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Otoño

Ella subió con entereza cada peldaño, uno a uno, asida a la baranda como a una vara de triunfo. Cuando empujó la puerta con delicadeza, Él la recibió, Él mismo. La sorpresa se posó en las teclas del Estudio, entró como viento fresco en el recibidor.

«¿Tienes dos minutos para mí?», le soltó en tono cálido, casi un ruego. Él accedió con gusto. La conocía de muchos encuentros, de su capacidad para enhebrar las palabras, para refundir los poemas.

«Por favor, dame un abrazo», le pidió.

No se extrañó, más de una vez le había demostrado su regocijo al verla declamar: los brazos como aspas, los ojos como ascuas y los versos de Juana de Ibarbourou…

«¿Qué es esto? ¡Prodigio! Mis manos florecen/ Rosas, rosas, rosas a mis dedos crecen. (…) ¡Ah, pobre la gente que nunca comprende / un milagro de éstos y que sólo entiende, / que no nacen rosas más que en los rosales / y que no hay más trigo que el de los trigales!».

Incluso, había sido testigo de un suceso singular en la biblioteca del pueblo. Cuando se adelantó en la sala, cuando se empinó en sus zapatos puntiagudos, cuando fueron solo Ella y el escenario…

«Ñeque, que se vaya el ñeque! / ¡Güije, que se vaya el güije! // Pero Changó no lo quiso. / Salió del agua una mano / para arrastrarlo... Era un güije (…) le apagó los grandes ojos, / le arrancó los dientes blancos / e hizo un nudo con las piernas / y otro nudo con los brazos (…)».

Antes de terminar el dramático encuentro del muchacho con el ser fantástico de ríos y lagunas, antes de llegar a los versos finales de la Balada del güije de Nicolás Guillén, un niño del público de la primera fila se había lanzado escaleras abajo, despavorido.

«Un abrazo», repitió con énfasis, «quiero el abrazo de un hombre…».

Cuando Él intentó procesar un pedido de semejante intimidad, un mensaje tan inusitado, Ella le aclaró que había reunido valor para confesar lo que sentía allá en el fondo de su corazón, sin importar lo que nadie pensara, sin importar ninguna convención.

«No tienes que responderme nada…», agregó.

Y de pronto, la radioemisora se convirtió en el plató de la cinta argentina Besos en la frente. Mercedes (China Zorrilla), la dama octogenaria, clama-reclama al tiempo. La muchacha que está adentro se ha enamorado del joven Sebastián (Leonardo Sbaraglia), pero anda atrapada en un cuerpo de vieja.

Golpea el suelo con su bastón, frenética.

Él reclinó su cabeza con ternura, la apretó contra el pecho, le tomó las manos. Y por un instante, todo fue posible.

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