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Si vivimos así, moriremos así (primera parte)

“…no hay cambios duraderos sin cambios culturales, sin una maduración en la forma de vida y en las convicciones de las sociedades, y no hay cambios culturales sin cambios en las personas” Francisco I, Laudate Deum
Desde aquel informe que presentó la señora y médico Gro Harlem Brundtland, primera ministra de Noruega y líder de su país por una década al menos, para luego, a inicios de los años noventa del pasado siglo, sentar las bases temáticas de lo que hoy se conoce como el desarrollo sostenible o sustentable, en Río de Janeiro, en la llamada Conferencia sobre la Tierra, y después en 1997 la reunión de jefes de Estado en Nueva York, ha pasado ya suficiente tiempo y muchas otras reuniones como para pensar que debió tomar consciencia la clase política en primer término y la humanidad toda de lo delicado y peligroso que se ha vuelto el llamado cambio climático y sobre todo la enorme dificultad que supone, luego de los diagnósticos que señala la etiología, actuar en consecuencia, con la ciencia como base de una racionalidad que incluye, además, la prudencia y especialmente la responsabilidad; pero, brevemente de seguidas, con sencillez, enunciaremos en qué consiste el asunto.
De la unidad de la vida
A los fines de explicarme, recurro a una locución que me viene al espíritu. La vida que vivimos está conectada a toda la vida misma en nuestro planeta y así es menester entenderlo, para comprender la complejidad de la cuestión planteada, en términos de auténtica emergencia.
Para ser, hemos de satisfacer nuestras necesidades y ello implica entonces consumir y producir, desde nuestro entorno y con los recursos disponibles en ese ambiente circundante.
Hasta ahora simplemente metimos la mano en la cesta de los bienes diversos, de variada naturaleza, que nos proporcionó el planeta y construimos un modo de producción acorde con nuestro modo de consumo. La experiencia, sin embargo, nos deja un balance de desequilibrio entre lo que la Tierra tiene y la demanda creciente y mórbida del género humano.
Agotamos rápidamente lo que parecía, pero no es, el aparentemente inagotable medio ambiente y el elenco de vida vegetal, animal y mineral que contiene el susodicho. Desde el agua, el aire, los suelos, las corrientes fluviales y marítimas, el ozono que nos protege de elementos dañinos de la luz solar, las aguas marinas y sus especies que nos alimentan, que, por cierto, pensábamos inacabables, las arenas, los bosques, las montañas, todo ha mermado en cantidad y calidad de vida y se ha tornado, débil, vulnerable, frágil y mucho de eso ya desapareció o está en vías de terminarse.
No obstante, lo dicho, cabe una precisión, el reservorio de la vida lo dispensamos inconscientemente hasta fechas recientes, sin poner atención en su finitud ni tampoco inferir que todo está relacionado y resulta afectado por esa manera de transitar nuestra existencia.
Cimentamos una dinámica de producción y consumo voraz, devorando al hacerlo los sistemas de vida que la naturaleza nos brindó y la biodiversidad es la victima de nuestro desenfreno ignorante, frívolo, disoluto con una secuela perniciosa que transforma nuestra vida en la generación de un fenómeno propio de este tiempo que llamamos la contaminación que ya no nos amenaza, sino que nos aniquila y ni siquiera silenciosamente, lo hace a través de la naturaleza misma, groseramente, obscenamente.
De la energía y la tecnología, fundamentales para la vida y sistemática y paradójicamente deletéreos
El salto cuántico que la humanidad se ha permitido en algo más de un siglo, con ayuda de su inteligencia y el hallazgo de las diferentes fuentes de calor y energía la han endiosado. Ha cambiado el mundo. Lo ha catapultado en la historia y lo ha revolucionado hacia hacer las cosas más difíciles más fáciles y proveer de la fuerza a sus capacidades, ideando otro escenario existencial y fraguándolo aceleradamente.
Aunque aún no tenemos muy claro cómo se pudieron edificar las pirámides, hemos, sin embargo, postulado una cosmovisión que desafía las leyes de la física y del saber mismo y proyecta incluso la posibilidad de visitar con seguridad en unas décadas el espacio exterior y tal vez colonizarlo.
La realidad, las realizaciones del homo actualis compiten con la fantasía de otrora y si bien se ha asistido al desarrollo y el bienestar del hombre en la Tierra, domeñándola, se hizo con dos signos que no son inocuos, la extracción y la combustión.
Le ha sacado el jugo, el modo de producción y de consumo humano, al orbe natural, hasta colocarlo en un plano francamente deficitario y en declive temporal. Hoy se habla de una disminución de la vida en todos los frentes que alcanza proporciones que deben alarmarnos. Ello ha sido posible como afirmamos supra, por los mecanismos de generación de bienes y por el consumo de estos, dispendiosamente.
Empero, tan grave resulta la extracción como la contaminación. En efecto, produciendo y consumiendo intensamente, se trajeron a la unidad de la vida unas variables y derivaciones gravosas y perjudiciales, que son el mayor de los peligros con los que hemos de lidiar “en aval”.
Sobran los ejemplos para hacer indubitable la evidencia. El uso de combustible fósil, carbón, petróleo, gas, tiene una contraindicación, para decirlo en términos terapéuticos: recalienta el ambiente e incide en los cambios y modificaciones climáticas, que a su vez traen desde inundaciones o sequías y desertificaciones, con fenómenos como el niño o la niña, ciclones, huracanes, desastres todos que lucen imparables por su poder destructivo y ante los cuales, nada o muy poco puede hacerse como hemos visto varias veces en el primer mundo, en particular en los Estados Unidos de América.
Por otra parte, tenemos que encarar ese ariete de la basura y los desechos de todo tipo que producimos sin darnos cuenta y así contaminamos alegremente. Contaminar y es sano dejarlo claro, significa corromper, alterar, infectar, contagiar, impurificar, al hacer contacto y mezclarse con los espacios de biodiversidad, léase, los elementos del paisaje: muretes, charcas, lagunas, terrazas de retención, estanques, abrevaderos naturales, setos, lindes, islas y enclaves de vegetación más diversos y adulterarlos gravemente comprometiendo de esa manera los demás ecosistemas.
El plástico es otro clásico de cómo contaminamos. Todos y en todas partes. Hemos inundado el planeta y especialmente se patentiza en las aguas marinas y fluviales de plástico y así, introducimos un componente no biodegradable en ecosistemas que se ven enervados, obstaculizados, acosados por ese material, abundantísimo, además.
Llevar a las sociedades económicas nacionales e internacionales a producir y consumir como lo hemos hecho, en resumen, esparció las arenas del festín baltasariano en las que nos estamos hundiendo ahora y en mayor o menor medida, nos reclama a todos como culpables de la afrenta a la naturaleza.
¿Qué debemos y qué podemos hacer? El secretario general de la Organización de Naciones Unidas, António Guterres, recientemente afirmó: “Las consecuencias de nuestra imprudencia ya son evidentes en el sufrimiento humano, las enormes pérdidas económicas y la erosión acelerada de la vida en la Tierra”.
En una próxima entrega ensayaremos como si fuera de Perogrullo, pero que no lo es, una reacción ante el plan suicida que nos hemos empeñado en llevar a cabo. Veremos, Dios mediante.
@nchittylaroche

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