El precio de despreciar la memoria histórica
'Política para supervivientes' es una carta semanal de Iñigo Sáenz de Ugarte exclusiva para socios y socias de elDiario.es con historias sobre política nacional. Si tú también lo quieres leer y recibir cada domingo en tu buzón, hazte socio, hazte socia de elDiario.es
No se necesita una noticia extraordinaria para que a Isabel Díaz Ayuso le empiece a centrifugar la cabeza a 1.200 revoluciones por minuto. De hecho, ocurre casi todas las semanas. Esta vez, fue por el anuncio de los actos que el Gobierno pretende organizar en 2025 por el 50º aniversario de la muerte de Franco. “Pedro Sánchez ha enloquecido. Como su Gobierno está en sus últimas horas, ha decidido quemar las calles y provocar violencia con grupos muy minoritarios, que últimamente salen justo cuando él lo pasa mal”, escribió, y su cabeza hizo un giro completo de 360 grados.
No es una excepción en la derecha. Cualquier apelación a la memoria histórica es recibida con aspavientos y chillidos. Eso que ocurre en todos los países europeos, con distintos ejemplos tanto desde la izquierda como la derecha, aquí algunos lo consideran un intento de enfrentar a los españoles para que vuelvan a abrirse la cabeza en las calles. Luego, nada de eso sucede y nadie se pregunta por qué. Quizá porque el frenesí creado con esos titulares y declaraciones es sólo una herramienta para generar odio a la izquierda y emparentarla con la violencia de los años 30.
Resulta curioso que una respuesta apropiada a todo este desprecio a la memoria histórica haya venido estos días de Felipe VI en su discurso ante las dos cámaras del Parlamento italiano: “Somos dos países con memoria, con una clara conciencia del pasado, en particular del que no puede ni debe repetirse, ni siquiera como caricatura”. En su defensa de la democracia liberal y con la intención de valorar sus instituciones, quiso dejar claro que no conviene hacer experimentos probando las ideas que condujeron a las dictaduras de Mussolini y Franco, regímenes que no hay que olvidar que eran esencialmente antiliberales.
En la derecha, que nunca deja de recordar lo fantásticos que son los discursos del rey, se ha recibido el de Roma con un silencio revelador.
El Gobierno pretende que el aniversario de la muerte de Franco sirva para lanzar una serie de actos con el objetivo de “poner en valor la gran transformación en este medio siglo de democracia y homenajear a las personas y colectivos que lo hicieron posible”, en palabras de Pedro Sánchez. Lo de que vayan a ser “más de un centenar de actos” suena un poco exagerado, pero no lo es tanto si se incluyen los que puedan tener lugar en muchos colegios en todo el país.
No es difícil encontrar ejemplos de cómo la derecha habla de vez en cuando de la Guerra Civil, pero sólo con la intención de propagar mentiras. La última polémica absurda ha consistido en criticar a Ernest Urtasun por decir que el poeta Miguel Hernández fue asesinado por el franquismo. No murió por las balas de un fusil, sino de tuberculosis en una prisión de Alicante. Después de pasar tres años por diversas cárceles en condiciones penosas, como tantos otros represaliados, y no recibir el tratamiento médico que necesitaba en sus meses finales.
Suena parecido a afirmar que Ana Frank no fue asesinada por los nazis, sino que simplemente falleció de muerte natural. En febrero de 1945, una epidemia de tifus se desató en el campo de concentración de Bergen-Belsen y mató a 17.000 prisioneros, entre ellos la niña de 15 años. Quizá La Razón se atrevería a decir que a Ana Frank no la mataron los nazis, como a todos los demás judíos asesinados en esos campos, sino que murió por las carencias sanitarias de esas instalaciones. Hay cosas que de verdad sólo pasan en España.
El recuerdo de un pasado teñido por una guerra civil siempre es doloroso y sensible políticamente. Lo más habitual es que se haga con décadas de retraso. Huir de él y enterrarlo bajo una forma de olvido es una forma de cobardía. Cada país afronta sus demonios internos con dudas y obstáculos, pero al final se suele imponer la necesidad de hacerlo. No hay que explicar mucho sobre el intento de Alemania de reflexionar sobre las responsabilidades a cuenta del nazismo, y no sólo centrándolas en la conducta de los autores del genocidio. Y hay que decir que se tardaron décadas en asumirlo con todas las consecuencias. Macron ha tomado algunas iniciativas sobre la memoria histórica en relación a la guerra de Argelia. Bélgica lo ha hecho con la colonización criminal de Congo por el rey Leopoldo II.
En una cumbre reciente de la Commonwealth, el rey Carlos III se refirió al triste legado del colonialismo: “Veo que los aspectos más dolorosos de nuestro pasado siguen resonando. Por eso, es vital que comprendamos nuestra historia, para que en el futuro nos sirva como guía a la hora de tomar las decisiones correctas”. No es que los demás asistentes quedaran muy impresionados por esas palabras demasiado genéricas, pero al menos suponían un cierto reconocimiento del daño infligido. El rey aceptó en 2023 poner en marcha una investigación de la relación de la monarquía británica con el tráfico de esclavos. En Estados Unidos, ha pasado más de un siglo y medio desde la Guerra Civil y nadie niega que el legado de racismo de la Confederación continúa estando presente y siendo motivo de innumerables controversias. El debate que se ha planteado allí es cómo se puede permitir que los símbolos racistas de ese pasado puedan seguir presentes en nuestros tiempos.
Sin embargo, en España cualquier ejercicio de memoria histórica sobre el siglo XX es visto por la derecha como un intento de “reabrir las heridas del pasado” y enfrentar a los españoles, frases que se han repetido tantas veces hasta perder todo su sentido.
Es una actitud condenada al fracaso. Como escribí en una ocasión, no importa lo que corras, la historia siempre te atrapará. En la izquierda, también sería conveniente ser realista a la hora de aspirar a que desaparezcan los franquistas. Un diputado de Vox –el partido que recibió tres millones de votos en las últimas elecciones– ha defendido este mes el legado de la dictadura en el Congreso. De la misma forma que es absurdo meter en prisión a alguien que desee que vuelva el Grapo, cosa que no va a ocurrir, también lo sería castigar penalmente a quien quiera que resucite el franquismo, a menos, claro está, que exista una incitación a la violencia.
Hubo que esperar a marzo de 2005 –treinta años después de su muerte– para que la estatua ecuestre de Franco en Madrid fuera retirada por el Gobierno de Zapatero mientras el PP se hacía el loco o se oponía a su traslado. En Santander, no se hizo hasta 2008. Las estatuas en lugares públicos son una forma de homenajear a esa persona. No sirven para aprender historia, como sostienen algunos. Para eso están los libros. Qué decir de la tumba de Franco en la basílica del Valle de los Caídos, situada en el mismo altar junto a la de José Antonio Primo de Rivera. Todo un recinto religioso a la mayor gloria de un dictador hasta que su cuerpo fue trasladado en 2019 a un cementerio normal, es decir, un lugar donde se entierra a los seres humanos.
El olvido es un rasgo normal en la naturaleza humana. Casi una reacción natural para protegerse. Pero eso es incompatible con ciertos valores que relacionamos con la democracia. Para la derecha, la memoria es una especie de ‘self-service’ donde sólo escoges el plato que te gusta. Con los asesinatos de ETA, sí insiste en no olvidar y en reconocer el papel de las víctimas del terrorismo. Eso es lógico y necesario. Pero con la Guerra Civil muestra una cerrazón que raya en la complicidad. En el colmo de la incoherencia, algunos sectores reaccionarios muestran más interés en reivindicar el pasado colonial de los siglos XVI y XVII como si fueran gestas históricas que es imprescindible homenajear.
Memoria histórica para celebrar a Felipe II, pero no me hablen del siglo XX que me pilla muy lejos.
Luigi Mangione, asesino y héroe popular
Deny. Delay. Depose. Las tres palabras grabadas en los casquillos de las balas despertaron el interés de muchos norteamericanos. Las conocían muy bien. Se refieren a las prácticas habituales de las grandes aseguradoras privadas de EEUU con las que se niegan a pagar los gastos sanitarios que sus clientes creían tener garantizados, retrasan todas las gestiones hasta el infinito o no dejan más opción que presentar una demanda en la que la empresa tiene dinero suficiente para salir vencedora en un largo proceso. El asesinato del consejero delegado de UnitedHealthcare en Nueva York ha generado una reacción de rabia y alegría que ha dejado perplejos a políticos y medios de comunicación. Quizá porque ellos no tienen que pasar por esa tortura.
El presunto asesino Luigi Mangione, de 26 años, pasó a convertirse en un héroe popular en redes sociales. Las fotos difundidas antes y después de su detención hicieron que la gente destacara que estaba bueno. “The hot assassin”, decían. Parece un ejemplo de escasa sensibilidad, pero la historia que hay detrás del crimen muestra una realidad no menos terrible.
Muchos aprovecharon la oportunidad para contar sus experiencias en redes sociales. Como casi todo lo que tiene que ver con la sanidad en EEUU, algunas historias eran inauditas. Como cuando una empresa se negó a pagar el traslado en ambulancia de una persona hasta el tanatorio, porque, como ya estaba muerta, su póliza había quedado cancelada. Si hubiera estado viva y fuera trasladada a un hospital, sería distinto, les dijeron. O cómo otra aprovechó un error en la hora de la muerte consignada por el médico para negarse a pagar las horas posteriores de estancia en el hospital. ¿Está muerto, según dice el papel? Tú pagas el resto. Y hablamos de miles de dólares en esos casos.
UnitedHealthcare era la empresa que tenía el récord de peticiones denegadas a sus clientes. Con un 32%, doblaba la media de la industria. ¿Cómo tomaba esas decisiones? Con un algoritmo, como era de esperar. El salario base de la víctima, Brian Thompson, era de un millón de dólares anuales, aunque el último año sus ingresos habían ascendido a diez millones gracias a los bonus y las opciones sobre acciones.
Son las empresas más odiadas del país y con razón. Alegrarse del asesinato de un ser humano es algo horrible, ¿pero qué sucede cuando es responsable de decisiones que causan tanto dolor a la gente o destruyen su vida llevándoles a la bancarrota cuyas consecuencias soportan durante años? ¿A ese crimen de Nueva York se le puede llamar daños colaterales como en las guerras?
Milei, ándate a la conc** de tu madre
Un año de Milei en Argentina. Un descenso real de la inflación. Un hundimiento de la economía productiva en industria, comercio y construcción. Un espectacular aumento de la pobreza. Un 52,9% de los argentinos está por debajo del umbral de pobreza, lo que es un aumento de 12,8 puntos con respecto a 2023. El 65,5% de los niños vive en situación de vulnerabilidad. En elDiarioAR, nuestros colegas de Argentina, cuentan con un especial con trece artículos que hacen balance de ese primer año. En el primero, Martín Caparrós escribe:
“Su problema –nuestro problema– es que cree que hablar es callar a los otros, humillarlos, insultarlos todo lo posible. Un gritón incontinente que confunde la convicción con la violencia y crea un clima de violencia como hace mucho no se veía en la Argentina. Y lo disfraza de cruzada, que era el mejor disfraz: decir que uno ataca a los que ataca porque un dios lo quiere, porque eso quieren las fuerzas del cielo; decir que uno hace lo que hace porque se lo hacen hacer, no fui yo, no soy yo, es la luz que me ilumina y se refleja, es la verdad, es el destino, hijos de mil pares de putas, escuchen lo que digo”.
Esta semana, Milei ha dado una entrevista en la que ha contado cómo fue la primera reunión de su Gobierno. “Estaba con los ministros y estaban todos los abogados que habían puesto. Yo agarro y digo: yo quiero hacer esto, esto, esto. Y salta uno de los abogados y dice: no, esto no se puede. Yo dije: ¿cómo?, ¿cómo que no se puede? Vos me estás jodiendo. Si yo voy y le pregunto al heladero, hacía como 40 grados, también me dice que no se puede. ¿Cuál es tu valor agregado entonces? Me importa tres carajos lo que me dices que no se puede. Yo te pongo acá no para que me digas que no se puede, sino que me digas cómo hago para hacerlo. Si no, ándate a la concha de tu madre”.