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Feminización de las migraciones, un fenómeno mundial

Las distancias son tan cortas que vivir fuera del propio país ya no es lo que era 20 años antes, cuando las comunicaciones no existían o eran precarias.

Fernando de Passo, escritor mexicano

Según datos de la Oficina Regional para América Latina y el Caribe de la OIM (ONU Migración), el 48 por ciento de las personas que abandonaron sus lugares de origen de manera voluntaria en los últimos años eran mujeres, solas o como cabeza de familia.

Este fenómeno, conocido como feminización de la migración (comparado con patrones tradicionales de varios siglos) representa una alerta para la OIM y los países emisores, porque detrás de cifras generales se esconden varios flagelos sociales, como la trata con fines de esclavitud o prostitución (80 por ciento son mujeres y niñas), la discriminación y la violencia laboral u hogareña por motivos de género, identidad de género u orientación sexual.

Según reconoce la OIM, las expectativas, relaciones y dinámicas de poder asociadas a ser hombre, mujer, niño, niña, transexual, pueden afectar todos los aspectos del trayecto y radicación, medios de vida y posibilidades de desarrollo.

Cuba también contribuye al flujo de mujeres de todas las edades hacia otros países, sobre todo buscando reunificación familiar o mejoras económicas. En un significativo número tienen alta calificación, pero terminan en oficios domésticos o de cuidado,
mientras dejan a otras personas a cargo de sus hogares, como prueban investigaciones sociales de las últimas décadas impulsadas por el Centro de Estudios Demográficos (Cedem) y otros espacios de la Universidad de la Habana.

Ya empieza a ser relevante la proporción de jóvenes que migran para superarse en sus profesiones, y quienes actúan como enlaces para potenciar emprendimientos en la Isla, gracias a la flexibilización de varias leyes, pero no todas logran sus propósitos o ven cumplidas las promesas.

Estas tendencias llaman la atención de especialistas en sociología, demografía y derecho, en tanto se acompañan de cambios en las dinámicas familiares y comunitarias, que a su vez generan nuevos retos a la hora de emitir políticas públicas, teniendo en cuenta el envejecimiento poblacional y la necesidad de más estrategias de atención y amparo legal para quienes quedan a cargo de nietos o bisnietos.

Las viajeras cubanas, como hijas y nietas de migrantes, y como mujeres que han nacido en su mayoría en un entorno de empoderamiento de los derechos y los recursos culturales necesarios para dar un paso tan decisivo, suelen asumir con resiliencia y creatividad el cambio, y la mayoría mantiene el vínculo con las familias y no renuncia a estar presente, gracias a las tecnologías de comunicación, en el día a día de sus menores, adultos mayores y parejas.

Sin embargo, muchas se dan de bruces con un fenómeno paralelo a esta migración: la violencia de género, agravada con la vulnerabilidad de estar en otro país, a veces con una lengua y cultura desconocidas, algunas indocumentadas y todas sin una red de apoyo social.

Las manifestaciones violentas pueden ir desde la humillación, los salarios multados, la falta de condiciones para trabajar, la ausencia de derechos para reclamar e incluso la agresión física y sexual, todo ello ejercido por empleadores, caseros, agentes del orden, colegas y proveedores de servicios.

El maltrato peor es el de la propia pareja, cuentan muchas a investigadores y activistas: ese hombre con quien viajó o la invitó a salir, pero luego no le propició un estatus legal para garantizar su desarrollo, sino que las mantuvieron en casa o en empleos indignos, sin independencia económica, aisladas o amenazadas, a veces con alguna ayuda a la familia a cambio de ocultar el precio de esas «atenciones».

Cuentan algunas retornadas que planeaban llevarse a sus hijos o padres, pero no fue posible, porque no tenían ciudadanía o empleos seguros, y debían renunciar a los suyos o volver.

Según describen especialistas del tema, esta violencia es más frecuente contra mujeres latinas y africanas, y aunque se hacen campañas para denunciarla, la precariedad de su estatus y el deseo de proteger a sus familias las lleva a callar, como ha ocurrido por siglos con otras formas de abuso en que las víctimas son el mejor escudo de los victimarios. 

Esta violencia estructural, propia del pensamiento colonialista patriarcal, llega a hacer inviable la vida de algunas migrantes y motivar el retorno a sus países mediante diversas estrategias.

En el caso de Cuba, no pocas aprovecharon la cobertura de los vuelos humanitarios cuando la pandemia de COVID-19, o el apoyo de amigas u otras redes feministas, porque las parejas o empleadores les negaban el pago del boleto a la Isla o acceso a servicios públicos de asistencia y prevención.

Estos son algunos de los desafíos que reconoce la OIM en su propósito de promover una migración segura, humana y ordenada para todos y todas.

También es un reto para los países emisores y receptores, y un asunto sobre el que reflexionar en familia antes de dar cualquier paso inseguro, para no hacer de la migración femenina un cuento de Disney, cargado de tribulaciones, humillación y dolor con la esperanza de un final feliz.

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