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La «masacre» con la que se intentó destruir la reputación del «general español más ilustre»

Abc.es 
Hay un episodio con algunas sombras en la impecable carrera militar de Francisco Javier Castaños , a pesar de los elogios que recibió al fallecer, a los 96 años, el 24 de septiembre de 1852. Decían los periódicos que el general llegó al final de su larga vida abrumado por las condecoraciones, incluso «agobiado», pero sin un gesto de altivez, superioridad ni orgullo. Un día después de su muerte, no hubo cabecera que no le dedicara la práctica totalidad de sus páginas a elogiar la figura de aquel héroe español que, según reconocía en su testamento el mismo difunto, no ambicionó nunca las riquezas: «Muero pobre, pero, aunque fuese rico, preferiría no gastar en suntuosos catafalcos y grandes músicas, sino en sufragios y limosnas a las familias necesitadas». 'La Gaceta' no escatimó en halagos tras su muerte: «Dos grandes sentimientos han llenado la vida de Castaños. El amor a sus Reyes y a su país, por un lado, y la práctica de la beneficencia, por otro. Al primero consagró su sangre y al segundo todos sus bienes. El más antiguo, el más ilustre de nuestros generales, ha muerto pobre. Pero esa pobreza es su mejor aureola, porque no es efecto del lujo ni del vicio, sino que procede única y exclusivamente de su ardiente y sublime caridad». El general había comenzado su carrera en la Academia de Barcelona y continuado en el Regimiento 'Saboya' a los 16 años. Como demuestra su hoja de servicios, disponible en el Archivo General Militar de Segovia, fue un hombre muy activo y tuvo una rápida progresión en los años finales del siglo XVIII. «Asistió al sitio de Gibraltar y a la toma de la isla de Menorca, ocupada por los ingleses, en cuyas operaciones demostró el valor y la pericia que más tarde le elevaron al primer rango en la milicia», contó el diario 'La España', que añadió a continuación: «El pueblo madrileño, sin distinción de partidos, edades ni sexos, amaba a este venerable guerrero». Cuando la localidad de Bailén se convirtió en paso obligado para los franceses en la Guerra de Independencia, pues Napoleón quería controlar el levantamiento de Andalucía, se topó con nuestro protagonista en la que se convirtió en una de las batallas más importantes de la historia moderna de Europa. Más de 20.000 soldados galos se rindieron, dando paso al mito que la prensa destacó también en 1852 y que, en los últimos años, un grupo de historiadores ha querido echar por tierra. El oscuro episodio en el que basan sus críticas es el asedió de San Sebastián durante la Guerra de Independencia contra los franceses, que produjo «muchos más que en el bombardeo de Guernica», según Iñaki Egaña, autor de 'Donostia 1813. Quiénes, cómo y por qué provocaron la mayor tragedia en la historia de la ciudad' (Txertoa). Un hecho del que se ha responsabilizado al general Castaños y que le ha valido el calificativo, incluso, de «genocida». Cuando se cumplió el bicentenario de la Guerra de la Independencia contra las tropas de Napoleón, algunos historiadores y asociaciones vascas realizaron nuevas interpretaciones de algunos de los episodios de esta, con el objetivo de ensombrecer el papel de este héroe de la historia de España. Aseguraban que Castaños había dado la orden de destruir, saquear y quemar la ciudad de San Sebastián. La campaña se inició con la publicación, en 2012, del citado libro de Egaña. «Hay un dato muy significativo: tras el primer ataque fracasado de julio de 1813 son hechos prisioneros unos 300 británicos heridos. Los franceses los guardan en la iglesia de San Vicente, donde son atendidos por familias donostiarras, y algunos de los ingleses y portugueses avisan de lo que puede venir. Explican que el general Castaños, jefe del Ejército del Norte entonces, una especie de Mola de 1936, les ha dicho que hay que tomar la ciudad y pasar a todos sus habitantes a cuchillo», contaba el autor en una entrevista al diario 'Naiz' en 2013. Y recordaba: «El Ayuntamiento de Donostia sacó dos manifiestos, en enero y marzo de 1814, en los que compararía esa matanza con la de Moscú y afirmaría, incluso, que la Humanidad nunca había conocido una catástrofe semejante». A esta tesis se sumó después un grupo de donostiarras de «sensibilidad abertzale», tal y como los describió 'El Diario Vasco' , mediante la publicación de un manifiesto en el que también se culpaba de lo ocurrido al general Castaños. Su título era 'Donostia sutan, 1813-2013' ('San Sebastián en llamas, 1813-2013'), que apuntaba: «Los generales españoles Álava y Castaños, responsables de la masacre, y el británico duque de Wellington negaron su implicación y echaron la culpa a los propios donostiarras y a las tropas francesas que habían ocupado la ciudad durante cinco años. Una falsedad que se mantuvo por años, similar a la del bombardeo nazi de Guernica en 1937, achacado a los propios vascos». Al final del manifiesto, además, exigían un homenaje especial a las víctimas «sin apologías militaristas». Esta imagen difiere considerablemente de la que pudieran hacerse los lectores de prensa españoles por los artículos que se publicaron el día siguiente de su muerte. Cabe preguntarse qué ganaba un general con tan buena reputación y querido por todos con la destrucción de San Sebastián y el asesinato de sus vecinos. Resulta extraño, igualmente, cómo semejante masacre podría haber pasado desapercibido a los ojos de una prensa que, durante la Guerra de Independencia, era amplia y de todos los signos. Los promotores de esta tesis llegaron a poner en marcha un blog en el que ofrecían materiales históricos. Compartieron cerca de ochenta testimonios supuestamente recogidos durante los meses siguientes al 31 de agosto de 1813, en el que testigos de aquella matanza relataban haber oído a los soldados que «tenían orden del general Castaños de arrasar la ciudad y pasar a cuchillo a sus habitantes». Al manifiesto publicado en mayo de 2012 se adhirieron figuras públicas como la escritora Toti Martínez de Lezea y la exdirectora del Instituto Vasco de la Mujer, Txaro Arteaga. También otras caras conocidas de la política y la cultura de la comunidad autónoma, como Félix Soto, Jexux Arrizabalaga, Joseba Álvarez y Jon Urruxulegi, así como la Asociación de Víctimas del Genocidio de Donostia y la asociación Herria. El colectivo Bilgune Feminista aseguró, además, que las mujeres sufrieron especialmente en el asedio de 1813, porque fueron violadas en masa. Por último, los historiadores Josu Tellabide y Antonio Mendizabal dieron una conferencia bajo el título: '¿Qué motivo tenía el general español Castaños para ordenar la quema de Donostia y pasar a cuchillo a sus habitantes?'. Retrocediendo a los hechos, tras la victoria en la batalla de Bailén, Castaños entró triunfal en Madrid y los franceses emprendieron la retirada. Pocos meses después, las tropas de Napoleón regresaron con un ejército poderoso para vengarse en la batalla de Tudela. En 1812, el general español viajó a Vizcaya y proclamó la constitución en todos los municipios de la región que no estaban bajo dominio galo. Y en mayo de 1813, los aliados ingleses al mando de Wellington lanzaron la ofensiva definitiva que condujo a la batalla de Vitoria y al comienzo del famoso asedio de San Sebastián, pues la ciudad vasca se encontraba en poder de los franceses. Para entender lo ocurrido, sin embargo, hay que tener en cuenta antes un dato importante: Castaños fue destituido por razones políticas el 12 de agosto y abandonó el País Vasco inmediatamente después, tras recibir numerosos homenajes en Bilbao. Fue entonces cuando las guerrillas guipuzcoanas rodearon San Sebastián para recuperar la ciudad, pero a los mandos británicos y portugueses, aliados de España contra los franceses, no debió parecerles suficientes como para enfrentarse a la guarnición de 3.000 hombres que había dejado Francia y acudieron a sustituirlos y liderar el asalto. En el primer intento, sin embargo, muchos de los soldados anglo-portugueses se olvidaron del combate para dedicarse a saquear, lo que causó que fueran derrotados. Según el historiador bilbaíno Juanjo Sánchez Arreseigor, autor de '¡Caos histórico! Mitos, engaños y falacias' (Actas, 2019), muchos de estos «amenazaron a los donostiarras con torturarlos o matarlos si no revelaban dónde escondían el dinero y los objetos valiosos. Y añadía en su ensayo: «Para justificar sus acciones y al mismo tiempo aterrorizar a sus víctimas, algunos de estos soldados saqueadores aseguraron que el general Castaños había dado la orden de matar a todo el mundo en la ciudad, pero que ellos podrían salvarse si entregaban su dinero». Sánchez Arreseigor defiende que, en realidad, el general Castaños nunca ejerció el mando sobre las tropas portuguesas o británicas, por lo que nunca podría haber ordenado semejante ataque. De hecho, no ejercía ya mando alguno en aquel momento, puesto que ya había sido destituido. Tras ese primer asalto, los donostiarras lograron enviar mensajes solicitando alguna explicación por lo ocurrido. El general Miguel Ricardo de Álava, el mismo que había prevenido el saqueo de Vitoria cerrando las puertas de la ciudad, les prometió que no existía ninguna intención por parte de Castaños ni del Ejército español de destruir la ciudad. También desmintió las amenazas que proferían los soldados lusos e ingleses en referencia al héroe de la batalla de Bailén. A las 11 de la mañana del 31 de agosto, los británicos se lanzaron de nuevo al asalto de San Sebastián. Tras dos horas de combate, la explosión de un polvorón abrió una grieta en la muralla por la que las tropas anglo-portuguesas pudieron entrar en la ciudad. Los franceses se atrincheraron en las calles y los edificios del centro para comenzar a retirarse poco después, mientras combatían, hacia el castillo. Esa fue la segunda vez que los asaltantes se lanzaron al saqueo. «Algunos oficiales mostraron indiferencia ante las atrocidades. Otros intentaron contenerlas, pero algunos fueron heridos o incluso muertos por sus propios hombres. Los pequeños incendios provocados por la batalla se extendieron, pues nadie se ocupaba de apagarlos. A la mañana siguiente, casi toda la ciudad había ardido. No hay ningún género de duda sobre la responsabilidad de los anglo-portugueses como ejecutores directos de la destrucción de San Sebastián», explica el historiador bilbaíno, que califica la acusación de Egaña de «absurda». Y añade: «El móvil no se sostiene y tampoco existían los medios, porque Castaños nunca tuvo mando sobre las tropas anglo-portuguesas. Tampoco se entiende porque Wellington y su subordinado, el general Graham, que dirigía el asedio, iban a mancharse las manos haciendo ellos el trabajo sucio. De hecho, les avergonzaba mucho lo sucedido e intentaron, de forma bastante mezquina, esquivar su responsabilidad». Sánchez Arreseigor asegura en su libro que todos los testimonios concuerdan en que el saqueo surgió de los soldados rasos, los cuales, ansiosos de botín, aprovecharon su oportunidad para enriquecerse a costa de los vecinos. San Sebastián fue saqueada y los incendios la arrasaron, pero el número de víctimas no pasó de unas pocas decenas sobre una población de 9.000 habitantes. Aún así, el manifiesto 'Donostia sutan 1813-2013' califica aquel atropello de «holocausto». El autor argumenta, por su parte, que «nadie intentó llevar a cabo el supuesto plan de aniquilar a los donostiarras. La soldadesca desenfrenada buscaba dinero, alcohol y sexo, pero no sangre. Gracias a eso la ciudad se pudo reconstruir, porque una ciudad son sus habitantes. Los edificios se pueden reemplazar; la gente, no». Cada 31 de agosto se revive este asedio en San Sebastián mediante una serie de actos y representaciones en las que no se hace referencia a la culpabilidad de Castaños. El general madrileño, por su parte, nunca mostró el más mínimo odio contra sus supuestas víctimas tras la guerra. De hecho, se construyó una mansión junto a San Sebastián para pasar temporadas en ella, y hasta convenció a la Reina Isabel II para que visitara la ciudad todos los veranos, impulsando el turismo de la zona.

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