El «prodigioso» refugio de los libros expurgados
El primer contacto que tuvo María José Vega, catedrática de la Universidad Autónoma de Barcelona, con «el expurgo» fue preparando su t esis en la Biblioteca General Histórica de Salamanca. «Me encontré un libro tachado de Erasmo de Rotterdam. Me dio tal coraje que saqué otro ejemplar, pero le pasaba lo mismo, y cogí otro, e igual», recuerda. Todos los ejemplares tenían borrones en el mismo sitio. No entendía por qué. Entonces nadie le había explicado que igual que había índices de libros prohibidos también existían otros de volúmenes con partes censuradas: «Mi descubrimiento de la expurgación fue en esta biblioteca». Algunas de esas obras mutiladas más curiosas que forman parte de los «prodigiosos» fondos de la Biblioteca Histórica son el meollo de la exposición 'Libros prohibidos. Herejía y censura en la Edad Moderna', que se puede ver hasta el próximo 19 de enero en la coqueta Sala de la Columna de las Escuelas Mayores. La muestra pone el colofón a un proyecto de investigación en el que han colaborado las instituciones académicas de Barcelona y Salamanca . María José Vega lleva años estudiando la censura y su indagación se convirtió ya en una exhibición en la Biblioteca Nacional, en 2023. Ahora, la investigadora ha querido poner el broche a su trabajo en la Universidad de la ciudad del Tormes: «Es el sitio donde me hace más ilusión exponer porque he pasado larguísimas temporadas allí. ¡Es uno de mis lugares favoritos del mundo y mira que he estado en bibliotecas!». Antes de adentrarse en el contenido de la muestra, toca explicar en qué consiste exactamente la «expurgación», tal y como hace el cuidado catálogo editado con ocasión del proyecto. Hace referencia a cuando un libro no se prohibe totalmente; es decir, se permite su circulación y lectura siempre que se corrija, elimine o tache alguna de sus partes, ya sean palabras, líneas o párrafos o, en casos extremos, páginas y capítulos completos. Aunque en la Edad Moderna (entre los siglos XV y XVIII) afectó primero sólo a los contenidos religiosos o que concernían a la devoción y la fe, más tarde se extendió a la cancelación del reconocimiento de los autores protestantes y otros temas políticos. Para saber qué libros eran los prohibidos o expurgados se elaboraban índices, «muy vinculados al Santo Oficio en Roma , pero también a las universidades porque eran teólogos quienes lo hacían», nos explica 'in situ' Margarita Becedas, directora de la Biblioteca General Histórica, quien nos acompaña en nuestra visita a la exposición. Explica que uno de las conclusiones a las que ha llegado con esta investigación es que el expurgo fue «una cosa muy moderna» de España, «más sensible» a que ciertos libros se quedasen fuera de la circulación. Esta política, recuerda, «favoreció mucho a los impresores», ya que no les suponía tantas pérdidas, y también a autores y lectores, a los que «al menos, llegaban ciertas cosas». La «contraprestación malvada» es que si hacían una siguiente edición aparecería ya sin las partes censuradas. En estos índices, tanto prohibitorios como expurgatorios, se detiene la segunda parte de la muestra, donde se pueden ver algunos ejemplos de los primeros, como el que promulgó el inquisidor Gaspar de Quiroga, que se había encomendado a la Facultad de Teología de la Usal y apareció impreso en 1583. También de los segundos, el posterior procedimiento español que «Roma no llevó muy bien», del que se recoge «el primer ensayo» -la 'Censura generalis' o censura de biblias - así como algunos de los realizados a partir de 1584. Sin embargo, el que más llama la atención es el «precioso» índice de Antonio de Sotomayor, de 1640: «Tenemos muchos libros expurgados de acuerdo con él». Precisamente de estos volúmenes son los que se ocupa el tercer capítulo, 'La mano del censor'. Se trataban fundamentalmente de obras religiosas o teológicas; también de brujería. «A la Inquisición española, frente a la romana, no le preocupaban tanto los contenidos eróticos, libidinosos, pornográficos...», recuerda la bibliotecaria. En esta parte de la muestra se exhiben las cicatrices y tachaduras de varios ejemplares. Es curioso ver los «distintos grados de interés y eficacia» que ponía el bibliotecario o religioso expurgador en esta tarea, comenta Becedas. A veces, sólo marcaba levemente la ubicación del texto 'nocivo', sin hacerlo ilegible, a modo de advertencia sobre el riesgo de un pasaje. Son casos en los que «parece confiarse al lector la responsabilidad de cooperar y no leer aquellas partes que se identificaban como perniciosas». No obstante, en las bibliotecas colegiales como en la de Salamanca y en los expurgos realizados a partir del siglo XVII era frecuente que el censor procediera a la mutilación completa a través de encolado o tachado riguroso. En algunos, el resultado era más «bonito», como es el caso de las cenefas que colocaron en las adiciones al 'Flos Sanctorum' (1588), de Alonso Villegas, «en las que mandaron eliminar la vida de la visionaria y mística portuguesa María de la Visitación tras la denuncias de otras hermanas de su convento». En otros, se procedía a un «entintado violento» como ocurre en el libro de secretos de Johann Jacob Wecker (1592) o en la obra del jurista reformador Johannes Oldendorp (1567). En la Biblioteca Histórica puede haber censurados «casi 3.000 libros, según los índices». ¿Por qué tantos?, le preguntamos a su directora. La explicación está en que «Salamanca llegó a tener cuatro colegios catalogados de mayores y una veintena de colegios menores, todos ellos con bibliotecas. En ellos, estas normas de los índices se llevaban muy a rajatabla y por eso tenemos muchos volúmenes de diversas procedencias». Además, con el tiempo se comenzaron a censurar «otro tipo de cosas» como, por ejemplo, «los retratos de Lutero o Calvino ». Así ocurre en la pieza «estrella» de esta exhibición, el 'Atlas o meditaciones cosmográficas sobre la fábrica del mundo y la forma de fabricarlo'. Entre sus 36 mapas se encuentra uno con la representación del lago Léman y la ciudad de Ginebra que ocupa una doble página, cuya parte inferior estaba originalmente ocupada por una orla de medallones con los retratos de cinco teólogos calvinistas. «En este caso, lo que hizo el censor fue colorear de forma primorosa una cenefa bermellón» sobre la orla, cuyos personajes ha podido recuperar ahora magistralmente el especialista en digitalización de la Usal. Margarita Becedas se imagina que esta delicada forma de proceder pudo deberse a que «quien en ese momento estaba ejecutando la censura le dio pena y lo que hizo fue embellecer el libro». La última parte de la exposición, 'La respuesta católica en la Contrarreforma', hace referencia a «la propaganda que hizo la Iglesia de su triunfo sobre la herejía». De esta manera, se pone el colofón con un tema que enlaza con el primer capítulo, 'La tempestad de los herejes'. Del comienzo destacan originales como la bula 'Exsurge Domine', que el Papa León X expidió en junio de 1520, que se pudo ver ya en 2023 en Valladolid con ocasión de la muestra 'El fuego de la conciencia. 25 años de El Hereje', organizada por la Fundación Miguel Delibes. Llama también la atención el libro 'Septiceps Lutherus', publicado con la intención de mostrar la incoherencia de la doctrina luterana: «El autor concibe a un Lutero que congrega, bajo una sola capucha de monje, siete cabezas que discuten y se contradicen». En total, para construir el relato se han reunido en la Sala de la Columna 25 volúmenes, seleccionados cuidadosamente para centrar al visitante en «el momento crítico en el que se produce la fractura confesional de Europa» e invitarle a reflexionar sobre «la página impresa como un objeto conflictivo, en el que son visibles las huellas de la confrontación política y doctrinal». Concluye la catedrática María José Vega que a diferencia del proyecto planteado para la Biblioteca Nacional, el relato en Salamanca se «limita más en el tiempo y en el tema» para explicar unos fondos que considera «maravillosos» y de los que sólo se ha expuesto una pequeñísima parte, ya que la Biblioteca Histórica dispone de «unos 3.000 manuscritos, 500 incunables y 64.000 libros antiguos impresos».