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La conexión entre el Ala Oeste y el tapón de la botella

Para Vance y para muchos políticos populistas actuales, los memes permiten crear el marco para hablar de lo que les interesa con mucha más eficacia y poder polarizador que un discurso inspirador. En ese marco triunfa el capitalismo depredador que no nos permitirá respirar y que ha sustituido la defensa de la propiedad privada por la defensa de su acumulación en unas manos determinadas

El 22 de septiembre se cumplieron 25 años del estreno del piloto de la serie El ala oeste de la Casa Blanca y, para celebrarlo, su creador y guionista Aaron Sorkin concedió varias entrevistas en las que repetía que la realidad seguía imitando a esta ficción sobre la política estadounidense. Tan solo dos días después, el presidente argentino Javier Milei confirmó esta tesis al pronunciar en la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU) de Nueva York un discurso que era un plagio, palabra por palabra, de un monólogo del carismático presidente de ficción Josiah Bartlet, interpretado por Martin Sheen.

La anécdota no solo muestra que los actuales políticos populistas pueden prescindir de la apariencia de solvencia y seriedad sin que afecte a sus resultados electorales, también que hemos pasado de la política-ficción a la política-parodia. Los líderes han dejado atrás lo que el libro ‘Política y ficción. Las ideologías en un mundo sin futuro’, de Pablo Bustinduy y Jorge Lago, llama “ficciones resolutivas”, narraciones ideológicas que sirven para canalizar problemas concretos y proyectar la esperanza de los ciudadanos hacia un horizonte deseable, y abrazan con delectación el meme.

En el Foro de la Toja, que es una suerte de Foro de Davos a la gallega, Mariano Rajoy demostró, una vez más, que el meme ha sustituido al relato que en su día sustituyó a la realidad, con su alegato en contra de los tapones adheridos a las botellas y cartones de un solo uso. El ejemplo perfecto del intervencionismo del estado y la sobrerregulación europea concebidos para amargar la vida de los señores liberales de mediana edad, incapaces de beber a morro de estos nuevos artilugios sin ponerse “hechos un circo”. En el mismo foro, Alberto Núñez Feijóo se comparó con el expresidente de Estados Unidos John F. Kennedy y parafraseó su “Ich bin ein Berliner” -Yo soy berlinés- que pronunció en 1963 en la parte occidental de Berlín. Ante el presidente electo u opositor (como ustedes prefieran) venezolano Edmundo González afirmó: “Yo soy un venezolano”. Al menos Kennedy existió de verdad, lo que abre la puerta a que Feijóo use en cualquier momento su histórico discurso “Ask not” (“No preguntes”): “No preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país”, sustituyendo “tu país” por “el Partido Popular”.

Feijóo y Milei carecen de lo que sí tenían El ala oeste y Kennedy: un buen guionista. A la espera de Sorkin, el presidente Kennedy tuvo a su lado a Theodore Sorenson, con el que escribió esta pieza central de la oratoria política que es “Ask not”: cincuenta y dos frases, menos de mil cuatrocientas palabras que perduran en la memoria norteamericana como un momento de felicidad y comunión nacional, de fe y optimismo cívicos. Hay un libro delicioso “Ask Not: The inauguration of John F. Kennedy and the Speech that changed America”, que recoge todo lo acaecido alrededor de aquel momento, incluida la silla reservada para el cuñado de Kennedy, Peter Lawford, que quedó vacía porque Lawford estaba de resaca y siguió el discurso desde su hotel, junto a Frank Sinatra. Cuando, ya presidente, Kennedy pronunció las palabras que Feijóo se llevó a su huerto venezolano particular (“Todos los hombres libres, dondequiera que vivan, son ciudadanos de Berlín y, por lo tanto, como hombre libre, me enorgullezco de las palabras ' Ich bin ein Berliner '”), poseía la autenticidad de la que Feijóo siempre ha carecido, aunque tenga otras virtudes. Cinco meses después de pronunciar esas palabras, Kennedy estaba muerto.

Con El Ala Oeste, Aaron Sorkin resucitó para la ficción esa vieja creencia que triunfó con Kennedy: que lo correcto y lo políticamente eficaz son lo mismo. Que la política es servicio público. Que los votantes recompensan la lucha contra las mentiras, el fanatismo y el alarmismo. Que las buenas intenciones y la inteligencia triunfan y la política es una batalla sincera y constructiva de ideas, no una guerra devastadora de unos contra otros. Algo que el candidato republicano a la vicepresidencia JD Vance echó por tierra al admitir públicamente el artificio inherente al relato político. En una entrevista con Dana Bash, periodista de CNN, sobre el supuesto consumo de mascotas por parte de los haitianos, dijo: “Los medios estadounidenses ignoraron totalmente este asunto hasta que Donald Trump y yo empezamos a hablar de memes de gatos”. Para Vance y para muchos políticos populistas actuales, los memes permiten crear el marco para hablar de lo que les interesa con mucha más eficacia y poder polarizador que un discurso inspirador. En ese marco triunfa el capitalismo depredador que no nos permitirá respirar y que ha sustituido la defensa de la propiedad privada por la defensa de su acumulación en unas manos determinadas. El capitalismo que, en palabras de Chesterton, “obstaculiza lo mejor del ser humano, degrada a los pobres y hace imposibles hasta los méritos que preconiza”. Cuando el meme pase de moda, el odio y la desigualdad persistirán. Y no habrá discurso ni meme que lo remedie.

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