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¿Se puede resucitar a los muertos? El raro experimento de 1967 para congelar y revivir cadáveres

Abc.es 
No, por mucho que suene a película, la criogénesis no es algo de ciencia ficción. Casi tres décadas antes de que 'Demolition Man' generalizara la idea de que es posible mantener congelados a seres humanos durante décadas –¡y de revivirlos después!– un hombre ya había intentado lo propio en Estados Unidos. Allá por 1967, un doctor con nombre y apellidos, Robert E. Ettinger, convirtió en un témpano de hielo el cadáver del psicólogo norteamericano James Bedford prometiéndole que, llegado el momento, la ciencia podría devolverle a la vida y curar el cáncer que le había condenado. La fantasía sigue viva, pues su cuerpo permanece todavía, helado e impávido, en la 'Alcor Life Extension Foundation ' de Arizona. El médico, que escribió un artículo en ABC en 1967 en el que analizaba la criogenésis, se mostró siempre convencido de que era posible criogenizar y revivir cuerpos humanos. Tres años antes del experimento ya había publicado una investigación en la que señalaba que «la mayoría de nosotros seremos congelados por métodos no dañinos» en espera de una plausible vuelta a la vida. Y, apenas un año después, ofreció la posibilidad a cualquier voluntario de «congelarle y almacenar» su cuerpo para demostrarlo. Hasta publicó un libro en el que exponía su teoría y buscó voluntarios, aunque con poco éxito, pues dos de ellos terminaron por retractarse de la decisión. ¿Cuándo arrancó esta historia? Médico y paciente se encontraron poco después del año nuevo de 1966. Días curiosos para hablar de temas de vida y muerte. Así lo explicó el doctor: «Me escribió por primera vez el 28 de enero diciéndome que había quedado impresionado por mi libro 'Perspectivas de inmortalidad' y que quería ayudarme a organizar y financiar un programa de investigaciones acelerado dirigido a la congelación de animales». Pero había mucho más detrás y el psicólogo terminó por desvelar sus intenciones reales. Anhelaba «someter su propio cuerpo al experimento congelante». Lógico, pues padecía una grave enfermedad, «un cáncer de hígado que se le había extendido a los pulmones». Pero primero lo primero. Antes de decidir si intentaba el experimento con el nuevo voluntario, el médico confirmó los datos que había recibido con la familia del candidato. Quería saberlo todo de él. Luego arrancó el proceso: investigaciones, conferencias, entrevistas... A cambio, Bedford, en principio decidido, se dejó llevar por la opinión de sus más allegados contra la criogénesis . La opinión generalizada era que la criogénesis estaba en pañales, y terminaron por convencer al psicólogo. «Pareció sucumbir ante estos argumentos y quedar descorazonado», explicó Ettinger en el artículo de ABC. Con las semanas, el paciente entendió que su mal no tenía cura y que, aunque 'resucitara', con muchas comillas, estaría condenado. Ettinger movió ficha para no perder a su paciente. Durante el proceso, convenció a Bedford de que lo que importaba realmente no era él, sino la evolución de la ciencia. «No es cuestión de si su cuerpo puede recuperarse, sino de si tal rehabilitación sería posible. Si ella es posible, entonces si que valdría la pena con toda seguridad, tanto para usted y su familia, como para la humanidad», afirmó. Más allá de ese empujón que daba a los estudiosos, poco más tenía que ofrecerle. «Todavía no sabemos cómo congelar y deshelar cuerpos sin causarles ningún daño. Pero las personas que se encuentran hoy a las puertas de la muerte no pueden esperar que se logre la perfección. Tienen que agarrarse a la única esperanza que se les ofrece», escribió. Además, entregó en bandeja alguna que otra esperanza a su paciente. El médico dijo ser partidario de que, en un futuro, sería posible que los «hombres de ciencia poseyeran el conocimiento necesario para revivir a los muertos». Quizá fue esa posibilidad la que atrajo a Bedford. O quizá fuera tan solo la necesidad de creer en una resurrección futura. Fuera lo que fuese, al final aceptó formar parte del proceso cuando le quedaban tan solo unas semanas de vida. Pero no se congelaría vivo; esperaría a pasar al más allá a manos de la Parca. Decidido el paciente, Ettinger inició una carrera contra el tiempo: era necesario tener todo preparado para el instante exacto en el que falleciera . «Reunimos el equipo necesario. Envié un compresor cardíaco y una máquina de ventilación pulmonar. La Compañía de Material de Congelación de Phoenix envió un féretro especial aislado con espuma plástica en el que el paciente quedaría embalado en hielo seco, temporalmente», escribió. Llegaron a la meta poco antes de que el corazón de Bedford dejase de latir, el 12 de enero de 1967. «Inmediatamente, le inyectó la heparina para impedir la coagulación de la sangre, aplicó la respiración artificial y masaje externo para mantener en circulación la sangre oxigenada, mientras enfriaba al paciente con hielo», añadió. El propósito principal era conservar las células del cuerpo, y «especialmente las del cerebro en el estado más perfecto posible, sin deteriorarlas apenas». Una vez preparado el cadáver, el grupo bañó al paciente en una solución profiláctica y lo zambulló en hielo seco, operación que llevó muchas horas. Parece que tuvieron éxito. «Todas las células están congeladas y otro tanto ocurre con todas las bacterias existentes en el cuerpo. No mejorará, pero tampoco empeorará», añadió el doctor en ABC. Las últimas frases de su artículo las dedicó a la esperanza. «Quizá, algún día, lleguemos a descubrir la forma de curarlo, restaurarlo y devolverle juventud. O quizá hemos luchado en vano contra un mago invencible. Pero lo hemos intentado». Ettinger no acertó. Y no ya porque no se haya podido resucitar a los muertos todavía, sino porque los datos confirman que el cuerpo de Bedford resultó tan dañado durante el proceso que sería imposible descriogenizarlo. Aunque en la actualidad lo del psicólogo ha quedado más bien como un símbolo. Todos los 12 de enero se celebra un día en su honor y, además, su cuerpo se conserva todavía junto a 200 más en la 'Alcor Life Extension Foundation'. Ya en su momento la familia se desentendió de él, pues consideraba al psicólogo como un fallecido más. Su fotografía sigue colgada en la sede de la misma institución. Mofletes abigarrados, cejas pobladas y pelo algo encrespado. De perfil, los ojos del retrato miran gélidos a los visitantes. Están casi tan helados como el propio doctor.

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