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Insuficientes recolectores de café

Don Alcibiades Ocampo, cafetalero de pura cepa, de mejillas arreboladas ya palideciendo, visita en las tardes el recibidor de café en Santo Domingo de Heredia en un camioncito —que es mi envidia— hasta el copete de granos de café, con aroma agridulce, recién recolectados, en su mayoría, por manos nicaragüenses.

Con cordial camaradería, se saludan entre todos sin distinción de rango: agricultor, peón, chofer, recibidor, secretaria y demás.

Era esta época de conversaciones un tanto triviales y cotidianas con las preocupaciones del quehacer: que si el precio del café, que si el clima, que si la vagoneta, y así discurrían las tardes de entrega de café.

Son tardes ahora de tensión en el ambiente, de caras surcadas por la preocupación, de ánimos frustrados por la impotencia de resolver, de convicciones traicionadas, de un futuro enmarañado para “mis vecinos” los que tienen su terrenito de café, tal y como dice don Alcibiades, septuagenario de calma sabiduría y esperanza inalterable.

Lo que el rumor se lleva consigo es la mano de obra nicaragüense, pilar de un sinnúmero de actividades no solo agrícolas, sino de toda índole económica.

En las fincas, hay menos cogedores de café, más canastos vacíos y muchísimos granos a reventar en las bandolas.

Se ha nublado el alentador panorama de una cosecha de café con un por fin mejor precio internacional, amén del esfuerzo de la mayoría por implantar las buenas prácticas agrícolas, respetar las disposiciones del Pacto Verde de la Unión Europea, engancharse en cuanto curso técnico se tenga la oportunidad.

Guardo viva memoria de cogedores de café ticos. Eran épocas de pies descalzos, anchos y callosos, vestían ellos pulcros pantalones de jersey remangados hasta el tobillo, camisas de planchar sin diseños, en fila con sus boletos de cobre para cobrar el número de cajuelas cogido.

Tengo un vago recuerdo de las mujeres en el cafetal difuminadas en sus ropas de colores con sus negras manos enmieladas, algunos güilillas revoloteando por las calles de los cafetales. Eran, si no todos, en su gran mayoría ticos los que conformaban la mano de obra.

Ante el desamparo o, en todo caso, el silencio de las instituciones de gobierno, estoy segura de que don Alcibiades, en su empeño por hacer del quehacer cafetalero su digno vivir, y sus colegas de entrega de café se apañarán a “darle la vuelta a la carreta con la rueda cuadrada”.

amatibej@gmail.com

Ana Matilde Bejarano Ramírez es literata francesa.

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