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Trump defiende el aislacionismo, pero ¿puede permitirse EEUU ignorar el futuro de Siria?

El enfoque no intervencionista de Estados Unidos podría dejar a Damasco expuesto a un recrudecimiento de la guerra civil o al resurgimiento de Irán

El nuevo gobierno sirio echa a andar en Damasco con muchos retos y en medio de los recelos por su tendencia islamista

Gestionar la caída del régimen de Bashar Al Asad no estaba en los planes del presidente saliente de Estados Unidos, Joe Biden. El futuro de Siria tiene demasiadas implicaciones como para ser ignorado por Donald Trump, el presidente entrante, que defiende el aislacionismo y el “America First” (Estados Unidos primero).

Hasta la semana pasada, los frentes de la guerra civil del país, que ya dura casi 13 años, estaban prácticamente inactivos. La guerra en Ucrania y la guerra en Gaza dominaban la atención y los esfuerzos diplomáticos estadounidenses en todo el mundo. Y la tónica de normalización de las relaciones con Al Asad parecía encaminada a prolongar su permanencia en el poder.

El orden establecido fue derrocado en cuestión de días. Las fuerzas rebeldes irrumpieron en las principales ciudades del país y el ejército sirio se deshizo a su paso. Irán y Rusia optaron por no apoyar al régimen y el derrocado Al Asad encontró refugio en Moscú, un destino popular para tiranos depuestos.

Según Steven Heydemann, investigador no residente del Centro de Política de Oriente Medio y autor del ensayo Autoritarismo en Siria, los acontecimientos de la última semana son “la reordenación más importante de la región desde 2003”. El autor indica que abren una brecha entre una alianza histórica entre Irán y Siria e invierten un avance constante de los intereses iraníes en la región desde la guerra de Irak.

Tan sólo una generación atrás, Estados Unidos habría aprovechado cualquier oportunidad para dictar el orden de la posguerra en Siria. Sin embargo, esta semana Joe Biden y los funcionarios de su Administración se mostraron más cautos al informar a los periodistas de que Estados Unidos colaboraría con todos los actores, pero solo en calidad de apoyo.

Durante una sesión informativa, un alto cargo de la Casa Blanca quiso remarcar que “el futuro lo escribirá el pueblo sirio”. “Washington no va a presentar un plan para el futuro de Siria. Lo trazará el pueblo sirio. La caída de Al Asad la decidió el pueblo sirio. Pero creo que está muy claro que Estados Unidos puede tender una mano y estamos más que dispuestos a hacerlo”.

Los esfuerzos inmediatos para estabilizar Siria y, en última instancia, la transición a un nuevo gobierno, se producen cuando Washington se prepara para un cambio histórico de liderazgo. En los próximos meses será necesario un tira y afloja, lleno de matices, entre todos los actores. Este tipo de diplomacia no es el fuerte de Estados Unidos, sobre todo después de unas elecciones polarizadas y acaloradas en las que una parte considerable de los votantes abrazó el contagioso posicionamiento aislacionista de Donald Trump.

Una compleja lista de actores intentará influir en la situación: Turquía y los países del Golfo, grandes potencias regionales como Irán y Rusia, cuya influencia no debe subestimarse, un Israel que exhibe músculo y que ha bombardeado instalaciones militares sirias y ha comenzado a tomar territorio en el sur, y una constelación de grupos armados que van desde los kurdos apoyados por Estados Unidos hasta los combatientes islamistas, incluido Hayat Tahrir al-Sham (HTS), la fuerza que capturó Alepo y Damasco y que sigue figurando en la lista de organizaciones terroristas de Estados Unidos.

“La situación sobre el terreno no responde al enfoque natural de Estados Unidos de buenos y malos, blanco o negro, de pintar según los números, de qué lado estás”, explica Jon Alterman, director del programa sobre Oriente Próximo del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington.

“Será necesaria una diplomacia con muchos matices, que a Estados Unidos instintivamente no le gusta y le costaría mucho ejecutar en un contexto de transición presidencial”, afirma. “Todas las partes tienen en mente una partida a 20 o 30 años vista. Y a las administraciones estadounidenses les cuesta mucho pensar en un juego a 20 o 30 años”.

De hecho, el horizonte temporal de las actuales políticas estadounidenses durará poco más de otro mes, hasta que Trump tome posesión de su cargo en enero. Mientras la Administración Biden pierde influencia y apura sus últimos días, Trump ya ha dejado claro que no quiere empantanarse en Siria.

Este fin de semana, durante su viaje a París, Trump escribió el siguiente mensaje, en mayúsculas para darle un mayor énfasis, en su plataforma de redes sociales Truth Social: “Siria es un desastre, pero no es nuestro amigo, Y ESTADOS UNIDOS NO DEBERÍA TENER NADA QUE VER CON ELLA. ESTA NO ES NUESTRA LUCHA. DEJEMOS QUE SE DESARROLLE. NO NOS IMPLIQUEMOS”.

En un punto de inflexión para la región, algunos observadores han expresado su preocupación de que Estados Unidos adopte un enfoque no intervencionista. En su opinión, este posicionamiento podría dejar al país abierto a un retorno a la guerra civil o a un resurgimiento de Irán, que ve a Damasco como un eje de su proyección de poder en toda la región. Qutaiba Idlbi, investigador principal del Centro Rafik Hariri y de los Programas para Oriente Próximo del Atlantic Council, señala: “Estamos ante una oportunidad de oro para reconfigurar Oriente Próximo, porque Irán ha perdido su base estratégica en la región, de modo que su capacidad para desordenarla se ha reducido significativamente”.

Sin embargo, un conflicto en Siria podría escalar con facilidad, ya que una miríada de potencias y grupos regionales tratan de sacar provecho de la repentina caída de Al Asad.

De hecho, Israel ya ha enviado tanques y tropas a los Altos del Golán, ocupando puestos militares al otro lado de la frontera por primera vez desde 1974. Y en el norte, el ejército turco ha disparado contra las Fuerzas Democráticas Sirias, respaldadas por Estados Unidos y, según este grupo, al menos 20 personas han muerto.

El martes, el general Erik Kurilla, el militar estadounidense de más alto rango en Oriente Próximo, realizó una visita a las Fuerzas Democráticas Sirias y a los soldados estadounidenses para “evaluar de primera mano las medidas de protección de las fuerzas, la rápida evolución de la situación y los esfuerzos en curso para impedir que el Estado Islámico (EI) pueda aprovecharse de la situación actual”.

Aunque Rusia ha perdido un aliado clave con la caída de Al Asad, seguirá tratando de conservar su base aérea y su base naval en Siria, que le permiten proyectar su poder en todo el mundo. Siria también desempeña un papel crucial en la estrategia de Irán para la región. Y aunque Teherán ha dado la espalda a Asad, los observadores creen que éste no es todavía el acto final.

“Me preocupa que si Estados Unidos no se compromete en asegurar la estabilidad de Siria, pueda ser relativamente fácil para Irán resurgir como un actor importante en la región”, señala Idlbi.

Previamente, Trump había prometido retirar a los 900 soldados estadounidenses del norte de Siria, donde respaldan a las fuerzas kurdas que luchan contra el Estado Islámico. El nuevo gobierno también estará lleno de halcones proisraelíes y contrarios a Irán que pueden ver el futuro de Siria como clave para su agenda. Y para un futuro presidente que se enorgullece de llegar a acuerdos, lo cierto es que el atractivo de las negociaciones puede resultar demasiado difícil de resistir.  

“La Administración Trump ha presumido de no querer intervenir, pero la realidad es que muchos países implicados de los que Estados Unidos depende para muchas cosas tienen un gran interés en cómo se resuelve la situación”, señala Alterman. “Así que [la Administración Trump]... no podrá permanecer al margen sin graves consecuencias ... Hay demasiados jugadores que nos importan, tanto desde un punto de vista positivo como negativo, como para simplemente dejar que las fichas caigan en el tablero sin haber intentado influir”.

Traducción de Emma Reverter

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