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Trump, aranceles y un juego de alto riesgo geopolítico

Donald Trump ni siquiera es presidente aún, pero el mundo ya está inmerso en un baile disfuncional con él. Los titulares proclaman el inicio de su guerra arancelaria, mientras que los comentaristas pronostican todas las cosas desastrosas que ocurrirán como resultado.

Pero la mayoría de estos análisis malinterpretan fundamentalmente al presidente electo y sus "políticas". Trump no es un legislador. Ni siquiera es proteccionista (eso requeriría un sistema de creencias políticas). Tampoco es un verdadero nacionalista (ídem). Es un oportunista.

Si piensa en la economía mundial como una gigantesca mesa de juego de Las Vegas, el mercado de consumo estadounidense como la ficha más valiosa del mundo y a Trump como un astuto negociador en una partida de póker de alto riesgo, entenderá mejor cómo podrían ser los próximos cuatro años.

Para empezar, recordemos que nada, y quiero decir nada, de lo que diga el próximo presidente de Estados Unidos. puede darse por hecho hasta que no se haya secado la tinta, y si la historia sirve como referencia, probablemente ni siquiera entonces. Seguimos intentando analizar los movimientos de Trump como lo haríamos con los de un presidente normal. Pero no es un titular del cargo normal, y nunca lo será. Es un negociador compulsivo, alguien que adora dirigir una dura negociación y ganar, o al menos dar la impresión de hacerlo.

Este es el verdadero contexto de los nuevos aranceles que Trump prometió la semana pasada para México, Canadá y China

No hay que pensarlo como un claro signo del proteccionismo del América Primero, la nostalgia por la manufactura, las medidas iniciales de una política industrial bien planificada, o, ni siquiera, como una preocupación real por la inmigración que cruza las fronteras de EE.UU. o por los estadounidenses adictos a los opioides que reciben fentanilo procedente de China a través del e-commerce.

Hay que verlo como una partida que Trump necesita ganar. Hay que pensar en los aranceles contra México y Canadá, por ejemplo, como una ronda de Texas Hold'em.

En esa versión del póker, las apuestas son claras y elevadas. La inmigración ilegal y el tráfico de drogas a través de las fronteras sur y norte de EE.UU. es un tema importante para la base de Trump, y probablemente será capaz de obtener algún beneficio político rápido en forma de promesas en torno a una mejor aplicación de la ley.

Trump considerará cualquier pequeña concesión de cualquiera de los dos países como una victoria, pero aquí también se está enviando otro mensaje. El mensaje es la inclusión de China en la combinación de aranceles en este momento concreto.

Sí, el fentanilo producido en China que llega a EE.UU. a través de México es un hecho real. Pero la cuestión más importante es que, a medida que las cadenas de suministro siguen realineándose a nivel mundial, China ha utilizado México como vía de entrada en el mercado de consumo estadounidense, algo que los proteccionistas comerciales y los halcones de China en la actual administración realmente querrían limitar.

En este sentido, el anuncio de los aranceles podría verse como la primera carta de una ronda de cinco, un juego de póker en el que hay varias rondas de apuestas y nadie conoce la mano completa de ningún jugador hasta el final. Los vecinos más cercanos de EE.UU. han sido puestos sobre aviso de lo que puede venir (¿quizás una renegociación del Tratado entre EE.UU., México y Canadá?), lo que siempre es una buena estrategia de póker.

Si se produjera una renegociación así, algunas de las industrias más afectadas serían las del acero, la energía y los autos. De este modo, las amenazas arancelarias dirigidas a México y Canadá pueden ser sólo la primera carta que se tire en una partida global más larga sobre las cadenas de suministro de la industria automotriz, tanto convencionales como limpias.

Los fabricantes de automóviles alemanes, por ejemplo, deben saber que los aranceles al sector podrían utilizarse como arma para intentar suavizar las relaciones políticas con Beijing y animar a los aliados a adoptar el enfoque estadounidense para hacer frente al mercantilismo chino.

Alemania y otros países europeos también saben que la siguiente carta en caer podría ser la amenaza de aranceles más amplios sobre la Unión Europea como forma de obligar al bloque a aumentar el gasto y la autosuficiencia en seguridad y defensa. Trump no tiene ningún interés real en el destino de Ucrania, y aparentemente no le preocupa que se perciba que cede ante el presidente ruso Vladimir Putin. Pero también le ha tocado una carta difícil en esta ronda: la inflación. Los aranceles a los productos europeos de alto valor causarían un golpe inflacionario que se haría sentir de inmediato. Así que, en lo que se refiere a Europa, los faroles de Trump pueden no funcionar.

Su partida más difícil será, por supuesto, con China. Allí, juega a un juego totalmente distinto: el Mahjong, en el que las complejas estrategias y las numerosas variantes de manos hacen que sea difícil dominarlo, por no hablar de ganar a él. Aunque los aranceles a China pueden ser menos inflacionarios que los aplicados a Europa, hay que lidiar con cadenas de suministro profundamente enmarañadas, así como con la división dentro de su propio Gabinete entre los miembros de Wall Street, favorables a las empresas, y los más proteccionistas del MAGA [Make America Great Again].

Por último, está la cuestión de Taiwán. Trump odia las guerras en el extranjero, pero tampoco soporta parecer débil. Tras las elecciones de noviembre, Beijing llamó a Taiwán "nación huérfana", el tipo de burla que Trump odia. Pero una guerra en el Mar del Sur de China sería un desastre para todos los implicados, económica y políticamente.

Prepárense para cuatro años de póker geopolítico de alto riesgo.

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