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Las casas mágicas de Orlando Cuevas

Sus padres puertorriqueños se asentaron un día en Estados Unidos. Allí nació, el 14 de julio de 1964, Orlando Rodríguez Cuevas, quien desde muy temprano sintió una especial atracción por el mundo del arte.

Al obtener una licenciatura en Bellas Artes en Escultura y una maestría en Educación Artística de la universidad de Jersey City, ciudad donde vive desde los seis años, Orlando adquirió bases sólidas en el uso de las mejores técnicas y una comprensión más profunda de su vocación.

Con el manejo de una forma escultórica única, comenzó a captar la esencia de la vida urbana, a través de historias que continúa tejiendo con sus propias manos, las que le dieron sustento material durante muchos años —hasta la llegada de la COVID-19— al emplearlas en actividades de magia. Y el mago-pintor-escultor elevó su obra a altares de cartas, símbolos y secretos. Su interpretación artística, entre casas de muñecas y juguetes, lo convierten en un referente, con un elevado reconocimiento de los especialistas. 

Y es que como parte del Movimiento Artuf, fuerza pionera en el arte callejero dentro de Estados Unidos, Cuevas y sus compañeros ampliaron los límites de la expresión artística, desafiando las normas sociales y redefiniendo el papel del arte en los entornos urbanos.

No por casualidad el crítico y escritor Alejandro Anreus lo describe como un escultor de la ciudad: «sus esculturas, dibujos y grabados altamente detallados capturan la “vida interior” de los edificios, las almas de las cosas, y con esto, la vida cotidiana de quienes los habitan, los que duermen, y hacen el amor, y comen y sueñan, los que leen cuentos a sus hijos a la hora de dormir, los que rezan a Dios, o mueren olvidados, los que ríen; sí, ríen, en los conventillos, en las iglesias, en los callejones, en los parques de Jersey City, o de cualquier ciudad. Orlando Cuevas es un mago, que en sus paisajes y juguetes nos regala momentos de epifanía».

Obra de Orlando Cuevas. Foto: Cortesía del entrevistado

Su obra ha sido exhibida en museos de renombre como el Museo del Bronx; el Museo de Jersey City; el Museo Montclair; el Museo de Arte Moderno de Santo Domingo, República Dominicana; el Museo de Arte de Knoxville; el Museo Morris; el Museo Monmouth y el Museo Zimmerli, entre otros.

Lo encuentro, junto a su esposa, en La Habana Vieja. Llegó a nuestro país invitado por Ben Jones, un amigo norteamericano, para participar en la Bienal que durante estos meses convierte a la capital cubana en un punto de confluencia para lo mejor del arte contemporáneo. 

¿Qué criterio has tenido del evento?, le pregunto. Todo aquí ha sido excelente. Me he emocionado mucho con los niños. En la Casa de África hicimos un taller y me impresionó la destreza de los más pequeños; cómo pintaban cartas, hacían casitas. Fue, realmente, muy estimulante. También la visita a la Fábrica de Arte, con propuestas que revelan una elevada calidad estética.   

Orlando me cuenta que en estos días en La Habana ha podido socializar su experiencia, sus conceptos y la filosofía con la que, según sus criterios, se debe asumir la vida.

«Hace unos años atrás me dijeron que tenía un problema del corazón y debía operarme. Cuando estaba en el proceso, el doctor me prohibió continuar haciendo esculturas. En ese tiempo entonces empecé a crear cuadros de cartas o naipes. Como soy mago, enseñaba magia a los niños, contaba con una escuelita para eso. Yo les daba a ellos las cartas, les explicaba que no son solo un simple divertimento, tienen propósitos. Son como estaciones del año, como el calendario, con un paralelismo muy marcado con las estaciones de la vida.

«Hay casitas de cartas en las que se puede escribir, pintar. Ahí radica la filosofía del ser humano de que si haces algo y el viento te lo tumba, se levanta de nuevo. Y siempre que viene la tormenta, hay que rehacerlo todo. Es la idea que también pude compartir en esta Bienal», comenta, mientras toma el móvil en sus manos y me enseña una de sus obras, reflejo de la primera casa, muy pobre, donde vivió en Estados Unidos:

«Aquí cada ventana representa un cuarto y cada cuarto una historia. Se ve a San Lázaro con sus maletas en sillas de rueda; las paredes son como el cielo; en otro se refleja la historia de Puerto Rico, el desarraigo, la transformación del migrante; la denuncia a la guerra; la cárcel, Albizu Campos cuando estaba preso, la realidad de la diáspora en un país como Estados Unidos…

Al hablar de Albizu se emociona. Y expresa que los puertorriqueños le deben mucho al héroe que sufrió en la cárcel porque luchó por sus derechos frente a intereses de los racistas y xenófobos, en los propios Estados Unidos. 

Y vuelve a mostrar alguna de sus creaciones. «Traje más de 500 cartas como estas a la Bienal, para que tengan muchas.  En la casa de África está mi exposición junto a obras de más de 25 artistas. La organizó Ben Jones, un profesor mío en Estados Unidos, de 82 años, que me invitó y para eso vine. 

Orlando enseña su arte a pioneros cubanos en la emblemática Casa de África. Fotos: Favio Vergara

«Es mi primera vez en Cuba; me gusta la gente, no tanto el calor, pero sé de los efectos del cambio climático, allá donde yo vivo está más caliente que nunca. Estoy conociendo gente muy buena aquí, me dan apoyo. Espectáculos para niños, titiriteros. Es la primera vez que hago un show de magia en más de cuatro años, porque ya me retiré. Hoy un niño me dijo: ¿tú me puedes enseñar cómo hacer un truco con las luces?»

—¿Considera que posee un estilo particular, que formas parte de algún movimiento?

En mi mente el movimiento es Orlando Cuevas. Cuando  miren que la gente lo sepa y me lo digan; no pienso en un estilo determinado. Mi trabajo explora diversos temas y técnicas. Mi trabajo siempre ha sido profundamente personal. Cuando era joven mi arte trataba sobre el racismo, la política y la cultura pop. Hoy en día, esas preocupaciones siguen presentes, pero se cuentan a través de historias de amor, familia y mortalidad.

—¿Y cómo influyen las nuevas tecnologías en su obra?

Mucho. Cuando era maestro ya enseñaba por un programa digital; usé siempre la tecnología. La ventaja de ella es que puedes cambiar, transformar, perfeccionar la obra. Te da muchas oportunidades para hacer correcciones, hay cartas que dibujo diez veces hasta terminarlas.

«Soy un artista del collage, ya sea trabajando en 2D, 3D o virtualmente. Me encanta el proceso de reimaginar la intención natural de las cosas. Se corre el riesgo del plagio, pero eso pasa en la vida siempre, fuera de lo digital. Uno no puede hacer nada para detenerlo. Al final, cuando le roban a uno es porque eres bueno; nadie quiere robar lo que es malo. Hoy la tecnología es muy necesaria».

—He visto parte de esas propuestas en su sitio web…

Sí, tengo un sitio personal: orlandocuevas.com. Lo mantengo yo mismo; no tiene nada sobre Cuba, pero al regreso le voy a colocar todas las experiencias vividas en estos días felices de la Bienal.

Conversar con Orlando Cuevas resultó una experiencia reveladora. Fue como adentrarnos en ese mundo interior que sabe construir desde su constancia y sabiduría. Una visita obligada a sus espacios, que multiplica con el talento de quien se sabe un escultor de sueños, un verdadero hacedor de casas mágicas.

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