El fallo de seguridad en Paiporta fue confiar en el “bálsamo real”
Los expertos creen que no hay modo de eliminar el riesgo en un escenario de caos como el que Felipe VI se decidió a visitar y apuntan al error de pensar que la presencia de los monarcas apaciguaría la rabia
Lanzan objetos y fango al rey, Sánchez y Mazón a su llegada a Paiporta al grito de “¡asesinos!”
La desesperación de un pueblo que ni siquiera puede enterrar a sus muertos, sumada a la presencia de agitadores ultras con una oportunidad única de tener muy cerca a las máximas autoridades del Estado, desembocaron el domingo en agresiones al presidente del Gobierno y a los reyes de España. ¿Hubo un fallo de seguridad en Paiporta? Las fuentes consultadas de los servicios de Información y otras dedicadas a labores de escolta coinciden en la imposibilidad de garantizar por completo la integridad de Felipe VI y Pedro Sánchez en un escenario como el que la Casa del Rey se empeñó en visitar.
“Si quieres no vengo y me quedo en Madrid”, le espetó el monarca a una de las personas que le reprochaba su visita. La afirmación del jefe del Estado explica por qué las decisiones políticas van primero y los dispositivos de seguridad se adaptan a ellas. El servicio para la Casa del Rey, encomendado a la Guardia Civil, actuó como hace en otras ocasiones. Visitó la zona antes de que acudiera el jefe del Estado y lo que encontró no se puede asemejar a nada anterior: Felipe VI y la reina Letizia asistirían a un escenario de caos.
En ese marco, cualquier actuación de los agentes de Información precedente resulta imposible de reproducir. ¿Qué amenaza iban a detectar entre individuos que se afanaban en retirar barro y amontonar enseres?, se preguntan fuentes de esa especialidad. ¿Y los cordones de seguridad alrededor de las personalidades? Precisamente son esos anillos los que no se pueden introducir si lo que buscaba la Casa del Rey era el contacto directo de Felipe VI y doña Letizia con los afectados por las riadas.
Aún en este contexto queda en evidencia la vigilancia policial de la red, con grupos de extrema derecha que han ido retransmitiendo en directo sus desplazamientos a la zona del desastre. Entre las alarmas también figura el mensaje del agitador Javier Negre, una figura próxima al Partido Popular –el propio president Mazón le abraza en un vídeo reciente–, en el que advierte de la visita de las autoridades y desliza una incitación a la violencia: “Si estáis cerca ya sabéis. PD: el rey no tiene culpa”.
Todos esos indicadores resultan una cuestión menor cuando la decisión de visitar la zona cero de la tragedia estaba tomada por la Casa del Rey, cuyo servicio de seguridad lideró el dispositivo, como ocurre siempre que se produce la presencia del monarca junto a otras autoridades. El servicio de seguridad de Moncloa, formado por policías nacionales, adoptó la decisión de sacar al presidente del lugar y ni siquiera tuvo opción de evitar la agresión que sufrió, la más grave de la jornada de incidentes. Los expertos consideran una temeridad, desde el punto de vista de la seguridad, que Felipe VI continuara en la zona después de la agresión a Sánchez y de recibir insultos y barro.
Con su frase airada, Felipe VI había respondido a la pregunta de si merecía la pena, al menos para él, arriesgarse a lo que finalmente ocurrió. Pero hay otro elemento que las fuentes consultadas apuntan como definitivo para asumir ese riesgo: introducir en la ecuación el hecho de que, en el pasado, la presencia de la familia real ha actuado como “bálsamo” contra la indignación ciudadana en escenarios de dolor y rabia. En Paiporta, el bálsamo se diluyó. No sirvió para evitar la ira contra Sánchez o Carlos Mazón. Esta vez ni siquiera sirvió para envolver a los propios monarcas.
El funeral del 11M: un precedente que induce al error
La Casa Real disponía de varios precedentes sobre la reacción de las víctimas a los que recurrir erróneamente: el terremoto de Lorca, el accidente del Alvia o el funeral del 11M. La dimensión de la tragedia en Valencia hace inevitable el recuerdo de los atentados terroristas de Atocha, con sus 192 muertos. El funeral por todos ellos se celebró en la Catedral de la Almudena 12 días después de que explotaran las bombas.
Para entonces, la gestión que el Gobierno del PP había hecho de la tragedia en las horas posteriores provocara un vuelco electoral. Al desgarro que habían producido las pérdidas se sumaban ya las evidencias de las mentiras oficiales. Y en ese escenario, las figuras de Juan Carlos I, la reina Sofía y el todavía príncipe Felipe VI y doña Letizia se convirtieron en asidero emocional para los familiares.
Al término de aquella ceremonia, la reina Sofía rompió a llorar, Juan Carlos I y su hijo se abrazaban a los afectados, Letizia terminó sujetando la foto de un fallecido en los trenes que le había entregado un familiar… Solo un grito acusando a Aznar de la tragedia se oyó al comienzo del acto. El entonces president de la Generalitat, Pasqual Maragall, contaría después que se había acercado al presidente en funciones para trasladarle que le parecía “injusto”.
En ese momento, la teoría de la conspiración no había envenenado todavía una parte de los españoles, como haría en los meses posteriores. Pero el escenario actual es radicalmente distinto. La proliferación de las redes sociales y el auge de la extrema derecha hacen de cualquier acontecimiento un lodazal de bulos que convierte en irrespirable la contienda política, con un Partido Popular y unos medios de comunicación que a menudo se dejan arrastrar.
En este clima, la tragedia provocada por la DANA en Valencia ha supuesto terreno fértil para los creadores de mentiras y los medios de comunicación que conviven con ellos, no solo para los activistas de la extrema derecha en la red. Una parte de los que antes exigían una condena diáfana de la violencia para discutir de cualquier asunto político, por muy alejado que éste estuviera de la actividad terrorista de ETA, acaban de introducir un “pero” en la conversación. Y lo han hecho para explicar la agresión al presidente del Gobierno de en Paiporta. Esta vez, el ataque es objeto de condena “pero…”.