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La España hemipléjica

Abc.es 
En 1921, José Ortega y Munilla , padre de Ortega y Gasset, publicaba una Tercera titulada 'De la historia inédita. El capitán Salafranca'. Narraba la muerte heroica de un familiar, compañero de promoción de Franco. Años antes, en la localidad rifeña del Biutz, ambos fueron heridos y mi antepasado propuesto para la Cruz Laureada de San Fernando . Al reivindicarla también Franco, el juicio contradictorio de mi familiar quedó anulado y por tanto privado del honroso reconocimiento. La obtendría después en monte Abarrán. Ese hecho dejó seriamente dañada la relación entre compañeros que habían jurado la misma bandera. Hasta el punto que su hermano, también militar, que había eludido prestar juramento de fidelidad a la República, se alineó con ella y murió en México. Mi padre y su hermano mayor hicieron la guerra con Franco. Me permito traer esta historia familiar como ejemplo de la división que la guerra produjo en muchas familias españolas. Lo que viví y se enseñó en mi casa y la relación entre mi padre –la persona más íntegra que he conocido–, mis tíos y sus primos, los hijos del coronel republicano, fueron unos lazos de cariño y respeto tan fuertes que ni siquiera un acontecimiento tan dramático como la Guerra Civil consiguieron romper. El Gobierno ha organizado, este año, unos actos dirigidos a celebrar el quincuagésimo aniversario de la muerte de Franco, en un intento pernicioso de reabrir las heridas de la Guerra Civil, que muchas familias como la mía ya habían superado. También la sociedad española, en un ejercicio modélico de convivencia y generosidad que fue estudiado en el mundo como una transición ejemplar. Esta iniciativa y las leyes de Memoria Histórica o Democrática introducen un relato maniqueo de buenos y malos, presentando a la II República como la Arcadia feliz. El relato obvia los diversos pronunciamientos revolucionarios que los anarquistas y los separatistas, con el ala más radical del Partido Socialista, perpetraron contra la República . El balance presentado por Gil Robles en abril de 1936, por un periodo sólo de cuatro meses, muestra, según las actas del Congreso, como recuerda Payne, el deterioro que iba a conducir al colapso de la República: 269 muertos, 1.287 heridos ,160 iglesias destruidas, 251 dañadas, 69 centros políticos destruidos, 312 asaltados, 10 periódicos destruidos y otros 33 atacados, 146 explosiones de bombas, 113 huelgas generales, 228 parciales y 138 atracos. El asesinato de Calvo Sotelo por las fuerzas de seguridad del Estado, ejecutado por un escolta del socialista Indalecio Prieto, sumió a la República en el oprobio. Ortega: «La lenidad del Gobierno nos sonroja y avergüenza a los que luchamos contra la Monarquía». Esta semana, el oficiante de la misa dominical se preguntaba qué sucedería si en vez de haber practicado el perdón y la reconciliación se siguieran pidiendo cuentas por los 7.000 religiosos (entre ellos trece obispos) y los 3.000 laicos asesinados, sólo por ser católicos, bajo la República. Estos horrores y los que se vivieron por la otra parte quedaron superados en la Constitución de 1978, que, con sus debilidades (Título VIII, sobre el sistema electoral), fue la primera Constitución por consenso y no por imposición de una España sobre la otra. Hubo gestos dirigidos a cicatrizar las heridas: el Rey Juan Carlos saludando en México a la viuda de Azaña; Felipe González asistiendo en el patio de la División Acorazada a la misa de la Inmaculada; José María Aznar visitando a Alberti y pronunciando unas reconciliadoras palabras en la presentación de los diarios de Azaña; Alonso Puerta, presidente de la Izquierda Europea, denunciando valerosamente, en la Eurocámara los crímenes de la banda terrorista. Celebramos el quincuagésimo aniversario de la restauración de la Monarquía parlamentaria con la que se abrió un momento prometedor de la Historia de España. Nos puso en la casilla de un nuevo comienzo tras las turbulencias del siglo XIX, el agotamiento del régimen de la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera, la II República, la Guerra Civil y sus consecuencias. La Corona, representada por Felipe VI, es altamente valorada por los ciudadanos a una distancia sideral de los líderes políticos. Su pundonoroso sentido del cumplimiento del deber quedó acreditado con sus palabras en 2017 y en los reveladores sucesos de Paiporta. Se vienen, sin embargo, advirtiendo graves deficiencias del sistema. Ministros del Gobierno negándose a asistir a la jura de la Constitución por la Princesa de Asturias; presidentes de comunidades autónomas haciendo ostentación de su ausencia en los actos de la Fiesta Nacional; regiones compitiendo, durante la pandemia, por las mascarillas y los respiradores; en la dana o los incendios, donde unas tenían las competencias pero no tenían los medios y otras que, teniendo los medios, los administraron con un cálculo interesado o en las querellas en los incendios que han asolado, este verano, el territorio nacional. Y el epítome de la situación esperpéntica que vive el país –en medio de la degradación de las instituciones, la erosión constante de la calidad democrática y un apetito obsceno de los sedicentes defensores de lo público por lo que es de todos– es que la gobernabilidad dependa de hacia dónde señale el pulgar de un prófugo de la Justicia. Recordaba el libro 'Enseñar a pensar en libertad', de Jose Antonio Jáuregui. Su portada muestra el célebre cuadro de Rafael 'La Escuela de Atenas', donde aparecen Platón y Aristóteles. Recrea Jáuregui la escena en la que Aristóteles se pasea con sus alumnos en su escuela peripatética y uno de ellos hace una observación que desagrada al maestro. No es mía esta reflexión, dice el alumno, es de su maestro Platón. Aristóteles se para y pronuncia esa frase que llega desde la Grecia clásica hasta nuestros días: «Soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad». Si de verdad queremos ser libres, tenemos que ser capaces de analizar por nosotros mismos y pasar por el filtro de la razón lo que nos llega del mundo circundante. Lo ha dicho Platón y punto. Lo ha dicho el Gobierno y punto. Lo han dicho sus terminales mediáticas y punto. La otra gran lección es que no es posible construir la concordia y el entendimiento contra la verdad. El relato gubernamental sobre la memoria es una manipulación tendenciosa, extemporánea y altamente tóxica para la convivencia. Imponer una memoria colectiva o histórica, como dijo Santos Juliá, es propia de utopías o regímenes totalitarios. Han pasado casi 90 años del inicio de la guerra civil. Es tiempo ya de echar las cuentas sobre nuestro pasado como han hecho otros países de nuestro continente. Azaña propuso, ya en 1938, «paz, piedad, perdón» . Hemos visto los efectos perniciosos de la división en países bendecidos por la naturaleza como Venezuela y Argentina. La hemiplejia es una enfermedad en la que la mitad del cuerpo está paralizado. Ante el inquietante contexto geopolítico actual, no podemos permitirnos como país carecer de unos fundamentos de convivencia básicos. Por eso hay que alzar la voz y denunciar, sin complejos, la irresponsabilidad de los que se jactan de construir muros, de fomentar la división y la discordia, para evitar que España vuelva a ser ese país por donde, como decía Machado, vaga errante la sombra de Caín.

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