Tradición, empresas y luces que brillan: la cultura de Zaragoza según Natalia Chueca
Cada vez menos certámenes gratuitos y comunitarios, cada vez más kitsch de pago en la gestión cultural del Ayuntamiento de Zaragoza
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Vestía una reproducción inspirada en el siglo XIX para la ofrenda de frutos: saya y chambra en seda y algodón, verdes pardos y morados, pañuelo de batista blanco bordado, pendientes en almendra de plata y una peineta. Para la ofrenda de flores cambió de atuendo, decidió ir al siglo anterior, el glorioso XVIII, y lució un conjunto en tonos turquesas que rendía homenaje a una obra maestra de la indumentaria tradicional, a la rica historia cultural de Aragón.
Todos estos datos fueron extraídos de ciertos relatos oficiales con que algunas instituciones de Zaragoza han decidido contar al detalle, con menos admiración que obsecuencia, cada paso que da, cada exhalación que emite, cada sonrisa que brilla la alcaldesa de Zaragoza, Natalia Chueca. Y toda esta preocupación por narrar al detalle los pormenores de una vestimenta tradicional refleja un punto neurálgico sobre la discusión de eso que se denomina modelo cultural: la legitimidad de lo que debe ponerse en duda y de lo que no.
Y aparece la tan mentada tradición, ese relato político, construido y artificioso que tiene éxito justamente en ocultar sus tres características fundacionales para hacernos creer que es, justamente, lo opuesto: algo que fue siempre así. Eterno. O quizás se trate de una manera específica de entender la tradición, como algo muy cercano a lo religioso, indiscutible y ahistórico, omnipresencia perfecta y perpetua como la idea de cualquier dios. Esa manera en que se decide (en que un grupo de personas deciden) lo que debe ponerse en duda y lo que no. Por ejemplo: las vestimentas de hace siglos o un laboratorio de sonido, las colas interminables para adorar a una estatua o el tejido asociativo de un barrio a través de un centro cultural, un festival que consiste en fotografiar flores o un centro único en España que fusionaba arte contemporáneo con tecnología, aceptar sin chistar que los toros son cultura o discutir su coqueteo con la tortura.
Partiendo del artificioso relato de la necesidad de recuperar los orígenes de una España tan auténtica y gloriosa, la actual gestión del Ayuntamiento de la capital aragonesa ha trazado una elipsis hacia un presente sórdido, casi una distopía ballardiana, en el que las empresas manejan y deciden todo, donde todo cuesta dinero y el tejido asociativo y comunitario se anula. Una estrategia sazonada con kilómetros de luces de colores.
El claroscuro
Hablar de modelo cultural puede ser un poco tramposo porque la misma idea de modelo, esa cuestión ejemplarizante, chocaría contra la idea de cultura. O al menos, de una cultura rupturista, innovadora, que proponga nuevas maneras de pensar. Que dialogue de manera crítica y no complaciente, tan boba, con la tradición. Quizás sea preferible hablar de plan, de estrategia y hasta de guion, por qué no, de algo maleable, bocetado y adaptado según las circunstancias, en diálogo permanente con los cambios del momento. Porque la sociedad evoluciona y cualquier política cultural tiene la obligación de ser permeable a los cambios, de estar atenta a ellos. Pero se trata de detalles finos, de matices que carecen de importancia ante el ahogamiento que supone la gestión de Natalia Chueca y la su antecesor Jorge Azcón a los espacios culturales de la ciudad. Es imposible planear nada sin presupuesto y, por supuesto, ante el desmantelamiento. Un ejemplo: el festival Conocimientos Híbridos, con todas sus mesas confirmadas y todo presupuestado en Etopia, tuvo que suspenderse porque el ayuntamiento ordenaba para ya mismo el vaciamiento de cualquier actividad cultural que sucediera allí dentro. Y el edificio pasaría pronto a ser lo que es hoy, una cáscara vacía que se alquila al mejor postor.
Eso es lo que define, si es que existe como tal, el plan cultural de la gestión de Natalia Chueca: la cáscara, la interminable superficie. Y si brilla, tanto mejor. Una navidad perfecta, la época en la cual la cultura del mundo pareciera detenerse, cuando la civilización occidental se pone toda de acuerdo para no pensar en nada y dar paso a que la ilusión llegue a cada uno de nuestros barrios, a que los brillos destellen en las noches para que podamos seguir los senderos de colores. Entonces: 1,3 millones de euros invertidos en estrellas, árboles de seis metros de altura, miles y miles de LEDs en todos los rincones de la ciudad y una hilera de luces de casi 4 kilómetros que va desde el Arrabal hasta el Parque Grande, una distancia bastante larga, por cierto, pero no tanto como la que hay en todo el mapa de la Zaragoza desalojada, realizado por el grupo de DJ’s y podcasters Sororitrap Sound Antisystem.
En esta cartografía digital se pueden visualizar y recorrer la mayoría de los espacios culturales que fueron cerrados o cancelados o desmantelados por el ayuntamiento durante esta gestión y la anterior. Por ejemplo: el Programa de Mediación Intercultural del Casco Histórico (Amediar), el CSO Loira, Etopia o Centro Social Comunitario Luis Buñuel, en el cual hace muy poco Natalia Chueca se hizo presente para darle una nueva vida como centro de mayores cinco estrellas. Ella misma fue quien dijo eso de las cinco estrellas. También dijo que se tuvo que adecentar el edificio y que pasó a estar en manos de unos pocos a ser de todos y que les costó “sacar toda la basura que había en su interior, acumulada no sabemos de qué”. Ese tipo de idea redentora y de limpieza tiene la alcaldesa en mente.
El mapa de las Sororitrap está in progress, por supuesto, porque los cierres no se detienen. Ya está pautado, por ejemplo, el del Centro de Las Armas para principios de enero de 2025, y lo que no cierra apunta a presuntas irregularidades, como las actividades por el 30 aniversario del Auditorio de Zaragoza (y el futuro de su gestión) o el intento de privatizar el servicio de sala, taquilla y escenario del Teatro del Mercado, para la cual se ha activado una campaña de rechazo en Change.org.
El gran claroscuro de Zaragoza: luces que brillan y las luces que se apagan en la misma cartografía. Y un interruptor que manejan pocas personas.
La pantalla
Todo el mundo sabe que la actual alcaldesa se desempeñaba como directora de Marketing antes de dedicarse a la política, una vocación que parece no haber abandonado nunca. La única diferencia o, mejor dicho, el agregado es que antes hacía marketing para una empresa y ahora lo hace para ella misma y para tantas empresas. Pero no todo el mundo sabe que recibe a invitados esporádicos (pueden ser libreros, pasteleros o fabricantes de luces navideñas) en las oficinas del ayuntamiento bajo un protocolo concreto: los invitados se pasan un tiempo considerable esperando en la mesa de reuniones, el suficiente para generar algo de expectativa, y hay una puerta alta y enorme que, de pronto, se abre con espectacularidad y de la que surge la figura de la alcaldesa, sus pasos decididos, su sonrisa.
Las empresas, su figura. Los emprendedores y ella, su gran monitora. Hace muy poco, en lo que antes era Etopia y hoy pareciera ser un centro de convenciones que hierve de actividades empresariales, se realizó una de esas tantas patrocinadas por la Unión Europea en la cual los países miembros envían a sus más ignotos representantes a poner la cara, a sacarse fotos y a reír cócteles para hacer números: 120 de ellos, 70 países y la alcaldesa de la ciudad nombrada como comisaria de Industria y Competitividad de la Comisión en la Sombra de Eurocities, diciendo sus valoraciones sobre “el conocimiento compartido y el intercambio de experiencias y buenas prácticas entre ciudades”. Mientras tanto, las aulas que antes servían para dar cursos han sido desmanteladas para que se instalen sedes de empresas y las habitaciones de las residencias de artistas y la sala reverberante y el laboratorio de sonido: desmanteladas, desmantelados, empresas y más empresas.
Eso que sucede en Etopia es el símbolo (aunque tampoco tan simbólico, a veces es bastante concreto y realista, carente de metáfora) de lo que pretende este Ayuntamiento con los certámenes culturales: que todo se pague. Es verdad que, técnicamente, toda actividad pública se paga, que cada espectáculo o centro cultural se financia con impuestos. Pero esto es una vuelta de tuerca de la plusvalía: también hay que pagar un extra en el momento, pase por caja por favor, y después ya puede ingresar en los nuevos reZintos.
A la inversión de luces navideñas se le sumaron más luces y sonidos de pago, 15 euros por persona, en un recinto ocupado dentro del Parque Grande y donde la ocupación oficial se escribe sin k, no vaya a haber confusiones. Esta cosa se llama Luzir y lo gestiona la empresa Zusup, la misma que se encargó del Espacio Zity durante las Fiestas del Pilar. Y significa la privatización de un parque público y la jerarquización de los habitantes de la ciudad: quien pueda pagar disfrutará en forma privada de un espectáculo lleno de magia y cuentos clásicos navideños con auroras boreales, ángeles y belenes de luz; quien no puede pagarlo, se tendrá que conformar con la magia plebeya del alumbrado público.
Y a quienes les cause vértigo caminar bajo luces navideñas, siempre les quedará el consumo irónico, recorrer cualquier opción kitsch con el prefijo post- y tratar de hacer post-cultura, post-turismo, post-cinismo. Pero es tan difícil en este panorama y ante la insistencia del ayuntamiento en gastar dinero público en, por ejemplo, la omnipresencia de Leticia Sabater en las fiestas mayores y menores. ¿Es posible, acaso, el consumo irónico ante semejante monumento del grotesco? Está la opción del Bloque Cultural, desde luego, una plataforma en defensa del tejido cultural asociativo en Zaragoza que se reúne en asamblea y trazan acciones de protesta contra la política cultural de Natalia Chueca. Y está también la posibilidad de conformarse y acatar, de pensar que no pasa nada con todo esto que pasa y de tragarse todos los tips de la tradición tal cual vienen, de alimentar una ciudad permanentemente satisfecha consigo misma, lo contrario de lo que Enrique Vila-Matas dijo sobre Barcelona, cuya insatisfacción crónica comparó a la de Emma Bovary, el personaje de Gustave Flaubert. ¿A qué personaje literario podría equipararse la satisfacción permanente que siente por sí misma Zaragoza? Quede la incógnita para jugar en casa.
Y otra extra, que más que incógnita es una duda tan oscura: qué habrá detrás de toda esta pompa, si es que hay algo. Es decir, si esta elipsis que el Gobierno de Natalia Chueca traza entre el relato de la tradición y el discurso meritócrata emprendedor esconde algo que no se ve, que no se cuenta. O si directamente es puro vacío, el aire, la nada misma. Sería triste descubrir que detrás de esas sonrisas repetidas no hay absolutamente nada más que una atrevida ignorancia.