Barcelona, la tierra prometida de los festivales
El último fin de semana de septiembre, el festival B, antiguo Cara B, despidió de manera más o menos oficial el verano musical con un doble programa que reunió en el Fòrum a 20.000 personas. En el cartel, Ralphie Choo, Mushka, Abhir, La Zowi, Sen Sera y Rodrigo Cuevas. Semanas antes, el Cruïlla cerraba en el mismo recinto la edición más exitosa de su historia con 77.000 asistentes y el Primavera Sound recuperaba la normalidad y se reivindicaba como «el festival más grande de España» tras congregar a 268.000 asistentes. En el otro extremo de la ciudad, zona Llobregat, el Sónar también rompía su techo y despidió su 31ª edición con 154.000 asistentes. En cuestión de semanas, por la ciudad pasaron PJ Harvey, Pulp, Air, Smashing Pumpkins, Pet Shop Boys, Lana del Rey, Patti Smith, Cat Power, Vampire Weekend, Avril Lavigne y Shery Crow, entre muchos otros. Superada la pandemia y con casi todos los indicadores de la música en directo disparados, Barcelona puede presumir de ser la tierra prometida de los festivales. ¿Exagerado? Para nada. El papel que jugaban a principios de siglo los grandes conciertos, con el Palau Sant Jordi convertido en polo de atracción de giras internacionales, lo representan ahora los grandes festivales de música electrónica y pop más o menos alternativo. El pasado mes de mayo, un titular apuntalaba la tesis: Barcelona, podía leerse, desbanca a Madrid como ciudad con mayores ingresos por eventos musicales. Con una facturación de 132 millones, un 26% de los ingresos totales, la capital catalana se convertía así en uno de los principales destinos de turismo musical de España y en codiciado objeto de deseo de los fondos inversores estadounidenses, que están comprando participaciones de festivales seguros de los beneficios económicos que les van a aportar. El Primavera Sound, por ejemplo, ya es el acontecimiento internacional de mayor impacto económico en Barcelona tras el Mobile World Congress. Según el estudio de la consultora MKTG Spain, el impacto económico del festival ascendería hasta los 272 millones de euros, de los que más de la mitad suponen ingresos directos originados por el evento. Además, el festival generó un total de 7.000 puestos de trabajo directos, y se estima que contribuyó al PIB de la actividad musical de Cataluña con un 11,6 por ciento del total. Un valor más intangible aunque igual de relevante reivindicada el codirector del Sónar, Ricard Robles, en la despedida de su última edición: la «capitalidad». «El contenido y la oferta son exigentes, y conseguimos dar a Barcelona imagen de capital de la música electrónica y la cultura digital», aseguró. Y el Cruïlla, con un cartel que picotea del rock, el hip hop y los ritmos latinos, sacaba pecho (a su manera) de la llamada marca Barcelona: «El Cruïlla es un festival diverso, plural, una muestra de la Barcelona real, no de la Barcelona de postal», dijo su director, Jordi Herreruela. Entre ambas, la real y la de postal, la constatación de que aproximadamente el 40% de los asistentes a festivales barceloneses son turistas, lo que no hace más que resaltar el papel de estos eventos como figura clave a la hora de promocionar Barcelona como destino cultural. Más datos. Según cifras del Ayuntamiento, en 2023 se celebraron en la ciudad 56 festivales de música que reunieron a algo más de un millón de personas. Y como no todo van a ser eventos multitudinarios y mastodónticos, en la lista caben desde clásicos como el Festival de Jazz de Barcelona (56 ediciones y unos 84.000 asistentes) a recién llegados como el Alma Festival (dos ediciones y 67.000 espectadores en la más reciente); citas de todo tamaño que incluyen también Les Nits de Barcelona, el LEM de músicas experimentales, el Mira de artes digitales, el Mas i Mas, el BAM, el Brunch Electronik, el Guitar BCN, el Festival del Mil.leni, el Share Festival… Y así hasta llegar a ese medio centenar largo de eventos musicales de todo tamaño y condición que han hecho de la capital catalana un paraíso para melómanos y festivaleros. Una de las armas (no tan) secretas de los festivales de la ciudad es el recinto del Fòrum, espacio creado en 2004 para el Fòrum de las Culturas y que desde 2005, año en que el Primavera Sound dejó el Poble Espanyol, se ha convertido en epicentro de la programación festivalera de la ciudad. O, como aseguró el director del Primavera Sound, Alfonso Lanza, en la clausura de la última edición del festival, «los primeros cabezas de cartel son Barcelona y el Fòrum». «Muchos promotores nos dicen que jugamos con ventaja», añadió. Tanto es así que, dos décadas después y con el entorno plenamente urbanizado, el Ayuntamiento estudia la manera de mitigar las molestias entre los vecinos. El año pasado ya se puso en marcha una comisión transversal para tratar el encaje de los macrofestivales en la ciudad y a principios de octubre se anunció un «acuerdo» entre todas las partes que partir de 2026 limitaría a 45 el número de conciertos a celebrar en el Fòrum. Según el responsable de Cultura del Ayuntamiento, Xavier Marcé, la selección se hará con criterios de calidad y de interés público y se valorará desde la importancia del festival el trato al público y los artistas locales. En su momento, Marcé ya avanzó que la solución quizá pasase por «una visión metropolitana, más allá de Barcelona ciudad». Una solución que, en cualquier caso, pasa por recintos bien comunicados y fácilmente accesibles en transporte público.