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Claves de la ofensiva rebelde en Siria y el papel de las potencias regionales

Hoy por hoy, ni Rusia ni Irán disponen de recursos suficientes para frenar el avance rebelde y, probablemente, ya dan por amortizado a Bashar Al Asad

La repentina captura de Alepo y Hama ha sorprendido a propios y extraños hasta el punto de que muchos analistas consideran que podrían ser el principio del fin del régimen asadista. La debilidad de Rusia, Irán y Hizbulá, tradicionales aliados de Bashar Al Asad, es uno de los motivos que explica los drásticos cambios registrados sobre el terreno, pero no es el único ni, probablemente, el más relevante.

Tras catorce años de guerra civil, Siria atraviesa la peor crisis de su historia reciente con un país fracturado en lo político, dividido en lo social y hundido en lo económico. El presidente Bashar Al Asad es contemplado por una inmensa mayoría de la población como el principal responsable de esta situación, ya que su intención de mantenerse en el poder contra viento y marea ha provocado la destrucción del país.

Durante el conflicto han muerto, al menos, medio millón de sirios y la mitad de la población se ha visto obligada a abandonar sus hogares convirtiéndose en refugiados en los países del entorno o desplazados dentro de su propio país. Nueve de cada diez sirios viven bajo el umbral de la pobreza y la corrupción permea como un cáncer el conjunto del Gobierno.

Por si no fuera suficiente, el país está dividido en cuatro entidades diferentes. Hasta hace poco, el gobierno asadista controlaba dos terceras partes del territorio: los corredores urbano (Damasco-Homs-Hama-Alepo) y litoral (Tartus-Lataquia), así como la estratégica ciudad de Deir Az Zor a orillas del Éufrates.

En los últimos diez días, la situación ha cambiado de manera drástica, ya que la islamista Organización para la Liberación de Siria (Hayat Tahrir Al Sham, HTS en sus siglas en árabe), al frente del Gobierno de Salvación Nacional en Idlib, ha lanzado una ofensiva en el curso de la cual ha conquistado buena parte de las provincias de Alepo y Hama y, ahora, avanza hacia Homs, un punto neurálgico que comunica Damasco con la costa mediterránea.

Por su parte, la Administración Autónoma del Norte y el Este de Siria dirigida por las Fuerzas Democráticas Sirias, bajo dominio kurdo, controla los territorios al norte del Éufrates con el respaldo de Washington. Por último, existe un Gobierno Interino en las zonas fronterizas del norte bajo autoridad del Ejército Nacional Sirio, de obediencia turca, que ha aprovechado la coyuntura para hacerse con el control de los barrios kurdos de Alepo y la ciudad de Tel Rifaat, de donde han huido decenas de miles de kurdos.

Durante años, el presidente Bashar Al Asad ha logrado mantener su precario poder gracias al respaldo incondicional que le han prestado sus aliados. No obstante, la distribución de fuerzas ha cambiado de manera drástica en los dos últimos años. De una parte, la invasión rusa de Ucrania, que obligó a Putin a retirar buena parte de sus efectivos de Siria (incluido el Grupo Wagner) para concentrarlos en el frente ucraniano. De otra parte, la estrategia de “unidad de las arenas” establecida por Irán tras el ataque del 7 de octubre de 2023, que obligó a los integrantes del Eje de la Resistencia ha involucrarse en el combate contra Israel para tratar de evitar la desaparición de Hamás. Desde entonces, la Guardia Revolucionaria iraní y el Hizbulá libanés han sufrido una serie de golpes sin precedentes por parte de Israel que han mermado de manera significativa sus capacidades operativas y han puesto en tela de juicio su influencia en Oriente Medio y Líbano, respectivamente.

Hoy por hoy, ni Rusia ni Irán disponen de recursos suficientes para frenar el avance rebelde y, probablemente, ya dan por amortizado a Bashar Al Asad. De hecho, Rusia apenas tendría una docena de aviones desplegados en su base área de Hmeimin en Lataquia y ha retirado sus últimas tres fragatas del puerto de Tartus, la única base naval de la que dispone la flota rusa en el Mediterráneo.

A su vez, el régimen iraní se encuentra inmerso en una crisis sin precedentes, ya que su Eje de la Resistencia ha quedado descabezado en el último año y su absoluta prioridad es garantizar su propia supervivencia en un entorno hostil, máxime ante la próxima llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Si bien es cierto que en el pasado apostó todas sus cartas por Al Asad, en la actualidad carece de capacidad para acudir en ayuda de su tradicional aliado ante la aguda crisis económica que atraviesa.

Sus llamamientos para movilizar a las milicias chiíes iraquíes englobadas en el Hashad Shaabi (Esfuerzo Popular), han chocado con la frontal oposición del influyente clérigo chií Muqtada Al Sadr y con la tibieza del Gobierno iraquí, que no desea verse inmerso en las pantanosas aguas sirias.

El propio régimen sirio tampoco dispone de efectivos para plantar cara a las bien entrenadas y armadas unidades agrupadas en la HTS y el ENS. El aventurismo militar de Putin en Ucrania y las derrotas sufridas por el Eje de la Resistencia han colocado a Al Asad en una situación extremadamente vulnerable. Todo ello en un contexto en el que vivía un momento dulce tras su reciente rehabilitación por la Liga Árabe y el restablecimiento de relaciones con Emiratos Árabes Unidos y otros países árabes.

Hoy en día, el liderazgo de Al Asad es ampliamente contestado incluso en el interior de sus filas, donde el malestar es evidente y las deserciones son masivas ante la incapacidad del régimen para hacer frente siquiera a los irrisorios salarios que todavía perciben funcionarios y militares y que son incapaces de garantizar unos ingresos mínimos ante la galopante inflación y la caída en picado de la libra siria.

En este contexto, Turquía emerge como el principal beneficiado de los reveses del régimen y la debilidad rusa e iraní. Debe recordarse que Turquía se integró en el Proceso de Astaná en 2017 al constatar que su apuesta por el derrocamiento de Al Asad había fracasado. De ahí que intentase coordinarse con Rusia e Irán para, al menos, salvar los muebles y lograr que una serie de demandas básicas fueran tenidas en cuenta.

La más importante era expulsar a las Unidades de Defensa Popular kurdas de las zonas fronterizas, ya que las considera una amenaza para su propia seguridad nacional por su estrecha relación con el PKK. Otra de sus demandas era que, en la fase de posguerra y en coherencia con la resolución 2254 del Consejo de Seguridad, se constituyese un gobierno de unidad nacional en el que se integrasen los grupos opositores y se convocasen elecciones legislativas y presidenciales para elegir a un nuevo liderazgo. Todo ello, en opinión de Ankara, crearía las condiciones para un retorno gradual de los tres millones de refugiados sirios acogidos por Turquía, presencia que se ha convertido en una bomba de relojería para el propio Erdogan en las últimas citas electorales.

Ante la negativa de Rusia e Irán a tener en cuenta los intereses turcos, Erdogan ordenó a su ejército intervenir en territorio sirio. Las operaciones Escudo del Éufrates, Rama de Olivo y Manantial de la Paz, entre 2017 y 2019, se saldaron con la masiva expulsión no sólo de las milicias kurdas, sino también con la limpieza étnica de dichos enclaves con la expulsión masiva de la población kurda. Ahora, los avances registrados en la región en los últimos meses colocan a Turquía en una situación ventajosa, ya que ha pasado de eslabón débil de la cadena a parte fuerte de la ecuación. La reciente caída de Alepo y Hama le coloca en una posición de fuerza frente a Rusia e Irán, ya que Turquía es el promotor del ENS y mantiene estrechas relaciones con HTS.

Si bien es cierto que todavía es demasiado pronto para predecir cómo evolucionarán los acontecimientos en las próximas semanas y si el colapso del régimen se traducirá en la caída de Bashar Al Asad, lo que parece claro es que, una vez más, el destino de Siria no está en manos de los propios sirios, sino de las potencias regionales e internacionales que llevan interfiriendo en el país árabe desde 2011. Muchos actores regionales, entre los que se encuentra Israel, consideran que sigue siendo beneficioso para sus intereses mantener indefinidamente el conflicto sirio para que Siria no renazca de sus cenizas en el futuro.

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