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¿Es Notre Dame de París una iglesia?

El incendio de la catedral de Notre Dame hace cinco años provocó una oleada de emoción en todo el mundo que fue mucho más allá de los fieles católicos. Así que Notre Dame tiene que representar por fuerza algo más que la religión que se supone que encarna. Pero, ¿qué representa exactamente? Esta era la pregunta hace cinco años, y hoy es todavía más importante, una vez restaurada y reabierta al público. Hace cinco años, el presidente Macron prometió a la nación que, en cinco años, Notre Dame estaría reconstruida de forma idéntica. ¿Idéntica? ¿Qué quería decir eso exactamente? Los arquitectos estaban divididos entre los que querían restaurar el armazón de roble que se había quemado utilizando la misma técnica y los mismos materiales que en el siglo XII, cuando se fundó la catedral, y los que señalaban que, en cada época, los constructores de catedrales han utilizado las técnicas de su tiempo. Por eso a los modernistas les parecía completamente absurdo talar un millar de robles en los bosques franceses con el pretexto de reconstruir este armazón de forma idéntica, con el mismo riesgo de incendio, cuando se disponía de materiales sintéticos, más baratos y sin riesgo. Macron decidió: idéntico. Esto significaba reconstruir Notre Dame exactamente como estaba. ¿Pero exactamente cuándo? Porque la catedral, como todos los edificios religiosos y los castillos, se construyó lentamente a lo largo de los siglos. En el caso de Notre Dame, se calcula que los trabajos de construcción originales fueron relativamente rápidos y el edificio se terminó, en el estado en que lo conocemos hoy, en apenas doscientos años. En comparación, la mayoría de las iglesias europeas de este periodo nunca se terminaron. Las de estilo gótico que debían tener dos agujas suelen tener solo una; fíjense en las más magníficas, como Colonia, Chartres o Amiens. Pero sería un error suponer que, transcurridos estos dos siglos de construcción, Notre Dame permaneció igual. Nunca fue así. Constantemente se añadían estatuas y capillas anexas. No olvidemos tampoco que las catedrales actuales, desligadas de su entorno inmediato, antaño formaban parte del tejido urbano. En París, hasta el siglo XIX, las casas medievales llegaban hasta los muros de la catedral.

Todo esto cambió radicalmente tras la publicación de la novela de Victor Hugo, Nuestra Señora de París, en 1831. A Hugo se le atribuye el mérito de haber transformado el significado de la catedral de monumento religioso a templo de la nación. Hugo, el romántico, dio a entender que Notre Dame no había sido diseñada por arquitectos ni construida por canteros, sino que era, metafóricamente hablando, la expresión del genio de la nación. Esta visión, romántica y novelesca a la vez, se impuso entonces y se ha perpetuado hasta nuestros días. Da igual que los historiadores hayan descubierto posteriormente los planos y los nombres de los arquitectos que crearon estas catedrales; no eran ni mucho menos obra del genio popular, sino más bien de profesionales. Notre Dame de París también resultó muy dañada por la Revolución francesa, sobre todo en 1793, cuando se destruyeron las estatuas que representaban a los reyes del Antiguo Testamento. No obstante, Napoleón decidió coronarse emperador en ella para romper con la tradición monárquica, una iniciativa totalmente nueva, ya que tradicionalmente los reyes no eran coronados en París, sino en la catedral de Reims, y enterrados en la catedral de Saint-Denis. En 1802, Notre Dame se encontraba en un estado tan deteriorado que hubo que ocultar los muros en ruinas detrás de tapices enormes para la ceremonia. Pero fue un arquitecto genial, Eugène Viollet-Le-Duc, quien a mediados del siglo XIX se encargó realmente de restaurar o, para ser más exactos, reinventar Notre Dame. La cuestión de la autenticidad o de la restauración idéntica no estaba en absoluto en boga. Por el contrario, se esperaba que Viollet le Duc restaurara Notre-Dame tal y como Victor Hugo la había imaginado. Liberó la catedral de las casas circundantes para crear perspectiva. Sobre todo, la completó a su gusto, añadiendo una aguja que sobresalía de la nave y un sinfín de estatuas y gárgolas que él mismo diseñó. Victor Hugo las mencionaba en su novela, aunque no existían. Así pues, cuando el presidente Macron pidió que se devolviera el edificio a su estado original, se remitía a una autenticidad que no se remontaba al siglo XII, sino al periodo romántico y a la estética caprichosa de Viollet le Duc. Lo que hoy tenemos ante nuestros ojos no es obra de la nación, sino de este imaginativo arquitecto y de los desvaríos de Victor Hugo. El escritor no era muy católico, como tampoco lo era Viollet-le-Duc. En lugar de reconstruir Notre Dame como una iglesia, ambos pensaron que la nación francesa necesitaba un templo que encarnara el genio nacional. Notre Dame pasó así, imperceptiblemente, de la categoría de iglesia a la categoría de templo de la nación. A partir de entonces, los grandes acontecimientos políticos que han señalado la historia de Francia han tenido su centro en Notre Dame. En ella se rindió homenaje a los héroes de la Primera Guerra Mundial con funerales de Estado. En 1944, cuando París fue liberada, fue en Notre Dame donde se congregaron los movimientos de resistencia contra los nazis y donde el general De Gaulle celebró su victoria con un ‘Te Deum’.

Las fastuosas ceremonias que acaban de celebrarse en París para festejar la reapertura de la catedral habrán confirmado, sin duda inconscientemente, lo poco católica que se ha vuelto esta catedral. Por supuesto, está dirigida por obispos. Estos, sin duda para estar a la moda, aparecieron extrañamente vestidos, no con las casullas tradicionales, sino con trajes diseñados por uno de los maestros de la alta costura francesa. Los obispos oficiaron la misa ante un público selecto del que formaban parte numerosos jefes de Estado poco cristianos y varios filántropos, la mitad de ellos estadounidenses. A la misa le siguió un espectáculo musical: esperábamos a Johann Sebastian Bach, pero los organizadores de los festejos nos infligieron una comedia musical que, casualmente, se llamaba Nuestra Señora de París, inspirada en Victor Hugo. Todo terminó en una cacofonía orquestada por un pinchadiscos de moda cuyo nombre, espero que me perdonen, he olvidado. Contribuyendo a su manera a la descristianización del lugar, el papa Francisco, que no estaba presente, había enviado un mensaje leído desde el púlpito en el que subrayaba que Notre-Dame estaba abierta a todos, con independencia de su religión. Templo de la nación, hito de la historia de Francia, pero también centro de atracción que seduce a más turistas que fieles.

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