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Luis Alberto Ayala Blanco y el mito como eje del mundo moderno

En El silencio de los dioses, Luis Alberto Ayala Blanco planta cara a las premisas fundamentales de la modernidad: propone una reflexión sobre el mito, la ciencia, la locura y el sacrificio como principios que estructuran la existencia. Concebido originalmente como una tesis doctoral —y publicado por la editorial Sexto Piso hace dos décadas—, el libro ha vuelto a las estanterías con ímpetu renovado y con un prólogo de Sergio González Rodríguez.En entrevista, Ayala Blanco reflexiona sobre la vigencia de su pensamiento. Explora la relación entre lo simbólico y lo divino, así como las tensiones existentes entre mito y ciencia, entre otros temas. ¿Qué motivó tu interés por explorar la relación entre mito y modernidad?Principalmente, una crítica a la modernidad en todo su sentido. Una parte del libro sostiene que el mito no es una mentira; es algo real. De hecho, sin mito no hay mundo. Esa idea la retomo de Roberto Calasso, quien es fundamental para el libro. La modernidad, al ser totalmente autorreferencial, pierde no sólo toda la magia, sino también la posibilidad de entender muchas cosas esenciales de la vida.También exploras la tensión entre ciencia y mito. ¿Qué papel juega esa oposición en tu planteamiento?Ese aspecto surge porque mi tesis de doctorado fue presentada en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, donde constantemente me decían que debía ser “más politólogo” y que el mito era fantasía. Entonces leí sobre física cuántica, y descubrí que llega a principios muy similares a los del mito. Por ejemplo, Erwin Schrödinger, uno de los grandes físicos cuánticos, pasó los últimos años de su vida leyendo los Vedas y reconoció que ya estaba todo allí.Toda la física cuántica está basada en imágenes, y nadie ha visto un átomo en su vida. Podría decirse que todo el constructo en el que vivimos es un mito, aunque no nos demos cuenta. Por ejemplo, los politólogos hablan del Estado, la democracia y la justicia. Pero eso es tan irreal como pensar que los dioses son irreales. En el libro planteo que lo divino no es un dios que aparece, sino un acontecimiento. Puede ser algo tan sencillo como mirar un árbol y sentir que, además de ser eso, te está expresando algo inenarrable, algo que va más allá de la lógica. Seguimos atrapados en la tara racional mal entendida. Paradójicamente, los mismos físicos cuánticos han reconstruido nuestra visión de la realidad con herramientas que recuerdan al mito. Estamos en una era de sobreabundancia de imágenes. Esa distancia que planteas entre lo irrepresentable y el exceso de representación, ¿cómo la ves en el contexto actual?Hoy vivimos rodeados de “simulacros de simulacros”. El término “simulacro” lo empleo en su significado griego, como algo que aparece, no como un remedo de otra cosa. Mi planteamiento es que existe un principio que podemos llamar lo divino, lo irrepresentable, o incluso energía. Ese principio se expresa constantemente, y esa expresión es un simulacro. Luego, ese simulacro se instaura y cree que es único, olvidando el principio divino del cual surgió. Así, aparecen los simulacros de segundo orden: simulacros de los simulacros. Incluso cuando volvemos a lo analógico, creemos que hemos regresado al origen, pero eso también es una ilusión. Lo analógico sigue siendo una imagen más, solo que está más cerca del principio de todo.¿Qué papel juega el sacrificio en esta relación entre lo humano y lo divino?El sacrificio es esencial. Es el punto de contacto entre lo humano y lo divino, el acto que permite el diálogo. La modernidad cree que puede acabar con la violencia y el sacrificio, pero al negarlos, solo se manifiestan de manera incontrolada. Por ejemplo, cada vez que comemos, estamos matando algo para poder seguir vivos. Esto es un sacrificio. La idea del sacrificio es mantener el orden; es un principio que no se puede eludir. Vivimos en un mundo autorreferencial que cree ser racional, pero es cada vez más violento.¿Qué relación hay entre la idea del progreso y la negación del sacrificio?Había un profesor en la Facultad de Ciencias Políticas que tenía un gran aforismo: “el progreso viene de regreso”. Si tomamos la idea del progreso tal cual, tendríamos que pensar que en un momento dado llegaremos al final, a una utopía, pero en realidad cada punto del camino es un error porque el tiempo siempre lo desmiente. Creemos que el progreso nos salvará, pero eso no es más que una ilusión.El lenguaje es nuestro único mecanismo de de relación con el mundo, pero también es nuestra prisión. ¿Cómo lo exploras en tu libro?En el libro, dedico un capítulo a la locura, donde explico que el lenguaje es un sacrificio. Nombrar algo es limitarlo, y al hacerlo, sacrificamos su totalidad para poder comprenderlo. Sin este proceso, no podríamos vivir; sería la locura total. En la mitología india, por ejemplo, existe la historia de un dios llamado Prajapati, quien se sacrifica a sí mismo para que el mundo exista. Lo mismo ocurre con el lenguaje: necesitamos imponerle límites para que tenga sentido, pero en ese sacrificio perdemos algo de su esencia.Para cerrar, ¿cómo sientes que ha envejecido tu pensamiento después de 20 años?No sé si ha envejecido. Lo que escribí hace 20 años sigue resonando porque intenté anclarlo en algo atemporal: la condición humana. Los temas que abordo, como la crítica a la democracia o la relación entre mito y modernidad, tienen más relevancia ahora que antes. No se trata de evolución, sino de profundizar en intuiciones fundamentales.ÁSS

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