¿Amanecerá y veremos?
Cualquiera puede ser de naturaleza indeciso. A un presidente tal debilidad no se le perdona con facilidad. Y es que Gustavo Petro no solo es indeciso: cambia de criterio con una rapidez pasmosa, lo que es representativo de una falta de coherencia, de una debilidad en la manera de razonar, de la fragilidad de sus postulados en materia política.
La introducción de este artículo es válida porque en las horas pasadas el gobierno de Colombia ha cambiado de opinión, cual veleta, sobre uno de los hechos internacionales más relevantes del entorno colombiano. El periodo presidencial de Nicolás Maduro llega a su fin en poco. Venezuela cambia de gobierno en 5 semanas y en lo alto del poder colombiano aún no tienen claro cómo abordar un tema trillado a más no poder, como es el triunfo de Edmundo González en las elecciones venezolanas del 28 de julio.
Petro comenzó por proponer a inicios de agosto, en los días siguientes a las elecciones venezolanas, un acompañamiento de Brasil, México y Colombia para el proceso de transición en puertas. Esta propuesta no llegó a materializarse ni condujo a nada por inconsistencias en las políticas de México y por un juego de Brasil que aún resulta difícil de interpretar. Así es como el mandatario colombiano se quedó, como dicen los maracuchos, “mirando para San Felipe” y sin compañero de baile. Nada raro cuando se trata de un jefe de gobierno al que no se le están cuadrando los astros en ninguna de las propuestas de reformas que lleva más dos años tratando de sacar adelante en suelo neogranadino.
De entonces a esta parte una buena cantidad de países -Estados Unidos entre ellos- han reconocido a Edmundo González Urrutia como presidente electo de Venezuela, mientras Colombia sigue deshojando la margarita. Tiempo le ha sobrado al equipo gubernamental para enterarse de la manera en que las actas electorales dan por ganador a Edmundo González -están visibles para el mundo en la red de Internet- y entretanto otra serie de eventos por parte de órganos internacionales siguen señalando la deriva autocrática en que está sumido el país que late del otro lado de la frontera.
El país colombiano no ha dejado de dar bandazos en materia de política exterior con relación a su vecino y socio venezolano. Ya en septiembre Petro le declaraba a CNN algo tan “original” como que las elecciones en Venezuela nunca debían haber tenido lugar sin libertades. Y fue enfático al decir que ni México, ni Brasil, ni Colombia reconocerán el resultado electoral oficial si no se muestran las actas que lo respalden.
Esa parecía ser entonces la posición oficial de la Casa de Nariño, pero ahora asegura no saber lo que hará con relación al hito histórico del 10 de enero, fecha de la juramentación del presidente de Venezuela. Al propio tiempo, en un foro en la isla de San Andrés, Petro criticó abiertamente tanto a Daniel Ortega como a Nicolás Maduro cuando aseguró que “de Libertador se convierte en dictador”. En el IV Foro Abierto de Ciencias de América Latina y el Caribe el presidente cordobés dijo la semana pasada: “Miren lo que pasa en Venezuela, que ya no saben si es democracia o si es revolución y ya el pueblo no los quiere. Entonces, ¿vamos a seguir ese mismo camino?”, refiriéndose a Colombia.
Su viceministro de Relaciones Exteriores pontificaba hace unos días diciendo que a pesar de que no reconocen el triunfo de Maduro, Colombia mantendrá las relaciones económicas y comerciales con Venezuela. Se le olvida al funcionario -quien con seguridad no habla en nombre propio- que a Colombia le costó el cierre de la frontera el reconocimiento por parte de Iván Duque del gobierno de Juan Guaidó. También se les olvida a los colombianos que el gobierno madurista es el que mantiene al ELN en situación de total inobservancia del proceso de paz que la Casa de Nariño mantiene con estos irregulares, todo ello en detrimento de la paz de Colombia.
Así las cosas, la política exterior colombiana es un intríngulis imposible de discernir para observadores externos y también para los propios. Va dando bandazos. La encarna Gustavo Petro, quien tiene la desfachatez, a estas alturas, de transmitir que no sabe qué hacer con Venezuela y su transición democrática y que prefiere esperar a que termine el año. Forma parte de su inveterada actitud indecisa y de una perniciosa tendencia a pensar que cosas de este calibre se pueden dejar para más adelante.
En cuanto a Venezuela no puede haber una tibia posición de “amanecerá y veremos”. No si lo que está en juego es la democracia más allá de la frontera del Arauca.
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