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De embajadores…

Ronald Johnson

 

Con la postulación de Ronald Johnson como embajador de Estados Unidos en México ya contamos con muchos elementos para saber más o menos qué va a suceder con el enfoque de la próxima administración norteamericana hacia México. Como ya se ha dicho en varias columnas, la designación de Johnson corresponde a un diseño: el currículum es el mensaje. No tanto porque sea un hombre de trayectoria militar y de inteligencia, ni tampoco por su conservadurismo acentuado, sino porque se trata de una idea con claras connotaciones diplomáticas.

Johnson carece por completo de experiencia en asuntos económicos, comerciales o financieros. No viene a México a eso. De la misma manera que la amenaza de Trump de imponerle aranceles de 25% a las exportaciones mexicanas a Estados Unidos no proviene de consideraciones económicas. Johnson fue propuesto porque Trump, y en particular su nuevo número dos del Departamento de Estado, Christopher Landau, quien coincidió con Johnson como embajadores y que probablemente fue sugerido por él, ven a México como un país en crisis. Un país devastado por la violencia, la corrupción, el crimen organizado, la pobreza, y una especie de estado fallido, por lo menos en ciertas regiones de la nación. La lógica de un nombramiento de esta naturaleza es esa: es el embajador para un país centroamericanizado, en plena crisis de seguridad, y como una amenaza para Estados Unidos.

Pero Johnson arrastra otras características, que para algunos pueden ser virtudes y para otros serias adversidades con México. Como también ya explicó en distintas notas informativas, es casado con cubanoamericana. Pero eso no es lo esencial. Johnson es parte del microcosmos de Miami, por su cónyuge, pero también por distintos cargos que tuvo, por ejemplo, en el Comando Sur. Tiene fama de ser agradable, simpático, mucho menos acartonado y fanfarrón que su predecesor inmediato, pero con convicciones ideológicas muy claras y contundentes. Esto es lo que viene.

Ahora bien, con todos estos nombramientos de Trump -Marco Rubio como secretario de Estado, Christopher Landau como subsecretario del ramo, Ronald Johnson como embajador en México, Michael Waltz como consejero de seguridad nacional, y seguramente a quienes más adelante designen como encargado de América Latina en dicho Consejo- pareciera evidente que México debe empezar ya con la estrategia que fuera para responder a los enormes retos que representa la próxima administración Trump. Los temas también ya son ampliamente conocidos: migración, crimen organizado, revisión/renegociación del T-MEC, China, Cuba y Venezuela.

Desde luego que los consulados mexicanos serán de gran importancia, así como los abogados y consultores que se puedan contratar en muchos estados de la Unión Americana. Pero lo esencial van a ser los apoyos que México pueda conseguir dentro de Estados Unidos para resistir a la embestida trumpiana. Dichos apoyos deben ser de varias índoles: desde luego republicanos y conservadores que tengan la escucha de Trump, a través de empresarios mexicanos que por una razón u otra ya disponen de vínculos estrechos con el próximo presidente estadounidense. Pero también va a ser preciso reforzar lazos con amplios sectores demócratas y progresistas en Estados Unidos, en parte para que nos compartan su análisis y su visión de lo que sucede en ese país, en parte también para fortalecer la resistencia en los márgenes: en la Cámara de Representantes, en la de Senadores, y en una gran cantidad de tribunales dentro de Estados Unidos.

Por eso resulta por lo menos perpleja la demora en nombrar al nuevo embajador de México en Washington, o a ratificar a Esteban Moctezuma, que ya se encuentra ahí. Cualquiera que sea la decisión que el gobierno de Sheinbaum tome al respecto, no parece haber motivo alguno para posponerla. Era lógico evitar cualquier nombramiento antes de las elecciones en Estados Unidos, pero ya han pasado casi seis semanas. El embajador en Washington no va a participar en las negociaciones: eso prácticamente nunca sucede. Pero es la cabeza de todo el esfuerzo de cabildeo, de difusión, de explicación, de construcción de contactos y alianzas en todo Estados Unidos. Yo preferiría a uno de los cuatro o cinco cuadros del Servicio Exterior Mexicano que hoy se encuentran en disponibilidad, o jubilados pero que fácilmente podrían volver. Pero si la desconfianza de las autoridades hacia el SEM es tan grande como parece, pues entonces que se consigan a un empresario o a un político con experiencia diplomática, pero a quien sea, lo más pronto posible. Es una pieza clave para todo lo que viene.

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