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Ser bueno… para ser feliz

Es curioso, pero sobre la felicidad han perdido más rápidamente la vigencia los últimos estudios que todo lo que Platón y Aristóteles dijeron sobre la cuestión. No es inútil saberlo hoy, cuando cerca de mil científicos están preparando el que se pretende que sea el estudio más ambicioso sobre la vida dichosa.

Si a usted le interesa, ha de saber que están reclutando a 30.000 personas de todo el mundo con el fin de que comenten las actividades que más placer provocan. Las encuestas no tendrán una duración de más de media hora y el cuestionario es de fácil contestación.

Hace unos años un americano presentó la fórmula de la felicidad, como si esta pudiera ser preparada en un laboratorio. Nada nuevo bajo el sol: Bentham, el padre del utilitarismo, quiso medir el placer e ideó una escala que diferenciaba entre su duración o la intensidad.

“Sobre la felicidad han perdido más rápidamente la vigencia los últimos estudios que todo lo que Platón y Aristóteles dijeron sobre la cuestión”

Para evitar sesgos, quienes han puesto en marcha el nuevo proyecto quieren asegurar la participación de todo tipo de personas, favoreciendo especialmente a los no occidentales. Indican que los estudios realizados hasta el momento tienen el inconveniente de que las muestras se han localizado en una parte del mundo, con lo que no cubren las diferencias culturales.

Hay otras estrategias de investigación que buscan dotar de fiabilidad a los resultados. Los promotores aseguran que una vez que se publique el informe todos tendremos a nuestra disposición el camino más expedito para lograr una satisfacción auténtica.

Hay bastantes objeciones, claro está. La primera procede del propio Aristóteles: si deseamos saber lo que es ser feliz, quizá no sea tan indicado preguntar a diestro y siniestro como buscar a quien realmente lo es. Y uno sospecha que no todos los participantes en la investigación se sentirán satisfechos consigo mismos.

Pero no solo eso: no hay que preguntar a cualquiera, sino a la persona cabal. Claro está que un loco, un ladrón -incluso un político- podrán decirnos que son felices, pero dudo mucho que tengamos que respetar su opinión si, como es lógico, ni siquiera nos fiaríamos de su palabra en otros órdenes de la vida.

“Claro está que un loco, un ladrón -incluso un político- podrán decirnos que son felices, pero dudo mucho que tengamos que respetar su opinión si, como es lógico, ni siquiera nos fiaríamos de su palabra en otros órdenes de la vida”

¿Quién, en su sano juicio, preguntaría a un sujeto de calaña parecida por una dirección? ¿Quién confiaría en sus indicaciones? ¿Y acaso es más importante llegar con puntualidad a un sitio al que no sabemos ir que lograr el goce máximo en esta vida?

Por otro lado, los impulsores del proyecto hablan una y otra vez de la “ciencia de la felicidad”. Ahora bien, la experiencia nos dice que no hay mucha exactitud en estas lides. Por ejemplo, muchos piensan que la riqueza da la felicidad; otros, la salud. Pero eso no garantiza nada.

Pensemos también en el efecto comparativo del estudio. ¿Y si la felicidad testada científicamente está en caminar por el bosque y vivimos atrapados en una ciudad atestada de tráfico? ¿Y si se concluye que solo se puede ser feliz con determinados hobbies y no hay manera alguna de asegurar el acceso a los mismos para todos? Temo que una encuesta de tal magnitud y de índole tan cualitativa no puedan ser neutral o combatir todos los sesgos.

Aristóteles, tras una investigación empírica que buscaba al individuo feliz, llegó a la conclusión de que la felicidad es el mayor bien. Diferenció, al respecto, varios tipos, prestando atención a tres principales: los placeres o bienes del cuerpo, el honor o los bienes externos y los bienes del alma. Y se dio cuenta de que estos últimos, atendiendo a la naturaleza humana, son preferibles.

Siguiendo su estela, muchos filósofos han reflexionado sobre la importancia existencial de la felicidad, destacando especialmente que es un fin en sí. Por eso es lo más valioso para la vida.

Es obvio que la propuesta de Aristóteles tiene sentido si se suscribe una determinada noción de naturaleza humana. De hecho, toda su filosofía tiene en cuenta el fin o función de las cosas. Si cifra la felicidad humana en la vida intelectual y el cultivo de las virtudes es, justamente, porque es en esos campos donde el ser humano se realiza.

La virtud no consiste en ser cándidos o empeñarnos en no violentar deberes morales a fin de no hacer daño a los demás. Consiste en hacer las cosas por sí mismas y buscar la excelencia en las que tengamos entre manos. Esta sabiduría es antigua, sí, pero sigue dando que pensar. Al fin y al cabo, nada es más difícil que ser buenos.

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