World News

Cinco clásicos que jamás olvidaré

El Saprissa vs. Alajuelense de este sábado, con invicto manudo destruido y un 3 a 0 que cuestiona el poderío rojinegro, quizás llegue a estar en la lista de los clásicos que usted jamás olvidará. Yo ya tenía los míos preparados y no sé si ese logre algún día un lugar entre el top 5.

Se los comparto, no sin antes hacerle una advertencia: La memoria es mágica, pero traicionera. Así que lo escrito a continuación no es necesariamente lo ocurrido, sino lo recordado.

El salto que nunca vi

El clásico más lejano que recuerdo nunca lo vi. Lo escuché.

Eran tiempos sin FUTV, ni Tigo, ni partidos día y noche en la televisión nacional.

Lo escuché, posiblemente narrado por José Luis el Rápido Ortiz y comentado por Javier Rojas González. Era yo un niño y jamás olvidaré el salto de Carlos Santana -no lo vi, repito, pero la magia de la radio permite imaginar cada jugada aún mejor de como ocurre-. Santana si acaso superaba el 1,60 m de estatura, pero su astucia para escapar de los celadores y, un salto impresionante, le permitió anotar de cabeza. Aquella tarde Saprissa goleó en Tibás, ya no recuerdo si 4 a 2 o 4 a 0.

Muy por encima busqué hoy en internet alguna referencia a la fecha y el marcador. No encontré mucho, por no decir nada, pero confieso que no quise escudriñar demasiado. Prefiero dejar el recuerdo intacto, incluso aunque no haya ocurrido.

Los dioses del fútbol

Pasadas las once de la noche, el técnico de Alajuelense aún estaba frente al Morera Soto (en la pequeña explanada donde hoy la Liga tiene su tienda y en aquellos tiempos era boletería), rodeado de aficionados, estrechando manos, recibiendo palmadas, hablándoles sobre los dioses del fútbol, sobre la alegría del juego, el fútbol para la gente, para ellos, para quienes llenaron el estadio alajuelense aquella noche.

Si los selfies hubieran existido en aquellos tiempos -1996- el estratega todavía estaría ahí, posando con un aficionado y otro, con su enorme sonrisa y el característico gesto de pulgares arriba.

Valdeir Badú Vieira había dirigido su primer clásico, una noche intensa y dramática en la que Saprissa se fue al descanso con un 0-2 a su favor.

En una recuperación mágica para la feligresía rojinegra, la Liga remontó con tres goles en el segundo tiempo. Si la memoria no me falla, anotaron Washington Hernández -un talentoso volante uruguayo-, Richard Smith, y no recuerdo quién más...

En cambio, jamás olvidaré la inusual escena de un técnico dispuesto a pasar la noche entera en la calle, inspirado por sus dioses del fútbol y la mortal afición.

Ocho guerreros y una gacela

Nadie debería hablar de ese clásico. Debería ser prohibido tanto para vencidos como para vencedores, como un noble gesto entre acérrimos rivales frente a un suceso tan épico como grosero.

La epopeya —me quedo con esa palabra para preservar la historia, sin herir la memoria de nadie— evoca a un Saprissa arrinconado, destinado a sufrir, con solo nueve hombres en el campo por sendas expulsiones, sometido por un Alajuelense en una buena temporada, con figuras de sobra y el Alejandro Morera Soto abarrotado, como solo se llena un estadio en día de campeonización.

No recuerdo el año ni los técnicos, pero aquella jugada es imposible de olvidar. Con todo Saprissa metido en su terreno y Alajuelense avasallando, Gerald Drummond recuperó la pelota en el medio campo y emprendió al galope un ataque imposible, con media cancha por delante y sin compañero disponible. Como si corriera los 100 metros planos, no miró más que hacia el frente, lanzando el balón al espacio, persiguiéndolo más que conduciéndolo, hasta quedar cara a cara con una gloria inimaginable.

Aquel gol no solo le quitó a Alajuelense el título; provocó la salida de varios jugadores y se convirtió, quizás, en el inicio de las fatalidades rojinegras en finales.

P.D.: En este caso caí en la tentación de revisar —para no dejarlo todo a mi memoria— y descubrí que Drummond no arrancó en media cancha, sino más atrás, casi en un cuarto del terreno. Tampoco era la final del torneo, sino la segunda fase; Alajuelense podía campeonizar ese día, pero Saprissa necesitaba dos partidos más (igual sigo creyendo que ese día la Liga perdió el título). Fue en 1998 y el juego finalizó 2 a 0.

Rompecabezas de una afrenta

En este caso, puede desconfiar por completo de mi memoria; estoy casi seguro de que mezclo recuerdos de distintos partidos, formando una especie de collage de clásicos creyéndolo el mismo juego.

Eran tiempos de golpes en la mesa, de fichajes arrebatados, de mofas entre dirigencias. Alajuelense había contratado a Steven Bryce como respuesta al fichaje de Reyner Robinson, la nueva estrella limonense que, camino al Morera Soto para ser presentado como nuevo jugador rojinegro, se detuvo en Tibás y firmó con Saprissa. A Alajuela solo llegó una caja, supuestamente enviada por un directivo morado a sus homólogos rojinegros, con varios pollitos en su interior.

La afrenta terminó con la contratación de Bryce y, tiempo después, de Rolando Fonseca. Ambos deleitaron a la afición rojinegra con goles en varios clásicos. Hubo uno, sin embargo, en el que Alajuelense goleó por al menos 4 a 0, con anotaciones de Bryce. ¿O estaré armando un rompecabezas de distintos juegos? No me extrañaría.

Sí me atrevería a apostar que Bryce fue el verdugo de Saprissa en su primer clásico como manudo.

p.d. Una información del periodista Luis Enrique Bolaños me deja en claro por qué no resulta fácil precisar a pura memoria: en su videoteca presenta un juego de la temporada 2000-2001 y menciona que Bryce le ha anotado cuatro veces a Saprissa en los últimos tres juegos.

Mi primera crónica

Eran días de universidad, a inicios de los 90; días de un cangrejo con queso y un Hi-C como almuerzo en alguna zona verde de la UCR, frente al viejo edificio de Ciencias Sociales, detrás de la biblioteca Carlos Monge. Aún sin la certeza de dedicarme al periodismo deportivo —aunque no me disgustaba la idea—, me enfrenté a mi primera crónica, encargada por el maestro Gaetano Pandolfo, una leyenda del periodismo deportivo escrito. Nos asignó el clásico, uno jugado en Tibás, el cual seguí por televisión, sin acreditación ni dinero para comprar la entrada, siendo apenas un estudiante universitario.

Aquella noche, Saprissa arrinconó a la Liga con voracidad. Se puso arriba en el marcador y continuó su acoso con despiadadas intenciones. Remates iban y venían: tiros a un palo, al otro, al horizontal. Los postes salvaron a Alajuelense de una goleada, pero la tenacidad les concedió algo más: en uno de sus escasos ataques, con ese favor que a veces la vida concede a quienes resisten, llegó un penal.

Creo que lo lanzó Mauricio Montero, logrando el 1 a 1 en el marcador de un clásico más, entre tantos que se han jugado y destinado al olvido de aficionados y periodistas, aunque imborrable para mí. Quizás no recuerdo el partido con exactitud, pero nunca olvidaré aquel “Excelente” escrito de puño y letra por el profesor en las dos páginas que le había entregado. Sin duda me impulsó a estar hoy aquí, más de 40 años después, escribiendo sobre clásicos.

Inolvidables Saprissa vs. Alajuelense

Por supuesto que recuerdo un sinnúmero de clásicos más, algunos con marcador, de otros simplemente fragmentos. Incluso jugadas, como la carrera de Austin Berry con Max Sánchez haciendo el máximo e infructuoso esfuerzo por alcanzarlo en la final del 91. El paradón de Erick Lonis al ángulo ante un tiro libre de Miso que nunca sabremos sin cruzó la línea de gol. El gol de Miso, de nuevo ante Lonis, por en medio de las piernas del cancerbero. Los festejos del Paté Centeno como actor de teatro, reverencia incluida. Los penales lanzados por Jeaustin Campos. La goleada rojinegra en la definición del campeón de Concacaf. El gol de Juan Cayasso, de cabeza, vestido por primera vez de morado contra sus excompañeros rojinegros. La clase de Bryan Ruiz eludiendo al arquero para definir. La colección de tantos del Mariachi Solís...

Читайте на 123ru.net