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Los asháninkas frente a choris, kityonkaris y un Estado ausente

Por: Anuska Buenaluque. Epicentro TV

Los asháninkas le ponen nombre a sus miedos. Los “kityonkaris”, los “rojos”, son los senderistas, esos que siguen merodeando en sus pesadillas y cuando despiertan. Los “choris”, los que vienen de afuera, son los colonos, esos que invaden su territorio y su vida para sembrar coca o traficar con ella.

“Sin territorio no eres asháninka, pierdes toda tu identidad que tienes como un pueblo”, señala el presidente de la Central Asháninka del Río Ene (CARE), Ángel Pedro Valerio.

Su poder, su fuerza, también tiene nombre, “ashaninkasanori”, vivir como un verdadero asháninka. No es solo una palabra, es su conciencia colectiva y uno de sus mandamientos es vivir de manera comunitaria. Esto explica, en gran medida, que hayan sobrevivido y sobrevivan rodeados y atravesados por “choris”, coca y “kityonkari”.

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En la cuenca del río Ene, que se extiende entre Cusco, Ayacucho y, sobre todo, Junín, tienen su particular gobierno: la CARE, la Central Asháninka del Río Ene. Representa a 45 de las 47 comunidades nativas que hay.

Los Comités de Autodefensa y Desarrollo, los CADS, son su ejército armado con flechas y unas 400 retrocargas de los años 90. La zona está declarada en emergencia, pero no hay policías, los ríos navegables son territorio liberado y las seis bases militares, una aguja en un pajar, a todas luces, insuficientes.

Protección. Los Comités de Autodefensa tienen flechas y 400 retrocargas de los años 90.

El presidente del Comité Central del CAD Valle del Río Ene, Américo Salcedo, cuenta que se ve una ola de más sembríos, personas extrañas y más contaminación en el agua por maceración de las pozas de donde sacan las drogas. “A veces nos encontramos con personas que no conocemos, con mochilas llenas de drogas y con armamentos de larga distancia y nosotros no podemos enfrentarnos a ellos, y lo que hacemos es regresar al pueblo e informar a la organización CARE que tenemos”, contó.

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Dan parte también a la autoridad, pero si llega, llega pasados los días y no se queda. Se convierten entonces en soplones y los amenazan.

“Me han esperado varias oportunidades para que así de pronto me cojan, pero hasta el momento agradezco a Dios bastante por protegerme para que así de pronto no me pase nada”, sostuvo Salcedo, quien tres veces ha sido amenazado por colonos.

Ahora son narcoterroristas

Salcedo advirtió que los terroristas y narcotraficantes van juntos. Señala: “Hoy en día no se puede reconocer si es sendero o no. Ellos también están articulados como narcoterroristas”.

La CARE ha elaborado un mapa de las diversas comunidades de la cuenca del Ene que han recibido amenazas, con base en el sistema de alertas al que reportan los comités de autodefensa: invasión de colonos, cultivos de coca, pozas de maceración, terrorismo. Además, enfrentan tala ilegal, pesca ilegal y proyectos de actividades extractivas no consensuados con ellos. A esto se suman los impactos del cambio climático reflejados en sequías prolongadas, la deforestación, consecuencia de la tala ilegal y del avance de los sembríos de coca y la contaminación de sus ríos por los químicos que se utilizan en las pozas de maceración.

Este mapa de la realidad lo tienen las autoridades; pero por su inacción, las amenazas, en vez de ir desapareciendo, se multiplican.

Valerio, presidente de CARE, también ha sido amenazado: “Hemos tenido dos hipótesis. Uno, que los mismos grandes cocaleros y narcotraficantes están metidos para hacerme callar, pero también el Estado (por la corrupción)”.

Comunidad en riesgo

En la parte alta del río se ubica la comunidad nativa de Quempiri. Los niños saben cazar y pescar, pero no sumar.

La posta médica es ecológica. Mientras refaccionan sus instalaciones con paredes, no hay médico y aquí se atienden personas de otras cuatro comunidades. Los estetoscopios, por ejemplo, salen del bolsillo del personal.

Embarazos en adolescentes, abortos y enfermedades de transmisión sexual están al día.

El técnico enfermero de salud de la comunidad nativa Quempiri, Luis Alberto Pérez Rivera, explicó cómo se vive en la comunidad.

“También es el incremento de bares y cantinas en un centro poblado cercano, donde no hay control. La mayoría que vienen contagiados también ellos refieren que en esos sitios se han contagiado”, señaló haciendo referencia a enfermedades como sífilis y VIH.

Suele haber luz en las comunidades, pero no agua potable, y el índice de desnutrición en la cuenca supera el 50%.

Así viven más de 1.200 familias asháninkas en la cuenca del río Ene. La central asháninka es su salvación y además el puente entre ellos y el Estado. Saben que para sobrevivir tienen que pensar a futuro, y lo hacen.

Alcance. Los asháninkas viven a lo largo del río Ene en Cusco, Ayacucho y Junín.

Han creado la escuela CARE, la cooperativa que Kemito Ene, Cacao Ene, y están empezando a exportar. El cacao, el café y el ajonjolí son algunas de sus apuestas económicas.

Vivir en medio del narcoterrorista

No quieren que la historia se repita una y otra vez. En los años 80 y 90, Sendero Luminoso hizo de la selva central su particular Camboya.

O los mataban o eran esclavizados en sus campamentos o huían, y con suerte no morían en el intento.

Más de 6.000 asháninkas muertos, más de 50.000 desplazados forzados. Los arrancaron de su territorio y los que volvieron no lo hicieron al mismo lugar, sino a territorios cercanos. Los kityoncari, los rojos, ahora se mueven, sobre todo, por el distrito de Vizcatán del Ene.

Para ellos siguen siendo lo mismo, sinónimo de muerte, engaño y pesadillas.

Al padre de Ángel Valerio lo mato Sendero Luminoso. Murió apedreado “por el simple hecho de que no estaba de acuerdo con su política, no ha querido seguir en sus filas”. Afirma que no lo cuenta para desahogarse o lamentarse. “Lo digo para que no vuelva a suceder”.

Al día de hoy, en pleno siglo XXI, tienen todavía a hermanos cautivos de los Quispe Palomino, esos que ahora están aliados con el narcotráfico.

En los distritos donde se asienta la mayor parte de población asháninka, los sembríos de coca se han descontrolado.

Por ejemplo, en el distrito de Río Tambo, a donde pertenece la comunidad de Kempiri, se ha pasado de 1.233 hectáreas de hoja de coca en el 2019 a 3.223 hectáreas en el 2023. Así lo registra Devida.

Lo mismo sucede en el resto de distritos de la cuenca con comunidades asháninkas. Sus jóvenes son las presas para este dinero fácil. A los mochileros les pagan 100 dólares por kilo de pasta básica que transportan.

Por día, si uno va a pisar coca en una poza de maceración, le pagan 70 soles. En cambio, una familia trabajando su chacra no saca más de 300 soles al mes.

A Florinda Yomiquiri, miembro del Consejo Directivo de la CARE, las amenazas contra las asháninkas que más le preocupa son las que vienen del narcotráfico.

“Porque siento que la hoja de coca es más avanzada y nuestros jóvenes buscan eso, lo más fácil de conseguir dinero. Eso me preocupa mucho, y el tema de la prostitución, la mala junta”, comentó.

Asháninkas, el pueblo que pese a todo, siempre dice pasonki, “gracias”.

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