Dos días
El martes 1 de octubre, Claudia Sheinbaum tomó posesión como presidenta de la República. Aunque se esperaba que hiciera un discurso laudatorio de su antecesor, porque a él le debe el triunfo, porque siete de cada diez personas en el recinto eran sus fieles seguidores, porque las encuestas dicen que una proporción similar de la población lo aprueba, era también el momento de marcar las primeras diferencias. Eso no ocurrió.
No entro al análisis del discurso, porque me parece que Luis Antonio Espino lo ha hecho muy bien en el portal de Letras Libres. Retomo su párrafo final: “En suma, hubo en este discurso una genuina devoción a un líder y una fuerte convicción de que las cosas se están haciendo impecablemente bien desde el poder. No hubo ninguna señal de voluntad de diálogo, ganas de entender o, al menos de respetar, a los otros. No hubo un diagnóstico compartido del presente, ni una visión persuasiva del futuro. No fue, desde el arranque, un discurso de una jefa de Estado que gobernará para todas y todos. El discurso fue, en eso también, continuidad de la narrativa populista, polarizante y demagógica de López Obrador: ellos contra nosotros, el pueblo contra sus adversarios, los héroes contra los villanos. Mismo relato, diferente voz”.
Hubo un par de momentos en la inauguración que merecen mención: Sheinbaum sí saludó a la presidenta de la Corte, Norma Piña, a diferencia de su antecesor, y después besó la mano de Manuel Velasco, líder del Partido Verde y exgobernador de Chiapas, personaje involucrado en tramas de corrupción que incluyen la entrega de sobres amarillos a los recaudadores de Morena. Pocas horas después del besamanos, en el estado que gobernó Velasco, militares mataron migrantes al disparar sobre una camioneta de redilas.
El día 2 de octubre, miércoles, Sheinbaum se presentó a su primera conferencia matutina, que repite el esquema de su antecesor, pero ahora con temas específicos para cada día de la semana. Aparentemente, será un show de revista propagandística. En ella, afirmó que la violencia en Sinaloa no es tan seria, porque hay más muertos en Guanajuato. Una frase que seguro usted recuerda haber escuchado antes, en ese mismo escenario.
Poco después, viajó a Acapulco, pero prácticamente sólo visitó la base militar, como también hacía su antecesor. Al inicio del jueves, deploró la muerte de los migrantes, y aseguró que habrá investigación.
En esencia, dos días que confirman las sospechas de muchos: no habrá cambio alguno. Sheinbaum no fingía cuando repetía frases, gestos, tono. Aunque otros han imaginado que por ser mujer, por tener estudios, por su pasado “realmente de izquierda”, podría ser más empática, pragmática, veraz. Sus primeras horas en el cargo no dan señales de ello.
Observadores externos, sin las pasiones de quienes vivimos las consecuencias, lo ven claro: si lo hecho en los seis años pasados les llevó a un triunfo monumental, ¿por qué cambiar? La receta funciona: propaganda matutina, abrazos (no balazos), mentiras y dinero a manos llenas.
Hay dos detalles, sin embargo. El primero es que, aunque no quieran cambiar, ya lo hicieron. No es lo mismo Sheinbaum que su antecesor, y aunque no se le ve a disgusto con la mentira, no tiene la maestría de aquél.
El segundo es que ya no hay dinero, y sin él, se va a derrumbar todo. Las promesas de ampliar el reparto implican un déficit mayor en las finanzas públicas, y el actual ya era insostenible. Arriesgamos perder el grado de inversión, y eso significa entrar en esa espiral salarios- inflación-depreciación que hace cincuenta años empobreció al país, pero también dinamitó los cimientos del viejo régimen autoritario. No va a ser bonito.