Más allá del chifa y el entusiasmo, por Ramiro Escobar
El entusiasmo casi febril desatado en algunos compatriotas, y autoridades, por la inauguración del nuevo megapuerto de Chancay, que nos pondrá con más intensidad en el mapa del comercio internacional, tendría que conducirnos -sí o sí- a ver con más calma, inteligencia y perspectiva lo que esto significa. A partir de ahora, China pisará mucho más fuerte acá.
Las palabras laudatorias del presidente Xi Jinping, en su artículo ‘El barco de la amistad-chino peruana: que zarpe hacia un futuro más brillante’, revelan que no vamos a ser sólo una ficha más de ‘La Franja y la Ruta’ (red de rutas, por tierra y mar, para facilitar el comercio internacional chino). Vamos a ser un punto estratégico, inevitable. Un ‘hub’ crucial.
Las líneas de Xi, además, apuntan a algo fundamental para la relacionarse con el gran país asiático: la cultura. Lo sugiere cuando afirma que la civilización china y las civilizaciones americanas fueron creadas por descendientes de “los mismos ancestros”. También dice que hay “sabidurías compartidas”, algo que no le diría al Estados Unidos de Trump.
Eso hay que verlo con lupa. Para que los negocios con China funcionen y sean “sostenibles”, como se ha proclamado en APEC, es indispensable entender cómo se piensa y siente en esa enorme potencia que se nos viene. Si bien se ha ‘occidentalizado’ un poco, tiene entrañas culturales donde, por ejemplo, aún pesa el pensamiento de Confucio.
El profesor e internacionalista chino Qin Yaqing lo precisa en un interesante ensayo donde habla del Tianxia, un concepto que alude a “lo que está bajo los cielos”, y que implica un sistema universalmente aceptado, “justificado por acuerdos que benefician a todos los pueblos”, donde la confianza es central. A ello deberíamos mirar, antes que a los chifas.
Al mismo tiempo, hay que asumir esta nueva etapa con prudencia, pues los chinos tienen estándares democráticos controvertidos y más de un lío socioambiental en sus inversiones (Chancay incluido). Aceptarles todo, generaría una dependencia penosa. Sugiero seguir una máxima del propio Confucio: “los cautos rara vez se equivocan”.