El peor viaje de la vida Pascal de Bruckner : la noche al raso en una azotea de un hotel horrible de Grecia
Vivir mata. Me lo dijo en una ocasión un buen amigo, mucho antes de la epidemia, un día en que comentábamos esta obsesión que nos intentan inculcar para que no comamos nada remotamente cancerígeno, hagamos ejercicio, evitemos el estrés. Como si al final pudiésemos evitar volver al polvo, cuando la única causa de morir, en el fondo, es haber vivido. Pero eso es algo que perdemos de vista a menudo, y ahí está el escritor francés Pascal Bruckner para recordárnoslo. Acaba de publicarse en castellano su último ensayo, ' Vivir en zapatillas. Sobre la renuncia al mundo en la actualidad ', una reflexión surgida de la pandemia, cuando el autor constató que, más que nunca antes, mucha gente está hallando refugio en su bata y sus pantuflas, reacios al mundo exterior, a la realidad. A vivir. Su obra empieza recordando a un personaje literario ruso, el terrateniente ruso Oblómov , un vago de manual que se propuso vivir sin hacer nada de nada: «La locomoción, el estar de pie no son para él más que interrupciones entre dos permanencias en la cama o en el sofá». Unos capítulos más adelante, nos encontramos con Madame Bovary , a quien todos corremos el riesgo de asemejarnos cuando tenemos el móvil entre las manos. « Debería ser una simple máquina, pero estamos a su servicio », asegura el escritor. El resultado es un choque entre la realidad que nos rodea y la que nos asalta a través del aparatito, que con sus filtros siempre parece más bonita. Como la realidad que imaginaba la heroína de Flaubert, que inevitablemente le hacía insoportable la realidad. Para lo que hay que ver fuera, mejor quedarse en casa, o meter la cabeza en la pantalla. Frente a esto, Bruckner predica la necesidad de vivir la vida, pero la vida de verdad: «Hay que abrir la ventana, respirar aire fresco, salir a la calle, conocer a gente, asumir riesgos, conocer los riesgos que asumen los otros, interactuar». «La otra opción, encerrarse en uno mismo, es muy aburrida y el aburrimiento, que es una monotonía de repetir y repetir, es tremendo», advierte. El autor señala, además, una paradoja bien curiosa. En las sociedades europeas, con muchos menos problemas y preocupaciones de las que hay en otras zonas del mundo, parece que vivamos yendo de drama en drama. «Fíjese: en la sociedad actual recibimos constantemente mensajes sobre lo importante que es estar tranquilo, descansar, hacer yoga, hallar la paz interior, pero nuestras vidas, las vidas de los ciudadanos europeos, son muy tranquilas». Visto así, «la solución para nuestra banalidad no es la calma, sino la actividad». Hombre de amplio bagaje intelectual, con su ensayo lleno de referencias literarias, es inevitable preguntarle si la literatura, al ponernos delante del espejo de una Bovary o de un Oblómov , puede salvarnos: «Sí, nos puede salvar, nos puede ayudar, pero no hay una oposición entre leer y salir al exterior, ambas cosas compatibles». Pascal Bruckner va incluso más allá, afirmando que, de hecho, «la literatura no puede significar encerrarse, sino que tiene que significar abrirse.» Con tanto hablar de gente que no se mueve del sitio da un cierto reparo preguntarle por un mal viaje. Su respuesta es rapidísima, lo tiene muy claro. Fue un viaje a Grecia que hizo en compañía de su hijo menor. Salió todo mal, o casi: «El hotel era feo, y además tuvimos que dormir varias noches en la azotea porque estaba completo». «Todo calamidades», rememora, llevándose las manos a la cabeza. « Volvimos a Francia en un tren nocturno durmiendo en el suelo , así que llegamos a París más cansados de lo que nos fuimos». Lo mejor del viajecito de marras es que «el ser humano tiende a olvidar rápido lo malo». ¿Acaso, visto el éxito, habría sido mejor quedarse en casa, viviendo en zapatillas? «En absoluto. Siempre, siempre, es mejor el viaje, así la próxima vez ya sabes qué precauciones tienes que tomar». La vida…