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El barrio como escenario

SANCTI SPÍRITUS.— El corazón de Jesús María, un fragmento de urbe yayabera con olor añejo y humildad por todos sus poros, se volvió el más fastuoso de los escenarios. Justo cerca de donde descansan las raíces del coro de clave —único exponente de su tipo en Cuba con 110 años de vida— y a la sombra de la otrora Iglesia de Jesús de Nazareno, regalaron arte las más jóvenes generaciones de este territorio.

«Teníamos como deuda lograr acercarnos mucho más a las comunidades. Queremos mostrar en esos espacios el resultado de las líneas de trabajo de cada una de las manifestaciones que se imparten en nuestro plantel, tanto en música y danza, en el nivel elemental, como en la especialidad de instructores de arte», refiere Dayana Ruiz, especialista en Programación y Comunicación en la escuela de arte Ernesto Lecuona Casado.

Con esa máxima nació Arte en el barrio, la iniciativa de la única institución educativa perteneciente a la enseñanza artística en Sancti Spíritus, cuyo debut fue en una de las zonas urbanas vulnerables de la capital provincial.

En plena calle sin asfalto y rodeada de casas estrechas donde predominan los techos de tejas, dio la bienvenida a los noveles artistas el calor de los vecinos, en su mayoría seguidores de las canciones del reparto y los acordes llegados desde la lejana África hace siglos.

«Desde que supimos la intención de la escuela todos aceptaron participar, y se involucraron en la preparación de las condiciones de la cuadra. Buscaron todos los elementos que tenían a mano para decorar», cuenta Geanny Penicós Jonás, delegada de la circunscripción 133 del consejo popular Jesús María.

«En momentos tan complejos como los que vivimos, resulta trascendental que se acerquen propuestas como estas a nuestros barrios vulnerables. Muchos de nuestros niños y niñas, por diversos motivos, no visitan las instituciones culturales y consumen solo lo que más cerca tienen, que no siempre son las mejores propuestas. Por tanto, esta idea nos ayudará a ser una mejor comunidad».

José Ángel Meneses, natural del municipio montañoso de Fomento, pero adoptado desde hace muchos años por esa zona espirituana, conoce bien por su experiencia como actor y director de teatro cuán enriquecedor es el diálogo con los públicos más distantes de las salas oscuras. Su proyecto Teatro Garabato tiende a salir con sistematicidad fuera de su sede en el Centro para las artes, una experiencia que inculca a sus estudiantes en la formación de instructores de arte.

«Reanimar las comunidades para que el arte no se quede en la élite es una prioridad —agrega quien fue el máximo responsable de la acción de la institución educativa—. Además, visibilizamos qué opciones tiene la escuela, para que quienes viven en estos lugares se motiven a presentarse en las pruebas de captación o asistan a sus talleres. Y de paso nuestros educandos se nutren con estos públicos.

«Ha sido muy interesante ver las expresiones desde el escenario de quienes escucharon el violín, tal vez fue la primera vez en vivo para muchos de ellos. Sucedió igual cuando disfrutaron de ballet o de la banda de música de la escuela. Así influimos en sus gustos y, por supuesto, en su formación estética».

Arte de gigantes

Cuando María Monserrat González Solano, futura instructora en la especialidad de Artes Visuales, plantó el caballete en la esquina de Varela y Don Pedro Legón, no imaginó que le rodearían de inmediato tantos ojos curiosos. Cada uno de sus trazos fue seguido por muchas preguntas.

«Ha sido una experiencia muy enriquecedora, sobre todo para quienes al egresar de la escuela seremos formadores de niños como esos que nos acompañaron en la actividad. Nos pidieron dibujar y los dejamos, para estimularlos. En estos diálogos he confirmado que no me equivoqué en elegir mi carrera».

Tal vez la trinitaria de diez años Nayaly Elizabet Martínez desconoce que es heredera de Catalina Lara, la espirituana que rompió con más de un estereotipo social por ser negra y pobre y aun así creó la Academia Privada de Enseñanza de Bailes, y, luego, la Academia de Ballet de Sancti Spíritus, única en la historia de la cuarta villa de Cuba.

Como su antecesora, desde que siente las melodías pierde el control del cuerpo y no para de moverse. «Representé mi manifestación frente a esos públicos y ellos aprendieron cuánto nos enseñan en la escuela, y que bailar es maravilloso. Así lo siento, desde mi primera vez bien pequeñita», afirma.

Además de la danza, en el corazón de Jesús María, en la añeja urbe de Sancti Spíritus, palpitaron los acordes de cuerdas pulsadas, los compases de la percusión y la vibración de instrumentos de viento. Solistas, tríos, un quinteto y la banda de la escuela se robaron más de una ovación.

«Nos dio mucho gusto a todos los que participamos en el espectáculo llegar hasta esta comunidad, —expresó la clarinetista Ady Salet García, estudiante de 7mo. grado—. Es la misma sensación que cuando subimos al escenario del Teatro Principal, porque sentimos que les gustó nuestro arte, aunque sepamos que son públicos diferentes a los que suelen ir a nuestros conciertos».

Y no exagera. Los testigos del debut de la iniciativa comunitaria de la Lecuona, que saldrá fuera de sus predios cada tres meses a partir de este noviembre, dejaron escapar sus alegrías y agradecimientos como mejor lo saben hacer: arrollaron a ritmo del emblemático y autóctono pasacalle Yayabo está en la calle. Artistas y públicos ratificaron en ese colofón de la actividad que el arte está en el barrio.

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