Editorial: ¿Por qué provocar sin razón a China, un socio comercial estratégico?
Como Estado soberano, Costa Rica tiene la potestad de conducir sus relaciones exteriores de manera autónoma. Esto incluye tanto aspectos políticos como comerciales, culturales, educativos, científicos y otros. A la vez, como Estado responsable que debe ser, resulta necesario que las conduzca de manera sensata, en función de sus valores, intereses y compromisos, y con atención a las implicaciones y posibles consecuencias de sus actos.
Es a la luz de estas premisas que deben valorarse dos decisiones recientes del gobierno que incrementan las fricciones ya existentes en nuestras relaciones con China. Nos referimos a la visita realizada a Taiwán –territorio que Pekín reclama como propio– por una misión de la Promotora de Comercio Exterior (Procomer) y al envío de cinco agentes de la Dirección de Inteligencia y Seguridad (DIS) a una capacitación de tres semanas pagada por su gobierno.
La primera puede justificarse como una decisión estrictamente comercial; de hecho, ni siquiera China se ha privado de recibir enormes inversiones y realizar múltiples intercambios de bienes con Taiwán, cuya empresa TSMC es la principal fabricante y exportadora mundial de microprocesadores. La segunda, sin embargo, es una provocación innecesaria, por responder a una decisión claramente política y estar vinculada a temas de seguridad.
Desde que, en junio de 2007, durante la segunda presidencia de Óscar Arias, establecimos relaciones con la República Popular China, debimos romperlas con Taiwán, que hasta entonces reconocíamos como su único representante. Este es un requisito inflexible del régimen de Pekín, bajo su política de “una sola China”, que no reconoce la soberanía taiwanesa y considera a la isla como parte de su Estado nacional.
La acción no implicó un aval al régimen totalitario encabezado por el Partido Comunista; tampoco, un desconocimiento de la vibrante democracia de Taiwán, que merece admiración. Fue, más bien, un necesario paso impuesto por la realidad global, de la que Costa Rica no debe abstraerse. Ya para ese entonces, alrededor de 160 países habían tomado la misma decisión, incluido Estados Unidos a partir de 1979. En la actualidad, esa cifra supera los 170. En Centroamérica, solo Guatemala no ha dado el paso.
En 1971, China se incorporó a las Naciones Unidas como miembro permanente de su Consejo de Seguridad, en lugar de Taiwán. En 2001 se integró a la Organización Mundial de Comercio (OMC), reflejo de sus reformas económicas y de una fuerza económica que se vio reforzada por ese ingreso y dio mayor ímpetu a sus intercambios comerciales. Hoy es la segunda economía mundial.
Además, desde la década de 1970, nuestro país había desarrollado un proceso paulatino de universalización de sus relaciones diplomáticas, dentro del cual su establecimiento con China era un paso natural e indispensable. El siguiente fue la negociación y vigencia, a partir de agosto de 2011, de un tratado de libre comercio entre ambos países. Muchas de las expectativas generadas entonces no se cumplieron. Una fue el establecimiento de una zona económica especial, por resultar inviable y, además, sujeta a una serie de exigencias inconvenientes para el país; otra, una posible refinería en conjunto con la Refinadora Costarricense de Petróleo, por rozar con nuestro ordenamiento jurídico. Solo se concretó la ampliación de la ruta 32, que ha pasado por múltiples tribulaciones e incrementos de costos.
Tampoco han existido inversiones importantes de empresas chinas. En comercio, sin embargo, ha existido un notable dinamismo; también, un desbalance comercial notorio, por la capacidad exportadora de China y su amplia gama de productos de buena calidad y bajos precios. El año pasado, por ejemplo, nuestras importaciones llegaron a $4.037 millones; las exportaciones, en cambio, solo sumaron $369,7 millones. Sin embargo, según el Ministerio de Comercio Exterior, esos números implican un crecimiento promedio de 23,1% en las ventas desde 2007, frente a un 8,5% en las compras. Y quizá no vendemos más porque no hemos sido suficientemente proactivos y estratégicos en penetrar su mercado, que tiene enorme potencial.
A China no podemos verla como un aliado, por las grandes diferencias que existen entre nuestros regímenes políticos y nuestros estrechos vínculos con países mucho más afines y con nexos más diversos y profundos, entre ellos Estados Unidos. Sin embargo, es la segunda potencia económica mundial, con creciente influencia global, así como un socio comercial estratégico que no debemos descuidar; menos, provocar sin razón. Este es parte del cuidado que debe tener nuestra política exterior.
Si nos encontramos en un periodo de tensiones generadas por la prohibición de que su empresa Huawei sea proveedora de redes de telecomunicación 5G, debemos ser cuidadosos en otros frentes y evitar las provocaciones. Esto pasa por evitar vernos sumergidos en la rivalidad acrecentada entre Estados Unidos y China. La autonomía de las decisiones no tiene por qué estar reñida con la prudencia.