Estados Unidos presiona la salida de Maduro mientras se prepara para las acciones militares
Estados Unidos vuelve a poner sus ojos en América Latina y esta vez lo hace con una claridad que no deja espacio a dudas. El presidente Donald Trump redobló su apuesta sobre la región y durante este fin de semana dejó en evidencia que su prioridad inmediata está en Venezuela, específicamente, en el régimen de Nicolás Maduro.
Lo que comenzó hace unos meses como un despliegue militar bajo la excusa de combatir el narcotráfico, hoy parece acercarse peligrosamente a una confrontación militar abierta entre Estados Unidos y Venezuela.
Aunque la Casa Blanca insiste que su objetivo es combatir el narcotráfico y el “narcoterrorismo”, Trump ha vinculado constantemente este fenómeno con la cúpula del gobierno venezolano a través del llamado Cartel de los Soles, una acusación que sirve como base discursiva para justificar una escalada mucho más amplia.
Planilla del Cartel de los Soles que estaría manejando la Casa Blanca. Vía X@Simonovis
Lo que en un comienzo fueron ataques a “narcolanchas” —acciones que han dejado más de 80 muertos y que diversas organizaciones denuncian como ejecuciones extrajudiciales— se ha transformado en un escenario que Washington presenta como un “preludio” de las medidas que podría tomar.
La flota estadounidense, encabezada por el portaaviones más poderoso del mundo, el USS Gerald R. Ford, permanece estacionada frente a Venezuela. De forma paralela, abogados de la administración han pasado semanas construyendo argumentos legales que permitan acciones militares más significativas.
Cada advertencia pública del mandatario aumenta la expectativa de un ataque militar inminente. Al mismo tiempo, elevan los cuestionamientos dentro y fuera de Estados Unidos.
En el Día de Acción de Gracias, Trump alimentó aún más la idea de una intervención tras anunciar que Estados Unidos “muy pronto” tomará medidas para detener las redes de narcotráfico “en tierra”. La insinuación clara y los movimientos militares dentro del territorio venezolano configuran un escenario que pocos creían probable hace unos meses. El sábado, el presidente fue más lejos, declaró cerrado unilateralmente el espacio aéreo venezolano, lo que derivó en cancelaciones masivas de vuelos y el cierre de rutas aéreas hacia el país.
Pero mientras endurece el discurso, la administración también ha movido piezas diplomáticas. Trump confirmó que habló por teléfono con Nicolás Maduro hace poco más de una semana. Y aunque no se revelaron detalles, medios estadounidenses filtraron que Washington habría ofrecido un salvoconducto para Maduro, su esposa Cilia Flores y su hijo, a cambio de una renuncia inmediata y una salida del país. Según estas versiones, Estados Unidos incluso estaría dispuesto a retirar la recompensa de $15 millones de dólares por información que conduzca a su captura —parte de una suma mayor de $50 millones vinculada a otros altos funcionarios—, además de garantizar que no sería procesado judicialmente en territorio estadounidense.
Nicolás Maduro y Donald Trump.
El senador republicano Markwayne Mullin confirmó que “Estados Unidos le dio a Maduro una oportunidad de irse”. Pero la versión indica que Maduro habría pedido una amnistía total, control sobre las fuerzas militares y un plazo más largo para abandonar el poder. La Casa Blanca rechazó completamente esas condiciones y, públicamente, mantuvo su postura, la salida de Maduro debe ser inmediata “por las buenas o por las malas”.
Desde Caracas, la respuesta ha sido una mezcla de resistencia retórica, movilización militar y búsqueda de apoyo internacional. Miraflores denuncia que esta escalada es un intento directo de “cambio de régimen”, una violación del derecho internacional y un acto de “agresión colonialista” destinado a apoderarse de los recursos del país. Ante la ONU, Venezuela solicitó al Consejo de Seguridad investigar los ataques estadounidenses en el Caribe y la amenaza que representan para la estabilidad regional.
En la conferencia ministerial 2025 de la OPEP+, Caracas denunció que Washington busca apropiarse de las reservas petroleras venezolanas —las mayores del mundo— utilizando la fuerza militar. En una carta firmada por Maduro, difundida por la vicepresidenta Delcy Rodríguez, el gobierno venezolano acusó a Estados Unidos de replicar los mismos patrones de intervención vistos en otros países petroleros.
Frente a esta presión, Venezuela reforzó sus alianzas con Rusia y China, destacando el apoyo diplomático y militar que ambos actores han entregado durante años. Maduro declaró explícitamente que “Rusia nos arma para garantizar la paz”. Sin embargo, más allá del respaldo discursivo, la realidad es que estos países no están dispuestos a arriesgar una confrontación directa con Estados Unidos en su propio hemisferio. Reportes del Wall Street Journal indicaron que, a pesar de la retórica, ninguno de los aliados históricos de Caracas —Rusia, China o Irán— intervendrá militarmente.
Vladimir Putin, presidente de Rusia junto Nicolás Maduro, presidente de Venezuela. Vía X@upholdreality.
China busca proteger sus inversiones en petróleo y recuperar préstamos, pero ha sido clara en que su cooperación no está orientada a escalar conflictos. Sus advertencias a Washington son diplomáticas, no militares.
Rusia, por su parte, destina prácticamente todos sus recursos al conflicto con Ucrania y al enfrentamiento con la OTAN en Europa. Una intervención rusa en Venezuela sería inviable y estratégicamente absurda. Más aún, considerando las negociaciones en curso sobre el plan de paz para Ucrania, que muchos interpretan como parte de un intercambio geopolítico donde Trump busca libertad de acción en su propio hemisferio. Básicamente sería un intercambio, Rusia se queda con lo conquistado en Ucrania y Estados Unidos tiene vía libre para actuar en el país caribeño.
A pesar de esta compleja red internacional, la amenaza de un ataque estadounidense antes de fin de año es real. Sin embargo, lo más probable es que, de producirse, se trate de acciones limitadas, ataques quirúrgicos, golpes selectivos contra infraestructura militar venezolana o contra líderes vinculados al narcotráfico. Una invasión a gran escala parece improbable, sobre todo considerando las promesas de Trump de poner fin a las “guerras interminables”. Es precisamente esa promesa la que representa una contradicción para su base, muchos de sus seguidores apoyan la salida de Maduro, pero no a costa de otro conflicto costoso.
Pero Trump parece estar jugando una de sus cartas clásicas, la ambigüedad estratégica. Lanzar un ataque puede dividir a la opinión pública, pero también podría ofrecer beneficios políticos inmediatos. Un éxito militar, incluso si es limitado, genera un efecto de unidad en torno al presidente, desplaza de los titulares los problemas internos y refuerza la imagen de un líder fuerte y decidido.
También permite encuadrar la acción como un combate directo contra el narcotráfico y el fentanilo, temas prioritarios para su electorado. Además, podría desviar la atención de problemas económicos persistentes, como la inflación, el estancamiento del crecimiento, el riesgo de estallido de la burbuja de la IA o las tensiones con la Reserva Federal. Y, por supuesto, desplazaría de la agenda mediática otro de los frentes que más complica al republicano, el caso Epstein y sus ramificaciones.
Ante este tablero complejo, lo único cierto es que Estados Unidos y Venezuela están entrando en una fase de máxima tensión. La pregunta ya no es si habrá un ataque, sino qué forma tomará y cuánto está dispuesto a arriesgar Trump en su apuesta por redefinir el poder estadounidense en el hemisferio.