Muere el escritor taurino Fernando del Arco, manoletista y puntal de la Fiesta en Cataluña
Navarro de nacimiento y barcelonés de adopción, ha fallecido en la Ciudad Condal Fernando del Arco Izco, que deja una estela de bonhomía y de lucha por la Fiesta en Cataluña en una afición marcada por el influjo y embrujo de la figura del que siempre consideró «el más grande», Manuel Rodríguez 'Manolete'. El 2 de julio de 1941, con ocho años de edad, acudió con su padre a la Monumental de Barcelona para presenciar su primera corrida de toros. Sobre todo el mundo que descubrió aquella tarde le impactó el torero cordobés, tanto que le siguió en todas sus actuaciones en las dos plazas de la capital catalana hasta la trágica muerte en Linares en 1947. Lloró a Manolete y ya no se separó del mito. Se hizo buen aficionado y comenzó a hacerse con una biblioteca que fue creciendo y creciendo hasta alcanzar los siete mil ejemplares de temática taurina. A la vez surgió el Fernando del Arco escritor. Como no podía ser de otra forma, en 1997 publica 'Manolete a los cincuenta años de su muerte'. En las librerías aparece 'La caricatura y los toros', 'El Juli, historia de una voluntad' y 'Toreros catalanes', entre otros títulos. Pero le faltaba culminar su compromiso con el Monstruo de Córdoba, y desde los años cincuenta comenzó a hacerse con poemas que tuvieran a Manolete como protagonista. Los primeros se convirtieron en decenas, en centenares de poesías y odas inspiradas en la gran figura, y los centenares sumaron más de mil. En 2006 publicó 'Parnaso manoletista', en donde recogió ochocientos poemas de unos quinientos autores, y diez años más tarde sumó en una segunda edición otras seiscientas obras. De Manuel Machado a Gerardo Diego. De Duyos a Agustín de Foxá y Pemán. De Jaime Campmany a Joaquín Sabina y Antonio Burgos. La figura de Fernando del Arco era habitual en el tendido bajo de la Monumental de Barcelona, catador del mejor toreo y un apoyo siempre a los toreros. Ayudó a los diestros catalanes a dar los primeros pasos y siempre estuvo en la vanguardia para defender la tauromaquia en su tierra de adopción, que consideró siempre suya. Fue un puntal en la lucha por la Fiesta, un activista en primera línea de esa milagrosa resistencia que sigue viva en la batalla por la libertad perdida. Nunca volvió la cara ante la sinrazón política de la prohibición de las corridas de toros contra derecho.