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El repique de campanas, una mirada de altura para 'ver' el arte sacro de Madrid

Abc.es 
Que los campanarios sean tesoros artísticos , que las campanas suelan tener nombre de mujer, que sean además testimonio sonoro de la historia de una ciudad es una realidad palpable en un país como España. Su toque manual fue declarado hace dos años Patrimonio Inmaterial de la Humanidad , pero mucho de lo inmaterial que premia la Unesco tiene un sustento detrás, unas derivadas. Amanece un viernes de octubre casi primaveral en Madrid y, frente a la iglesia de Santiago, un grupo heterogéneo se congregaba de buena mañana para 'ver' Madrid con otros ojos y otros oídos. La Semana de la Arquitectura, el Colegio Oficial de Arquitectos (COAM) cuenta con ellos para eso mismo, para que mixturen el paisaje visual y sonoro de Madrid, que existe y dialoga. La Asociación de Campaneros de Madrid que preside Luis Baldó, arrebatando horas al sueño, lleva tiempo en esa filosofía: no es sólo el tañido, es el campanario que, en suma, es lo que corona un templo, cualquiera: más sencillo o más opulento. Del de Santiago, donde parte la ruta xacobea madrileña, cuelga una bandera blanca, símbolo de un nuevo sacerdote para la comunidad. El campanario de Santiago ha estado prácticamente un siglo en silencio, y este año, por la festividad del Santo Patrón de España, ha recuperado su sonido. A no más de doscientos metros del Palacio Real. Albricias. Álvaro Bonet es arquitecto, miembro de la asociación, y opina que el sonido de una campana es un viaje en el tiempo, y así va describiendo el timbre particular y la procedencia de estos llamadores cristianos. Reseña una pequeña campana de Chinchón, procedente del asilo, mientras medio centenar de personas admiran ese trozo a mitad del cielo que es un campanario. Claro que el de la iglesia, levantado tras el dominio napoleónico, es otro que vino a sustituir la fe de los antiguos templos de San Juan Bautista y del propio Santiago: algo permanece en la historia, y es que se salvaron las dos campanas de volteo de la antigua edificación dedicada a Santiago fechadas en 1770, una de San Juan de 1776, y la ya mentada del asilo de Chinchón de 1880. Lo que no sé pudo es recuperar el sepulcro de Velázquez. Cerca, en la parroquia de San Pedro el Viejo se va a proceder al tañido manual previa subida, de los especialistas, a un campanario mozárabe, que casi es el inicio de un riachuelo que da al Manzanares. Los campaneros, que se desempeñan en días laborables como arquitectos, historiadores o técnicos de sonido, no interrumpen con un respeto místico la misa matutina, y hay algo inexplicable en subir a un torreón. Se divisa el paso de palio de María Santísima de la Soledad frente a la imagen Jesús el Pobre. Y, cuando la 'ite missa est', el festival sonoro. Antes, y con las amables explicaciones de los miembros de la Asociación, se ha podido comprobar algo casi imperceptible. Una ligera curvatura del retablo. San Pedro el Viejo aparece en el Fuero de la Villa que se conserva en el Archivo de Madrid, y ya en 1202 figura una referencia de un templo que no se ha investigado lo suficiente. Dicen que no concuerda la advocación de San Pedro con la ubicación, entonces, extramuros del edificio. Que bajo el suelo hay algo misterioso. Misterioso como la campana que evitaba tormentas, tan pesada que se cuenta que se colocó por intervención divina y que hubo que fundirla en dos más pequeñas. La que en palabras del historiador sólo repicó fantasmalmente el día que Felipe II murió en El Escorial, y cuando los franceses llegaron a Madrid. Pero el cielo es el que manda. En una procesión curiosa, campaneros y visitantes, llegan a la iglesia de San Cayetano, donde el ladrillo visto de los campanarios evoca los desastres de nuestra última guerra. Faltan, pues, los chapiteles con las volutas tan madrileñas. Pero, cuando acaba el volteo a las campanas, se cuenta que la planta de San Cayetano es la única de Madrid con planta de Cruz griega, vagamente bizantina, «una especie de Santa Sofía» aparte de ser imponente y de custodiar al primer santo de las verbenas agosteñas; san Cayetano. Los integrantes de la Asociación se desviven por detallar no sólo su oficio, sino el marco que los rodea. Si hay algo español es el toque manual de las campanas; en «la Reconquista servía de alguna manera como guerra psicológica» frente a los moros. Hay grandes templos en Madrid cuya vista permite contemplar la ciudad en lontananza. San Isidro, construcción que tiene el plano similar a la basílica del 'Gesú' de Roma. Y allí, en la que fue la primera catedral de Madrid, los tejados evidencian que, en el fondo, la ciudad no ha roto esa armonía de la historia, que la piqueta ha respetado. Alguien ha grabado el repicar desde el patio del colegio anexo, y se piensa en que ese tañido lo sintieron Quevedo o Baroja. Como toda ciudad, sin embargo, la ciudad evoluciona. A veces sin fortuna. Cuando la comitiva pasea por la plaza de la Provincia y ve de lejos el palacio de Santa Cruz se le explica que le cambiaron la ubicación original, cercana, donde una placa levantada por el gamberrismo explicaba que las Iglesias, a veces, se levantan y andan. En la Iglesia de la Santa Cruz, plena calle de Atocha, el neogótico no oculta las necesarias campanas actuales: la torre de comunicación del 112 y donde los bomberos cuelgan, cada Navidad, una estrella de Belén. Luis Baldó toma la palabra, habla de la disparidad de profesiones de su asociación y de su trabajo de ofrecimiento a las instituciones para que persista algo tan nuestro como un campanario. Como la madera que nuestros antepasados la utilizaron sabiendo su durabilidad. Hasta se habla del terremoto de Lisboa, que partió ligeramente un dintel del anexo palacio de Santa Cruz. De arriba a abajo, Madrid tiene sus conexiones secretas: sonoras o geométrica, la que Jorge establece entre el Palacio Real, la plaza de Ramales, los dos arcos de entrada a la Plaza Mayor hasta acabar en Los Jerónimos pasando por encima o debajo de la estatua de Felipe III. Ya con lo más granado de la arquitectura madrileña, rumbo a San Ildefonso, Álvaro Bonet revela la historia del templete de 'su' Antonio Palacios. Y las casualidades de que en la localidad natal del arquitecto se mantenga el monumento que tuvo Madrid, y que el material empleado para el actual, que en «pequeñito y unos metros más adelante», era «una fachada más» de la Gran Vía. Cruzando está las Mercedarias de Don Juan de Alarcón, en la calle de Valverde, que es casi una navaja que quiere cortar a la Gran Vía. Barroco puro en 'la otra orilla'. De ahí a San Antonio de los Alemanes, en la calle de la Puebla, el único edificio religioso erigido con una planta en forma de elipse y con un interior donde el 'horror vacui' se hace arte de la mano de Francisco Ricci, Carreño de Miranda o Lucas Jordán. No sonaron los yunques ni enmudecieron las campanas. La Asociación de Campaneros de Madrid dio una lección, joven, de querencia por el patrimonio en una ruta en la que las campanas avisaban del paso de la docta comitiva por la Iglesia de San Ildefonso, tan querida por el padre Pedro Luis y tan fronteriza entre Chueca y Malasaña, o la de San Antón, la del padre Ángel, la que repica, también, por los animales.

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