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La novela que no se podía filmar, por Mirko Lauer

Gabriel García Márquez nunca quiso que Cien años de soledad (1967) fuera llevada al cine, deseo que mantuvo a lo largo de su vida y que sus herederos respetaron hasta hace muy poco. Con la serie homónima recién lanzada en Netflix, a los lectores se suman ahora los espectadores, y con Macondo pasando a los televisores, la magia de una exclusividad de la palabra impresa se hace trizas.

¿Por qué no quiso GGM que se filmara la novela que, con el paso del tiempo, lo iba a llevar hasta el Premio Nobel (1982)? Quizás fue para evitar que su obra maestra pasara a manos de otro creador. A pesar de ser él mismo un aficionado al cine y ocasional guionista, el novelista colombiano nunca quiso vender los derechos de su obra maestra.

Los trasvases de un género a otro no siempre son felices, y no toda narración se presta a ser filmada. Quizás GGM temió que Cien años fuera una de esas obras. Bajo el volcán (1947), la obra maestra de Malcolm Lowry filmada en 1982, fue una decepción para muchos de sus lectores, a pesar de que la dirigió el muy apreciado John Huston.

Es cierto que hay grandes encuentros de novela y cine. El tiempo recobrado (1927), de Marcel Proust, filmada por Raúl Ruiz, es uno de esos casos. Todos tenemos el nuestro. Pero acaso el supersticioso GGM nunca pudo creer que a él le tocaría esa buena suerte. ¿Qué hubiera pensado de su novela convertida en una serie?

Durante decenios, las versiones de grandes novelas latinoamericanas le dieron la razón a GGM, por lo general con películas de bajo presupuesto, directores sin mucho lustre, poca acción en la taquilla. A algunas de esas obras del boom se les llegó a cambiar el título para su paso a la pantalla. Todo eso se lo quiso ahorrar su autor a Cien años.

La serie de Netflix, en 16 episodios, no es de bajo presupuesto, pero tampoco una superproducción. Las primeras críticas anuncian que un núcleo de debate va a ser qué ha sido fácil, qué difícil y qué imposible de llevar a la pantalla. Pero, aun en los comentarios más elogiosos, la obra misma de papel y tinta (como quien dice, de carne y hueso) aparece, inevitablemente, un poco traicionada.

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