Ignorancia deliberada para manipular al llamado ‘pueblo’
El 3 de diciembre, Mark Lilla, profesor de Humanidades en la Universidad de Columbia, presentó un libro excepcional para nuestro tiempo: Ignorancia y felicidad: sobre el deseo de no saber.
Lilla define la ignorancia no como una carencia pasiva de conocimiento, sino como una fuerza activa y, a menudo, devastadora.
Señala que hay un desprecio por la razón como un patrón recurrente. Vivimos una época, dice Lilla, en que se descarta la verdad en favor de narrativas irracionales, se rechaza la evidencia científica y se promueve la polarización política como rasgo de una sociedad que ha encontrado en la “ignorancia deliberada” —así la llama— una herramienta de cohesión y control.
Lilla ejemplifica la ignorancia deliberada con el fascismo, que apeló a las emociones colectivas, rechazando los hechos inconvenientes y la realidad para eliminar cualquier contradicción al dogma oficial.
La ignorancia se convierte en una herramienta para consolidar el poder, reprimir disidencias y evitar opiniones críticas que cuestionen las acciones de un régimen o gobierno. Es construir realidades alternativas que sean funcionales a un proyecto político.
Las reflexiones de Lilla sobre saber y no saber nos llevan a nuestro contexto, donde asistimos a una erosión sistemática de la democracia con un outsider como Rodrigo Chaves, dispuesto a derribar los contrapesos institucionales e ignorar las posiciones de los críticos mientras impulsa su agenda populista.
Siguiendo el libreto populista, Chaves polariza la convivencia y radicaliza el discurso. El componente más reivindicado del populismo es el “pueblo”, esa masa o mayoría de ciudadanos cuya característica principal es su condición de desposeídos, excluidos y marginados.
Es al “pueblo bueno, auténtico y correcto” al que él le habla los miércoles o durante sus giras, al que apela reiteradamente como la antítesis de la élite tradicional.
Nuestra democracia es representativa, liberal y constitucional, algo que Chaves desconoce, y desprecia los contrapesos representados por la Sala Constitucional, el TSE, la comunidad científica, la prensa o la oposición.
Esos son, según su limitada visión, los adversarios que han impedido que el pueblo gobierne. Por tanto, afirma que, para realizar la voluntad del pueblo, es necesario limitar la autoridad de esas instituciones.
Los populistas como Chaves obtienen el poder jugando con las reglas del juego democrático y, una vez allí, comienzan a desmantelar los controles democráticos de rendición de cuentas. Según Ángel Rivero, académico en universidades europeas, se trata de destruir la democracia en nombre de la democracia.
A los populistas no les gusta depender de las instituciones democráticas para gobernar, porque consideran que están controladas por la élite tradicional.
Entonces, apelan al pueblo y proponen gobernar con él mediante referéndums, por ejemplo. Sin embargo, una vez en el poder, incumplen sus promesas, se olvidan del pueblo y se perpetúan en el poder, como sucedió con Hugo Chávez y, probablemente, Bukele.
El gobierno de y para el pueblo, aclamado por los populistas, es una buena idea, pero no existe en la práctica, según la politóloga Azul Aguiar. Ella sostiene que, a pesar de que los populismos de derecha surgen en la democracia, es un fenómeno que conduce hacia la autocratización de los regímenes políticos. Son hostiles a la democracia y no tienen efectos sustantivos que profundicen la democratización.
El informe del Programa Estado de la Nación de este año destaca el uso que hace el Ejecutivo de los poderes informales, como el megáfono, para comunicar y expresar intereses, opiniones y preferencias a la ciudadanía.
De acuerdo con Lilla, la estrategia de Chaves consiste en utilizar la ignorancia deliberada y el rechazo a la razón; en rechazar los hechos para abrigar mitos reconfortantes. Por ello, Lilla hace un llamado a afrontar la verdad e invita a reflexionar sobre las profundas implicaciones del saber y no saber en una democracia.
Es un desafío que la ciudadanía debe asumir para resguardar a nuestro Estado de derecho de la ignorancia.
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Cecilia Cortés Quirós es internacionalista.