‘El capitán tiene que morir con la nave’, decía piloto fallecido en accidente de avioneta
Desde que Mario Miranda era un adolescente le quedó grabada una frase que su padre, don Cleto Miranda, le repetía con convicción: “El capitán tiene que morir con la nave”. Estas palabras, que un día parecieron un simple lema, marcaron su vida y su destino, según contó su amigo Andrés Cordero.
Cuando don Cleto falleció en un accidente aéreo en el 2000, Mario aún no tenía previsto seguir los pasos de su padre como piloto. Sin embargo, siempre creyó que su progenitor hizo todo lo posible para salvar a los demás ocupantes de la aeronave, un sacrificio que daba sentido a aquella frase que lo definía.
“De hecho, el papá de Mario estrelló la avioneta sobre el lado de él. Entonces, esas palabras reconfortaron a Mario cuando fue ese accidente”, relató Cordero. Ahora, Andrés está seguro de que Mario actuó con el mismo espíritu heroico en medio del reciente siniestro que le costó la vida.
“Yo sé que cuando supo que tenía que hacer algo, él dijo: ‘yo a ellos los tengo que salvar’. Que una muchacha quede viva en esta situación, hace que la muerte de Mario no fuera en vano”, agregó.
Mario y Andrés se conocieron cuando eran niños. A pesar de que Mario era seis años mayor, compartieron juegos en la infancia y aventuras en la juventud que quedaron para siempre en el corazón de Andrés.
Con el tiempo, Mario se convirtió en el hombre de la casa tras la muerte de su padre. Vivía en Desamparados, San José, con su madre y sus dos hermanas menores, a quienes cuidaba con devoción.
Mario, de 40 años, también formaba parte de un grupo de amigos inseparables, que compartían bromas, salidas y un chat grupal que mantenía viva su conexión, incluso cuando la distancia se interpuso. Primero, Mario se trasladó antes de la pandemia de covid-19 a Guatemala por trabajo y, recientemente, Andrés se mudó a Australia. Pero la distancia nunca debilitó su amistad.
“Mandaba videos vacilando, esa era la vida de él”, comentó Cordero a La Nación. Y aunque en ocasiones surgía la pregunta de si no le temía a un accidente aéreo, Mario siempre respondía con serenidad: “Lo que está para uno, está para uno”.
Una vida marcada por el esfuerzo
Tras la muerte de su padre, Mario asumió responsabilidades adultas desde joven. Terminó el colegio y comenzó a vender ropa, perfumes y lentes, artículos que compraba en Miami o en la frontera.
Con las ganancias, financió sus estudios de aviación y cumplió su sueño de volar, en honor a su papá. También trabajó como conductor para plataformas digitales y, gracias a su dedicación, consiguió establecerse como piloto profesional en una compañía.
“Cuando fue a trabajar a Guatemala fue una admiración. Él era un ejemplo de perseverancia”, destacó su amigo. “Era la definición del pura vida. Era muy alegre. A donde iba todos lo querían”, agregó.
En la Navidad, Mario siempre hacía tiempo para estar con su familia y amigos, organizaba carnes asadas e invitaba a todos sus amigos a comer con él. “Por mi parte, me da fortaleza saber que murió haciendo lo que amaba”, concluyó Cordero, quien se enteró del incidente por uno de sus amigos.
El accidente
El pasado lunes, Mario pilotaba una Cessna 206 con matrícula TI-GER, de Aero Caribe Air Charter, que salió de Barra del Tortuguero con destino al aeropuerto internacional Juan Santamaría. A las 12:30 p. m., la aeronave desapareció de los radares y, horas después, se confirmó la tragedia: cinco de los seis ocupantes fallecieron por la caída de la avioneta en los cerros Cedral y Rabo ‘e Mico, cerca de Pico Blanco.
Además de Mario, murieron la copiloto Ruth Pamela Mora Chavarría, de 26 años, y los pasajeros Jean Franco Segura Prendas (28), Gabriela López Calleja Montealegre (64) y Enrique Arturo Castillo Incera (56). La única sobreviviente, Paola Amador Segura, de 31 años, permanece hospitalizada con múltiples lesiones.
Poco antes del accidente, Mario compartió en sus historias de Instagram imágenes de la pista de aterrizaje y de las nubes, mostrando la pasión que lo acompañó hasta el final.