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¿Feliz Navidad?

Lucen las calles engalanadas. Sus tiendas abarrotadas. Los mercadillos, puestos de moda, atraen a riadas de gentes entusiasmadas. Una competición parece desatada, rivalizando por exhibir el mayor brillo y esplendor.

 

En los que pasan, asoman y se ocultan alternativamente afectos dispares, como si fuesen reflejo de las luces parpadeantes, que se encienden y se apagan.

 

Muchos, espoleados por tantos reclamos, deambulan aturdidos y agitados entre semejante bullicio. Deslumbrados, sólo alcanzan a ver de los festejos sus destellos, sin reparar en razones y significados.

 

Otros, cada vez más, detestan la fiesta navideña. Curiosamente, no les ocurre con otras como con ella. Quizás, para amortiguar tal desagrado e inconveniencia, haya desaparecido del alumbrado cualquier imagen que recuerde su procedencia. Silenciados los villancicos, que les dan la matraca, aún se revuelven indignados clamando que se acalle a esos críos armados de pandereta, zambomba y tambor. Y, ¡por favor!, que retiren las insoportables campanitas sobre campanas de todos los lugares. ¡Qué horror!

 

Hay, por otra parte, quienes encuentran diferentes justificaciones para no celebrar la Navidad: tantas guerras, calamidades, corrupción; masacres a millares de inocentes a los que se impide nacer; ver el asiento vacío del ser querido, como si para morir un día hubiese nacido, y no siguiese -de otro modo- vivo. Y no es un cuento de Navidad. ¿Habrá ocasión más entrañable para tener presente al ausente? Dejando morir en ellos la esperanza, vuelven todo deprimente.

 

Tampoco faltan los cristianos que no terminan de creer, consolidando así su atrofia para comprender por qué quiso Dios nacer. Fácilmente se confunden en el ambiente reinante pretendiéndose modernos. Comulgan con la rueda de molino de adaptarse a tiempos nuevos. Caen ante los diseñadores de  las creencias y de los sentimientos en boga, y compran de oportunidad su mercancía de “lo que se lleva”, publicitada hasta la saciedad. Y ya ni siquiera felicitan La Navidad, sino “las Fiestas”, o “las Vacaciones”, no sea que les miren raro por su deseo anticuado. Inconscientes, proclaman con su hacer que la Gran Noticia anunciada está pasada, y no prevalece eterna ofreciéndonos cada día una vida renovada. Habitan extramuros de sí mismos, donde se asienta la “feria” y todo el jolgorio que genera, olvidando que la alegría verdadera nace dentro y sale fuera, y no al revés; y que es menester traspasar, mientras hay tiempo, el umbral que da acceso al aposento interior, donde Él siempre nos espera.

 

Lo sepan o no, para ellos y para todos, lo mejor que nos ha ocurrido es que el Hijo de Dios ha nacido. Eso es la Navidad. No hay mayor motivo para sentirse alegre y agradecido, y celebrar que nos haya querido venir a salvar.  

 

Si le quieres encontrar, acude diligente con tu mano tendida para arropar al Niño, que en el hermano llorando está.

 

Los pequeños, a los que no han hurtado su inocencia, muestran una sensibilidad especial para acoger y contemplar con asombro el Misterio de un Dios hecho, como ellos, niño. Y nos aleccionan sobre aquella sorprendente advertencia de Jesús: “Os aseguro que, si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt- 18, 1-3). He aquí el quid.

Abre la puerta al Niño. Hará tu vida Navidad.

Y, si, ¡FELIZ NAVIDAD!

 

 

Francisco Javier Lage Ferrón

Navidad de 2024

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