Venezuela y la tormenta perfecta: un liderazgo atrapado entre fuerzas globales y locales
La película La Tormenta Perfecta (2000), basada en hechos reales, narra el trágico destino del barco pesquero Andrea Gail, atrapado en un entorno hostil donde fuerzas meteorológicas convergen, superando las capacidades humanas para controlarlas. Este relato de adversidad se convierte en una poderosa metáfora para entender la crisis venezolana. En este país, una combinación de factores políticos, económicos y geoestratégicos ha generado una situación de inestabilidad tan compleja como peligrosa, en la que múltiples intereses chocan y amenazan con profundizar el desastre.
Nicolás Maduro, al frente del gobierno, enfrenta una creciente desaprobación interna debido a la crisis económica y social que ha dejado a millones de venezolanos en condiciones de pobreza extrema o en busca de refugio en el extranjero. Sin embargo, ha logrado mantenerse en el poder gracias a un sistema que combina lealtades en las fuerzas armadas, un aparato de seguridad eficiente en la contención de la disidencia y el respaldo de aliados internacionales estratégicos como Rusia, China e Irán. Este panorama se agrava por la fragmentación de la oposición, que ha mostrado dificultades para unificar una estrategia efectiva frente a un régimen que opera con herramientas de control político bien consolidadas.
En medio de este contexto, la figura de Edmundo González Urrutia añade un nuevo elemento a la ya compleja ecuación. El 28 de julio, González Urrutia ganó las elecciones con más del 78% de los votos, pese a que más de 8 millones de venezolanos en el exterior no pudieron ejercer su derecho al sufragio. Si se hubiera contabilizado esta participación, la victoria podría haberse traducido en un abrumador 90% a favor de un cambio significativo hacia la libertad. Esto lo diferencia de figuras como Juan Guaidó, ya que González Urrutia no solo busca liderar desde la distancia, sino que ha anunciado su intención de regresar a Venezuela para juramentarse. Este gesto no es simplemente un intento por asumir el poder, sino un compromiso con el principio de autodeterminación de los pueblos. En contraste, Maduro, al aferrarse al poder y rechazar la voluntad popular, violenta este principio fundamental, lo que podría justificar medidas extraordinarias para restaurar la soberanía del pueblo venezolano.
La tormenta: fuerzas en colisión
La situación venezolana se presenta como una tormenta política alimentada por factores internos y externos complejos. Internamente, el régimen de Nicolás Maduro ha mantenido su control mediante un aparato represivo y fuerzas leales, lo que algunos autores, como Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, describen como un «autoritarismo competitivo». Esta estructura, que combina elementos democráticos superficiales con un control absoluto del poder, ha generado una crisis humanitaria de magnitudes alarmantes, con millones de venezolanos en el exilio y una población que enfrenta inflación, escasez de recursos y el colapso de servicios esenciales. Sin embargo, la oposición venezolana ha cobrado renovada fuerza, centrada en el poder del voto como herramienta de cambio, lo que se reflejó en la victoria electoral de Edmundo González Urrutia, quien, con un fuerte respaldo popular, podría encarnar la esperanza de una transición hacia la democracia.
En el plano internacional, Estados Unidos y Europa tienen un papel clave en esta dinámica. A pesar de la estrategia de máxima presión implementada por la administración de Donald Trump, el régimen de Maduro sigue resistiendo, apoyado por potencias como Rusia y China, que lo utilizan como un bastión geopolítico. Sin embargo, la creciente cohesión de la oposición y el respaldo masivo de la población venezolana ofrecen una oportunidad para que actores externos impulsen medidas más contundentes. La fecha del 10 de enero, cuando González Urrutia asumirá su rol como presidente legítimo, marca un hito simbólico para la transición. Como señala Joseph Nye, la combinación de poder duro y blando puede ser crucial para generar un cambio significativo, y la legitimidad internacional jugará un papel fundamental en garantizar la autodeterminación del pueblo venezolano y la consolidación de una nueva etapa para el país.
El peso del conflicto global
La crisis venezolana se desarrolla en un contexto global marcado por crecientes tensiones geopolíticas, especialmente la invasión rusa a Ucrania, que ha desviado la atención y los recursos de Estados Unidos y sus aliados, relegando a Venezuela en la agenda internacional. No obstante, Venezuela sigue siendo estratégica debido a su ubicación y vastos recursos energéticos, lo que atrae el interés global, particularmente de potencias como Rusia y China. Estos países ven en el régimen de Nicolás Maduro un contrapeso frente a la influencia occidental, lo que mantiene a Venezuela como una pieza clave en el tablero internacional, a pesar de la crisis interna.
La reelección de Donald Trump podría reavivar la política de máxima presión que adoptó durante su mandato, caracterizada por sanciones económicas y un discurso directo contra el régimen de Maduro. Aunque esta estrategia no logró derrocar al gobierno en su primera administración, debilitó su capacidad financiera y aisló diplomáticamente al país. El retorno de Trump podría proporcionar un impulso renovado a la oposición venezolana y aumentar la presión sobre los aliados de Maduro, lo que tendría implicaciones no solo para Venezuela, sino también para el equilibrio de poder global. Como argumenta John Mearsheimer, las grandes potencias deben priorizar sus intereses estratégicos, y una intervención decidida en Venezuela podría fortalecer los principios democráticos en el hemisferio occidental, reafirmando el liderazgo global de Estados Unidos.
¿Un naufragio inevitable?
Así como el capitán Billy Tyne en La Tormenta Perfecta subestimó la magnitud de los peligros que enfrentaba, los actores políticos venezolanos y sus aliados externos parecen estar atrapados en una serie de decisiones que podrían desatar eventos de impacto profundo. El 10 de enero de 2025 marca un punto de inflexión, un día que, según diversos analistas y actores políticos, podría desencadenar cambios significativos en Venezuela. Edmundo González Urrutia, quien ha prometido juramentarse como presidente legítimo dentro del territorio venezolano, ha centrado las esperanzas de la oposición en una acción que podría alterar drásticamente el equilibrio político. Este acto desafiante, en medio de un régimen autoritario que no tolera la disidencia, no solo tiene un alto simbolismo, sino que también podría ser el catalizador de una reacción en cadena tanto dentro como fuera del país.
La posibilidad de que González Urrutia cumpla esta promesa introduce una incertidumbre estratégica que ningún actor político puede ignorar. Si logra ingresar al país y juramentarse, podría forzar a las fuerzas armadas y a los aliados internacionales de Maduro a tomar decisiones críticas. Esto podría fracturar la cohesión dentro del régimen o, por el contrario, fortalecer la represión para reafirmar su control. Como lo señala Steven Levitsky, los regímenes híbridos como el de Venezuela suelen enfrentar riesgos mayores cuando se ven confrontados por desafíos internos que cuestionan directamente su legitimidad. Por tanto, la juramentación podría ser el inicio de un cambio político significativo o una intensificación de la crisis humanitaria y política que ya asola al país.
El impacto de este evento no se limita a las fronteras venezolanas. La comunidad internacional, especialmente Estados Unidos y la Unión Europea, deberá decidir cómo responder ante un posible cambio de liderazgo político en Venezuela. La juramentación de González Urrutia podría ser interpretada como una oportunidad para redoblar esfuerzos diplomáticos y económicos que lleven a una transición pacífica. Alternativamente, si la reacción del régimen es violenta, podría desencadenar una respuesta más firme, incluso militar, por parte de actores externos. Según Joseph Nye, el poder inteligente combina elementos de poder duro y blando, y el 10 de enero podría marcar un punto de quiebre donde ambos tipos de estrategias converjan para redefinir el panorama político venezolano.
Preparados para la libertad: entre la tormenta y la esperanza
El caso del Andrea Gail no solo evoca la fuerza incontrolable de la naturaleza, sino también el espíritu humano que lucha incluso en las peores circunstancias. Venezuela se encuentra en medio de su propia tormenta perfecta, una combinación de crisis políticas, sociales y económicas que parecen insuperables. Sin embargo, en cada tempestad hay un momento de calma potencial, una oportunidad para emerger hacia la luz. Si los líderes como Edmundo González Urrutia logran mantener firme el timón, el país podría encontrar su camino hacia la libertad y la reconstrucción. Ese día, el cielo de Maiquetía no estará nublado por la incertidumbre, sino lleno de vuelos que traerán de regreso a aquellos que se han marchado, los hijos volverán a abrazar a sus padres, y los abuelos, con lágrimas en los ojos, volverán a reír con sus nietos.
La imagen de un avión aterrizando en Maiquetía, con familias aguardando ansiosas en la terminal, será el símbolo de una nación que resurge. Las madres que esperaron años para abrazar a sus hijos y los amigos que crecieron separados por un océano finalmente se encontrarán. En esas reuniones se escuchará el eco de un país que no se dejó vencer por la adversidad, un país que enfrentó su tormenta y se atrevió a soñar con cielos despejados. Como dijo alguna vez Mario Benedetti, «El regreso tiene un sabor a desagravio, a reparación, a justicia»; así será la vuelta a casa para millones de venezolanos.
En los pueblos y ciudades, los parques volverán a llenarse de niños jugando, y las plazas de abuelos narrando historias. Las casas, muchas de ellas en silencio por años, vibrarán nuevamente con las voces de quienes regresen. El aroma del café recién colado se mezclará con el sonido de risas familiares, y las calles recobrarán su bullicio, ese que solo se siente en un país que comienza a sanar. Este renacimiento será un tributo a quienes resistieron en el país y a quienes, desde el extranjero, nunca dejaron de soñar con volver. Entre esos regresos llenos de significado estarán los de los magistrados del Tribunal Supremo de Justicia en el exilio, quienes cargaron con el peso de su dignidad y su compromiso con la justicia mientras sufrían la separación de sus familias y la pérdida de la vida que conocían.
Desde 2017, los magistrados en el exilio representaron el primer acto de reinstitucionalización de un país atrapado en una tormenta política. Obligados a huir por defender los principios democráticos, sacrificaron su libertad, dejando atrás a sus familias y enfrentando tanto la admiración de quienes valoraban su valentía como el rechazo de quienes los denigraban. A pesar de los sacrificios, nunca dejaron de mantener viva la esperanza de regresar, fieles al juramento de velar por la justicia y el bienestar de su nación. Su exilio no fue un retiro, sino un acto de resistencia en la defensa de la democracia.
Cuando finalmente regresen a Venezuela, lo harán como símbolos de que la justicia y la verdad no pueden ser exiliadas para siempre. Su regreso no solo marcará el cierre de un capítulo doloroso, sino también el comienzo de un nuevo ciclo de reconciliación y reconstrucción. Recibidos por su pueblo con lágrimas y aplausos, los magistrados representarán la dignidad intacta en medio de la adversidad y la prueba de que, aunque demorada, la justicia siempre encuentra su camino de vuelta. Su retorno será el renacer de un ideal colectivo para cimentar el futuro de una Venezuela libre. En medio de esta esperanza, resuenan los versos de Juan Antonio Pérez Bonalde, quien con Vuelta a la Patria nos dejó un retrato poético del regreso después de la distancia:
«¡Oh, qué dulces y qué suaves
son las lágrimas que el suelo
de la patria hace verter!
¡Oh, qué grato es el gemido
que se exhala en su regazo
al hogar volviendo fiel!»
Este poema no es solo una elegía al regreso, sino una promesa de lo que puede ser: el fin de la tormenta, el puerto seguro después del naufragio. El desafío de hoy no es solo sobrevivir la tormenta, sino prepararse para la libertad. Esto requiere visión, sacrificio y una fe inquebrantable en la posibilidad de un nuevo amanecer. Cuando Venezuela finalmente emerja de estas aguas turbulentas, lo hará no solo como un país que superó la adversidad, sino como un faro para todos aquellos que alguna vez se sintieron perdidos en su propia tormenta. La historia no será un naufragio, sino un relato de esperanza y redención.
Luis Manuel Marcano Salazar es doctor en Historia (UCAB) y académico en la Universidad SEK de Chile.
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