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Trump vs. Sheinbaum, primer round

Donald Trump incrementó la presión sobre México al anunciar este lunes que en su primer día de mandato firmará una orden para imponer aranceles a las importaciones mexicanas y canadienses. Estos aranceles, declaró, se mantendrán hasta que se detenga la “invasión” en las fronteras y el tráfico de fentanilo.

Es cierto que esta amenaza podría ser una estrategia para obtener ventajas en este y otros temas de la relación bilateral, pero no conviene asumir que son solo palabras. Su insistencia en los aranceles a lo largo de la campaña sugiere que, más temprano que tarde, habrá algún tipo de tarifas.

Para James Bosworth, experto en riesgo político, ningún presidente mexicano ha contado con condiciones tan favorables para arriesgarse a llamar el bluff de Trump: “las probabilidades de guerra comercial que dure meses, aunque implique la destrucción mutua de las economías, son mucho más altas de lo que un análisis racional quisiera admitir” (Latin America Risk Report, 26 de noviembre).

Y es que la racionalidad no necesariamente guiará las decisiones en ambos lados de la frontera. En el contexto actual, lo que muchos consideran imposible es, con frecuencia, lo que termina sucediendo. Por eso, es más sensato asumir que las amenazas van en serio. Así lo entendió el primer ministro Trudeau, quien llamó a Trump de inmediato para discutir el tema en una conversación que calificó como positiva.

La respuesta inicial de México no destacó por su racionalidad. En lugar de tomar acciones dentro del marco bilateral, como las sugeridas por Arturo Sarukhan en estas páginas la semana pasada, Sheinbaum optó por jugar para las gradas, haciendo pública una carta que luego envió a Trump, aleccionándolo y advirtiéndole que “a un arancel, vendrá otro en respuesta”. Además, culpó a los estadounidenses por las adicciones y las muertes causadas por el fentanilo, una forma muy poco diplomática de iniciar la relación.

El contraste con López Obrador no pasa desapercibido. No solo permitió que la Guardia Nacional actuara como policía migratoria, sino que nunca tuvo un enfrentamiento con Trump, una notable muestra de autocontención de alguien como López Obrador, quien seguramente suscribiría la advertencia de Rayuela en La Jornada: “Mucho cuidado con el tono, chula, recomendaría don Lázaro. No se trata precisamente de una personalidad sensata”.

La llamada de este jueves con Trump responde mejor a esta admonición que la reacción inicial de la presidenta, aunque las interpretaciones sobre lo acordado fueron divergentes. Según Trump, Sheinbaum se comprometió a detener la migración y a cerrar la frontera. Tras calificar la conversación como “excelente”, Sheinbaum negó en una segunda comunicación haber aceptado el cierre de la frontera. Estos dimes y diretes dificultan la construcción de un entendimiento básico.

No se trata, por supuesto, de “achicarse” frente a Trump, sino de reconocer tanto su personalidad como las asimetrías de poder. Hasta China está evitando la confrontación pública y ha planteado concesiones para evitar una guerra comercial. Pasar por alto esto solo puede explicarse por ingenuidad, impericia o ideología. Ventilar las diferencias, responder a cada declaración, advertir que habrá represalias, en lugar de practicar una diplomacia “silenciosa” a través de canales del más alto nivel con acceso directo al presidente electo, carece de racionalidad. Ese camino nos lleva al terreno que Trump domina y nos coloca en una ruta de colisión.

Pensar que, al final, no ocurrirá nada porque Donald Trump no se va a disparar en el pie, sería un grave error. También lo sería creer que la diplomacia puede hacerse desde la mañanera o en las redes. Pero también existe la posibilidad de que no se esté pensando tanto en la efectividad de las acciones sino en dictados ideológicos que exigen plantarse firme frente al “imperialismo yanqui” sin importar el costo. Más de uno en ese movimiento seguramente piensa que un conflicto con Trump podría venirles como “anillo al dedo” para justificar un giro más decidido hacia la izquierda.

Ya sea por convicción propia o por la presión de los más radicales de su coalición, Sheinbaum podría estar dispuesta a tomar ese camino, si no ahora, en caso de que las presiones continúen. Lo cierto es que este primer round no deja claro dónde está realmente parada la presidenta ni qué tan ideológica será finalmente su respuesta.

Podría optar por el pragmatismo, apostando a una diplomacia alejada de las estridencias y enfocada en acciones concretas para mitigar los riesgos que representa Trump. Sin embargo, también podría envolverse en la bandera y jugar a las vencidas, haciendo alarde de valor y apelando al nacionalismo. El riesgo no sería solo un enfrentamiento directo con Trump, sino también desencadenar una espiral de radicalización con consecuencias ruinosas para México, incluso si la presidenta lograra acreditarse haber rebasado a López Obrador por la izquierda.

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