara para poder devolverse con su hijo. En ese entonces, ella tenía un niño de 4 o 5 años. Al final, no se pudo, tenía lesiones por todo lado. Eran terribles. Una de las balas le atravesó la columna y la dejó sin mover las piernas. Al final, hice lo que pude en la sala de shock”, rememora.

En el fondo, dice la cirujana, la joven herida ni idea tenía de qué era lo que pasaba. “‘No entiendo qué pasó. Solo andaba en el cine’, me decía. Debemos evitar que todas estas niñas entren a estos círculos de violencia y se vean afectadas por daños colaterales”, reflexionó Vásquez.

Más recientemente, recuerda, ingresó un muchacho víctima de una balacera. Cuenta que el joven recibió tres impactos: dos en las piernas y uno en el brazo, y las balas le fracturaron los tres huesos y se los expuso porque las balas, dice la médica, “eran gigantes”.

Estos casos se vuelven más complejos porque la gran mayoría de los heridos que ingresan, afirma Vásquez, también vienen con consumo de drogas. En consecuencia, los médicos deben luchar por salvarles la vida en medio de un evento de intoxicación por drogas.

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