México 1968
Su sudor no era de cansancio por la presión de los informes que le llegaban desde el mirador negro del régimen, la denostada Dirección Federal de Seguridad (DFS) que le alertaban que en la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco se tenía programada por la tarde del 2 de octubre una gran concentración de estudiantes. Las Olimpiadas (las primeras en un país tercermundista) cerca y la gota de sudor sobre la carpeta de piel con el escudo nacional y la leyenda “Poder Ejecutivo Federal”, era de una sola esencia, la del odio. No pensó que el mayo francés, la fría primavera de Praga o las protestas a ultramar en otras latitudes pudieran llegar a México. El Presidente Díaz Ordaz nunca aceptó que la apertura democrática era hija declarada del propio andar de los años de la post revolución, la primera vez que el país creció y desarrolló una nueva clase media en una nación que empezaba a ser más urbana que rural. Lo que parecía un logro que contribuyó a la la tarea de gobernabilidad, la misma que el partido hegemónico la sintetizó como “Democracia y Justicia Social”, le urgía una apertura democrática de verdad porque los cauces tradicionales del partido posrevolucionario estaban acartonados y en la exclusión. El mandatario de origen poblano, el último Presidente que hasta el 2000 tuvo un puesto de elección popular antes de la primera magistratura (fue senador de la república), envió a la misma plaza que fue la ofrenda de sangre de los últimos guerreros aztecas a los órganos de seguridad que traicionaron al propio uniforme. Díaz Ordaz, el mandatario más repudiado y el que buscó cambiar la capital federal a Mérida para que allá le dijeran: “lindo hermoso”, fue el totalitario rupestre, el asesino al que por más que hizo recaer toda su responsabilidad en los hechos, “una campana sin eco, asistió a su funeral”. Parafraseando a Hemingway, ¿por quién doblan las campanas? doblan por los que siguen buscando en libertad un mejor país, pero también por los que fueron cobardemente asesinados.
A 56 años de Tlatelolco, la muerte se ha reproducido de norte a sur y de este a oeste en territorio nacional, unos dicen que es otra “violencia”, pero al final los muertos y desaparecidos son eso, un río de sangre que no distingue si es culpable el Estado o la ausencia de él. No podemos seguir siendo el país donde la tierra se traga a sus ciudadanos, territorio de gavillas, cárteles y crimen organizado y menos cuando osamos en presumir nuestra democracia de alternancias, pero tan huérfana de controles en el poder del Leviatán y lejana de la legítima presencia de un Estado responsable, no ausente, arrinconado o temeroso de ejercer el legítimo uso de la fuerza cuando es necesario por más que confundan el lamentable “abrazos y no balazos”. En países con profunda huella democrática y que tuvieron episodios de una larga noche totalitaria, la autoridad no permite excesos de violencia, tal es el caso de Francia, España o Chile democráticos. En México se arrastra la estela que confunde la misión del Estado en garantizar la vida y la propiedad con la irresponsable sentencia gubernamental de “No tendrán un 68″. En esa ausencia el ciudadano queda a la intemperie y los grupúsculos violentos danzan en la impunidad y lo que es peor, a veces, tienen de recompensa un escaño, una gubernatura, una posición del poder porque es más redituable hacer política informal sin responsabilidad que la de hacerla en canales formales, con reglas y contrapesos.
Si el 68, “… es el parteaguas de la conciencia contemporánea de México.” como dijo Carlos Fuentes, la conciencia nacional en el siglo XXI merece una gesta cotidiana para saber ganar la historia en colectivo, en un todos y no del retrato consecutivo de uno solo o de una rudimentaria visión binaria que excluye privilegiando la revancha al diálogo con la pluralidad que hace a la sociedad mexicana. A 56 años de la matanza, México llega con una sombra verde olivo que anuncia la derrota del poder civil ante el militar aun cuando la primera mujer presidenta de la historia insiste que la seguridad pública no está militarizada. El 2 de octubre de 2023 la bandera en el Senado de la República ondeó a media asta como lo mandata la Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales en su artículo 18. ¿Ondeará, hoy, a media asta como homenaje a los caídos?