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Burocracia y funcionamiento del Estado

La necesidad de tener un Estado que funcione se revela nítidamente cuando observamos los conflictos internacionales como el de Siria, donde un régimen dictatorial que ya duraba más de cincuenta años se ha desmoronado en menos de dos semanas. El recuerdo de lo acontecido en Libia, Túnez, Egipto o Irak es inmediato. Nadie quiere que el experimento fracase, por los enfrentamientos entre facciones y clanes diversos, pero el riesgo existe.

Inmersos en noticias como la inminente toma de posesión de Trump en Estados Unidos y la desaparición del Estado sirio, conviene evocar la necesidad de un Estado que preste servicios adecuados a los ciudadanos y genere protección, seguridad y salud.

En la era de la inteligencia artificial, los Estados han de prepararse para grandes innovaciones y además conducir ellos mismos la dirección de los asuntos. De poco valen los grandes contratos con superespecialistas, que, si no cuentan con la infraestructura adecuada, se encontraran con un resultado similar a quien siembra en el desierto sin agua. Las empresas multinacionales especialistas y los organismos internacionales ayudan a identificar y encauzar los problemas, pero el timón debe estar en manos nacionales cuya voluntad y esfuerzo constituirán el activo fundamental.

Sin burocracia que administre los recursos, el Estado no funciona. Y la burocracia no se improvisa, sino que es el producto del conocimiento, de la selección adecuada de los profesionales y de la legislación que determina los derechos y deberes de los ciudadanos. Muy gráficamente lo ha descrito el expresidente Mujica de Uruguay: «Pero en cuanto vos llegas tenés que discutir la ley del presupuesto. Decí que había un contador [contable] de esos que tienen la camiseta del Estado puesta, que nos dio una mano. Si no, estábamos hasta ahora». (Mujica, 2024).

Es importante que existan personas con la camiseta del Estado, burócratas que administren los bienes públicos y hacen que el país funcione a pesar de las limitaciones. Después de la terminación de un conflicto armado es un buen momento, en todo caso, para construir un Estado con unas administraciones públicas honestas, innovadoras, transparentes y eficientes, dotadas de los medios tecnológicos, materiales y humanos necesarios.

Las instituciones públicas son nuestro instrumento más poderoso como sociedad, y son quizá el único instrumento para quienes disponen de menos recursos porque cuanto más necesitadas, más débiles, más desprotegidas están las personas, con más urgencia necesitan los servicios que solo puede ofrecer una buena administración pública.

Pero la burocracia no se construye sólo por medio de decisiones políticas o aprobación de leyes, porque «no se cambia la sociedad por decreto» (Crozier, 1984). Por ello, se impone el buen juicio de realizar una transición ordenada que permita el funcionamiento eficaz de las instituciones del Estado. La inmensa mayoría de los funcionarios del régimen sirio ahora derrocado con seguridad estarán dispuestos a colaborar. En caso contrario, los peores augurios pueden cumplirse.

Veremos si la conjunción de las diversas fuerzas en presencia en Damasco permite que el pueblo sirio entre en una era de prosperidad y paz. De momento, los diversos intereses de los países concernidos están sobre el terreno. Haber llegado a acuerdos tan rápidamente hace tener esperanzas de que Siria avanzará en el camino de la paz y el desarrollo.

La evolución de los nombramientos de responsables de las políticas públicas en Estados Unidos, después de la victoria de Trump, es, no obstante, francamente preocupante. A algunos de estos proto nombramientos ha tenido ya que renunciar, porque ni siquiera todos los líderes del Partido Republicano los aceptaban. La preocupación por los nombramientos anunciados ha hecho afirmar a algunos que ninguno de ellos tiene el tipo de experiencia relevante para estos puestos, comparable a la de predecesores de cualquiera de los partidos, pero de todos ellos se puede esperar que tomen “una antorcha” contra el statu quo.

La realidad de los países desarrollados, con el ascenso de las opciones radicalmente neoliberales y de ultraderecha, parece expresar un alejamiento evidente de la clase política tradicional y sus opciones de lo que piensa gran parte del electorado. Como se ha afirmado los estadounidenses, al parecer, han perdido la confianza en sus instituciones y la creencia de que el gobierno cumplirá con ellos (Stiglitz, 2024).

La distancia entre los ciudadanos y los políticos es una realidad. Y aumenta porque los políticos, parecen más interesados a enfrentarse entre sí o perseguir sus intereses de partido que en colaborar para resolver los problemas de todos (Vallespin,2024). Cierto pesimismo se extiende entre los observadores de la realidad, hasta tal punto que comienzan a hablar de caquistocracia -gobierno de los peores- frente a tiempos anteriores donde la idoneidad moral y la dimensión intelectual se consideraban los requisitos imprescindibles de los dirigentes.

Con el tiempo seguramente encontraremos el camino de vuelta a un mundo mejor, donde una burocracia meritocrática administre los bienes públicos en beneficio de los ciudadanos.

@fjvelazquez.bsky.social

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